Limpieza general

Este fin de semana hice limpieza general. Llevaba meses, largos meses, aplazándola. La hago mañana, pasado mañana, la semana que viene que estoy más desocupado, mejor el próximo mes, cuando coja vacaciones… Este fin de semana lo decidí: es ahora o no será nunca. Corría el riesgo de que los libros, las revistas y periódicos, los programas de teatro y ballet, los catálogos de exposiciones, los papelitos de recados, las agendas viejas, los carteles, las libretas de notas, los bolígrafos gastados, los audífonos rotos, los casetes de video, los discos inservibles, los zapatos despegados, la ropa que ya no uso, los suvenires, los sombreros deshilachados, las corbatas que nunca me puse, los radios y grabadoras descontinuados… corría el riesgo de que esa avalancha de objetos me sacaran de mi cuarto, no me dejaran espacio para moverme, me robaran aire y luz. Es increíble la cantidad de cosas que uno va acumulando a lo largo de su vida. En algún momento, nos decimos, nos harán falta. Algún día leeré este libro. Puede ser que necesitaré esta tuerca. ¿Cómo me voy a deshacer de estos periódicos si ahí aparecieron mis primeros artículos? Pero hay que ser riguroso, no hay otra. La mayoría de las cosas que guardamos no nos servirán para nada más. Son basura, aunque basura entrañable. Hay que ser riguroso: hay que tirar.

Conseguí cuatro cajas grandes de cartón. Abrí armarios, gavetas y baúles (eso último es una metáfora, yo nunca he tenido un baúl, yo sueño con tener un baúl bien bonito, como los que salen en las películas de época). Comenzó la aventura. Pero lo que iba a ser un procedimiento de barrido terminó por ser un recuento vital. Porque me di cuenta de que esos objetos narraban mi biografía. Ahí estaba, peripecias más peripecias menos, mi historia personal. Pensé en mis biógrafos. ¿Y si botaba una nota importante, que dentro de cincuenta años pudiera dar luz sobre algún pasaje de mi existencia? Pero enseguida puse mis pies en el suelo. Lo más seguro es que yo no tenga biógrafos. Cuando yo me muera, lo más seguro es que de mi devenir solo quedarán los miles de artículos y fotografías que he publicado en periódicos, revistas y sitios web… si es que alguien se anima a revisar esos periódicos, revistas y sitios web dentro de cincuenta años… si es que dentro de cincuenta años todavía existen esos periódicos, revistas y sitios web. Hay que dejarse de boberías. Desnudos llegamos y desnudos nos iremos. Una vez lo escribí en un poema (disculpen que de cuando en cuando los agobie con mis tristes versos): el aire está lleno de memorias/ que no serán contadas nunca. Comencé por tirar precisamente las notas y recados…

Una cosa es decir “voy a hacer esto” y otra bien distinta es hacerlo. La limpieza general me deprimió. Pensé que iba a terminar en media hora y estuve más de seis entre montones de papel y tela. Lo más fácil fue deshacerme de los zapatos rotos (aunque una y otra vez me dije: este a lo mejor lo puedo mandar a arreglar), de los aparatos defectuosos (¿tendrán arreglo?)… Pero de las cartas, de las postales, de las revistas que no he tenido tiempo de leer… ¿cómo podía deshacerme de todo eso? Haciendo un gran esfuerzo, sin detenerme a mirar mucho, fui haciendo un bulto. Con los periódicos fue más difícil: me puse a leer mis artículos de hace diez años (por cierto, me he preocupado, tengo casi la certeza de que hace diez años escribía mejor que ahora); al final me dije: todos estos periódicos están conservados en la biblioteca. Los tiré. Lo de los libros ya fue otra cosa: no pude decidirme a botar ninguno, a no ser algunos tratados de mecánica. Haciendo de tripas corazón hice una preselección, después una selección final. Y los que quedaron fuera los metí en dos cajas. Ahora tengo las cajas en medio de la sala. No sé qué voy a hacer con ellas. Quizás pudiera llevarlas a un librería, quizás las ponga en la esquina para que la gente se sirva. Pero botarlas, así de simple, botarlas… no puedo. Uno a veces es muy sentimental.

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