Patria. Pasión y democracia de los símbolos nacionales en Cuba

Esa bandera reivindicó las heterodoxias del derecho de resistencia y la inclusión de todos en el cuerpo nacional y representó la libertad personal, nacional y social. Por eso es bandera nacional, no de un partido.

Foto: Kaloian.

En 2016 la revista Revolución y Cultura (RyC) —dirigida entonces por Luisa Campuzano y por un Consejo Asesor compuesto por Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet y Antón Arrufat— dedicó un dossier al 130 aniversario de la abolición de la esclavitud en Cuba.[1]

Entre sus páginas aparece “Historieta de un esclavo en Cuba”, de Israel Castellanos León. Se trata de un montaje de obras plásticas, acompañadas por textos dedicados a la esclavitud y sus resistencias. Allí puede verse “La sangre negra de la historia” (2014, técnica mixta, 150 x 60 cm), de Luis Manuel Otero Alcántara (LMOA). Manuel Mendive, Alberto Lescay y Édouard Laplante son otros de los artistas participantes en el material.

Esa obra de LMOA es una bandera cubana. En su triángulo, con fondo blanco, aparecen manuscritos en tinta roja nombres como José Antonio Aponte, Quintín Banderas, Gustavo Urrutia, Mariana Grajales, Blas Roca, Carlota, Antonio Maceo y una larga lista de próceres negros y mestizos de distinta filiación ideológica. El fondo de la obra es una pared humilde, propia de un hogar cubano común, de la que cuelga la bandera. El texto que la acompaña pertenece a Biografía de un Cimarrón, de Miguel Barnet.

Solo un lustro después de publicado el dossier de RyC, voces provenientes de instituciones oficiales del país —las mismas a la que pertenece esa revista— le han retirado a LMOA cualquier condición de “artista”.

El artivista ha sido procesado —con solicitud de penas entre dos y cinco años— bajo acusación de violar la Ley de Símbolos Nacionales y dañar la propiedad estatal según el Código Penal. Hace unos pocos días, el juicio ha sido, de momento, suspendido.

La primera de esas acusaciones cuenta con más información pública que la segunda. Se ha citado el “ultraje” que representan para la bandera performances suyos que la utilizan en situaciones cotidianas e íntimas, como cubrirse con ella para ir al baño o acostarse sobre la misma en la arena de una playa. Ciertamente, son usos poco ortodoxos del símbolo.

La bandera nacional: resistencia y heterodoxia

Irónicamente, la bandera nacional tiene también su propia historia de heterodoxia.

Enarbolada primero en Nueva York, fue concebida por el general venezolano y francmasón Narciso López. En 1848 López había contratado mercenarios entre los veteranos de la guerra mexicana para un proyecto de librar a Cuba del dominio colonial español. Les ofreció, según Lisandro Pérez, la paga regular del Ejército estadounidense, además de prometerle futuras propiedades sobre tierras en Cuba.

En 1850 una expedición a su cargo desembarcaría por Cárdenas, esta vez ya en medio de conflictos con los anexionistas cubanos de New York. En esa ocasión —para la que López buscó apoyo de esclavistas sureños en los EEUU— llegó a Cuba la bandera. La Constitución que López traía también consigo afirmaba que Cuba debía ser una República, pero callaba sobre la esclavitud.

El venezolano murió ejecutado por el poder colonial en busca de lo que Emeterio Santovenia llamó “la soberanía internacional de Cuba”. Jorge Quintana defendió que “no fue un filibustero, sino un patriota”. Herminio Portell Vilá dedicó tres tomos a demostrar que no era anexionista. No obstante, la etiqueta de “anexionista” persigue hasta hoy a López, aunque en su círculo figuraban reconocidos patriotas.

Cirilo Villaverde, autor de Cecilia Valdés, explicó el contenido originario de esa bandera: las tres fajas azules representaban las regiones de Cuba, y las dos blancas son el “símbolo de la pureza de las intenciones de los republicanos independientes.”

Emilia Casanova recibió virulentas descalificaciones por su vida política heterodoxa: fundó la primera Liga femenina de Cuba y es la pionera de la diplomacia cubana, además de haber cosido con sus manos infinidad de banderas. Sus descalificadores preferían la destrucción de Cuba a una Cuba con Emilia Casanova. Ana Cairo Ballester vio en ella la “dignidad de la mujer cubana” a la vez que un “desafiante paradigma del republicanismo”.

Domingo Goicuría compartió los trabajos de Narciso López. Fue perseguido y guardó prisión. Vino presto a la guerra del 68. Apresado, no procuró —digno entre los dignos— defensa al ser juzgado por un consejo de guerra verbal. La memoria oral contaría que, camino al patíbulo, aseguró que la estatua de Carlos III sería sustituida por la de Céspedes. Antes de expirar habría dicho: “¡Muere un hombre, pero nace un pueblo!”.

Tenía razón: todo lo que se puede llamar “el pueblo cubano” —los intercambios clasistas, raciales, culturales, regionales que supone, así como su constitución política como sujeto— no nació en hermosas casas coloniales ni en humildes bohíos. Nació en lo que ese pueblo llamó la manigua redentora, la ciudad política cubana del XIX, que elaboró la ciudadanía democrática como igual igualitario.

La bandera del “anexionista” devino enseña del nacionalismo. Representó la mayor heterodoxia concebible entonces: la República libertaria, anticolonial y antiesclavista. El periódico La Revolución, desde New York, agregaría contenidos al significado de su triángulo (1870): “Uno de sus lados es la Libertad, otro la Igualdad, y el tercero la Fraternidad. La base del triángulo cubano es la República; el vértice la abolición de la esclavitud”. La misma bandera que llegó por Cárdenas cubrió más tarde el féretro de Francisco Vicente Aguilera, al que Martí llamó el “Padre de la República”.

Los sentidos democráticos de la guerra —carácter igualitario, defensa de derechos sociales, antirracismo, valorización del Derecho y la ley— marcaron los usos democráticos de la bandera que devino pabellón de todos los cubanos.

Son tan infinitos como justos los testimonios de devoción por ella.

Esa bandera reivindicó las heterodoxias del derecho de resistencia y la inclusión de todos en el cuerpo nacional y representó la libertad personal, nacional y social. Por eso es bandera nacional, no de un partido. Sin el ejercicio continuado de esos valores, es solo un trozo de tela. La patria es una pasión política muy exigente. Es una pasión democrática cuando defiende esos valores.

El significado democrático del patriotismo

Desde otra cara del patriotismo, Gonzalo Castañón —la supuesta profanación de su tumba desencadenó el fusilamiento de los estudiantes de medicina (1871)— podía decir que los soldados españoles y, en especial los voluntarios, “mueren por la patria [española] y que no se borrará jamás de nuestros corazones su memoria”.

Versos de soldados colonialistas compartían ese sentido: “En la plaza de Matanzas/un negrito me encontré, él me dijo; Viva Cuba/y un tiro le disparé.//Por la poca confianza que en esa jente tenemos,/hacemos los españoles/según nos hacen los negros”. El libro que los recoge se titula Amor por la patria.

Es también un concepto de patria. Es la patria étnica, racializada, centrada en la biología, la lengua, la herencia. La patria conservadora. La patria excluyente de la emoción impropia, de la razón sin diálogo. La de la libertad como privilegio de secta.

Fue la patria comprometida con el colonialismo y luego con el franquismo: “los pueblos de América —diría Franco en 1939— son salidos de nuestra misma estirpe, formados en la misma fe, educados en nuestra misma lengua y por tanto participantes de la misma cultura…”.

Fue la “patria alemana” de Hitler y de Goebbels: “Vamos a combatir por la preservación de la existencia y del desarrollo de nuestra raza y de nuestro pueblo, el alimento de sus niños y el mantenimiento de la pureza de sangre, la libertad y la independencia de la patria…”

Fue la patria de la rusificación stalinista, otra forma de patrioterismo oficial. Es la patria xenófoba de Trump, que vocifera “váyase a su país” a una latina nacida en el Bronx.

Esas patrias son hijas de despotismos. El patriotismo democrático hace lo contrario. Encuentra la patria en el lugar donde se es libre.

Es el patriotismo que expresamente defendió José Martí: “Dicen que la separación de Cuba sería el fraccionamiento de la patria. Fuéralo así si la patria fuese esa idea egoísta y sórdida de dominación y de avaricia.” Fue también el de Heredia: “De mi patria/bajo el desnublado cielo/no pude resolverme a ser esclavo,/ni consentir que todo en la natura/fuese noble y feliz menos el hombre”. Fue asimismo el de Villaverde, para quien el patriotismo de su personaje Leonardo Gamboa era solo “platónico”, pues no se fundaba, como debía ser, en el sentimiento del deber ni en el conocimiento de los derechos como ciudadano y como hombre libre. Fue, en la misma línea, el de Calixto García: “Cuando se va a ser ciudadano de un pueblo libre, es necesario respetar las leyes y ejercitar las virtudes desde los campos de batalla.”

Esto es, el patriotismo es democrático cuando es pasión política por la libertad.

Fueron esas ideas de carácter cosmopolita —universales, por eso democráticas— sobre la patria. Fue tal la patria de los jacobinos: “La guerra que estamos librando no es una guerra entre rey y rey ni entre nación y nación; es una guerra de la libertad contra el despotismo. No cabe duda de que saldremos victoriosos. Una nación justa y libre es invencible”. Fue la idea de “los obreros no tienen patria”, de Marx, la del cosmopolitismo kantiano, o la de “patria es humanidad”, de Martí. Fue ese significado el que defendió Roberto Salas cuando colocó la bandera del Movimiento Revolucionario 26 de Julio en la corona de la Estatua de la Libertad en Nueva York (1957), que devino símbolo de la lucha revolucionaria clandestina cubana.

Foto: Julio César Guanche.
Foto: Julio César Guanche.

La patria, un bien común

Las performances recientes de LMOA con la bandera son consistentes con aquella pieza suya en RyC. En aquel momento nadie cuestionó su condición de artista. Ambas son declaraciones sobre la bandera como bien común, sobre la patria que pertenece a todos, con marcas políticas diversas, pero sin monopolios ideológicos, clasistas, raciales.

En todo caso, deberían juzgarse como arte —arte malo, si lo fuese—, pero es un error extraer consecuencias punitivas con base a sus significados literales percibidos. Críticos de arte, como David Mateo, o artistas, como Cirenaica Moreira, han puesto orden en las ramas de ese bosque. Más que error, es un horror convertir en críticos de arte a jueces de Derecho Penal.

Hay puertas que no se pueden abrir.

Estar en contra del encarcelamiento de LMOA no equivale a compartir su agenda política. Su obra nos puede ser muy interesante, o nada; de mal gusto o con sustancia cívica; pero no es eso lo importante aquí.

Lo que debería interesarnos son preguntas centrales que su caso pone en primer plano: cómo se procesa el pluralismo y la diferencia en Cuba, cómo se ejerce la resistencia contra lo que se experimenta como injusto, cuál es el espacio legítimo para disentir, cuál derecho tenemos a participar del espacio público, cuál debe ser la anchura —la virtud— del patriotismo que queremos defender en la patria que queremos vivir.

También debería interesarnos el derecho a disentir de la agenda política de LMOA sin ser infamados por ello. La oposición a una injusticia no justifica el “vale todo” que defienden corrientes de opinión contrarias al gobierno cubano, y que funcionan con el mismo “conmigo o contra mí” que dicen impugnar. Debería interesarnos que la patria sea ara, no tribu.

De la idea de patria como heroísmo de la libertad se desprende el derecho a la libertad de expresión. Ese derecho interesa, pero otros derechos también deberían interesarnos. De esa idea de patria se desprende además la preferencia por la propiedad ejercida en común sobre la propiedad privada. El amor por el municipio como forma esencial de la vida política. La pasión por el Derecho, por su elaboración democrática y por su cumplimiento universal, sin selectividades. La devoción por la igualdad civil y política. La demanda de libertad del otro como condición de posibilidad de la propia libertad. La fidelidad y la lealtad a las normas e instituciones que nos hagan libres. La valorización del pluralismo. El culto a la dignidad plena del hombre. La patria con todos y para el bien de todos.

 

 

Nota:

[1] Revolución y Cultura, No. 2, abril-junio, 2016.

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