Los vivos y los muertos

Fui con mi madre al cementerio de Sabanita, a ponerle flores a mi abuela. Para mí, que hacía años que no ponía un pie allí, era ciertamente una experiencia interesante. Llevé la cámara e hice muchas fotos. Mi madre, apenas llegó, se disgustó, pues alguien se había robado los búcaros. “No respetan ni a los muertos”, se quejó. No sé cómo, pero se las arregló para poner todas las flores. Cuando ya nos íbamos, descubrió los búcaros en otra bóveda.
—Son estos mismos, no me cabe la menor duda…
—Pues tómalos —le dije.
Lo pensó un poco, terminó suspirando.
—No, mejor que no, ellos no respetarán a los muertos, pero yo sí…

***

Un día ventoso, sentados en el portal de su casa, un amigo me narró algo escalofriante: iba una noche caminado cerca del cementerio cuando una señora vestida de blanco lo llamó; le pidió que la acompañara, pues tenía algo que hacer en el caserío cercano. Anduvieron juntos un rato y justo a la entrada del pueblito, la señora desapareció. Unas semanas después fue con su mamá al cementerio a ponerle flores a su abuela, y en la misma tumba encontró una foto de la mujer. Le preguntó a la madre y ella le respondió: “esa es tu tía, que murió antes de que tú nacieras…” Mi amigo me hizo el cuento con tanta vehemencia que le tuve que creer. Me dijo: “pon tu mano sobre mi corazón, para que veas cómo lo tengo nada más que de acordarme”. Y efectivamente, latía con intensidad. Unas semanas después leí en una revista Selecciones una historia muy parecida. Le dije a mi padre y se me rió en la cara: “ese cuento lo estoy escuchando desde que era de tu tamaño”. Me sentí burlado y quise pagarle a mi amigo con la misma moneda. Cuando nos vimos le conté que una bisabuela se me aparecía por las noches junto a la cama. No me dejó terminar: “Ese cuento se lo haces a tu tía, todo el mundo sabe que los muertos no salen”.

***

Estoy columpiándome con mi tía cuando escuchamos las carcajadas de sus vecinos. «Esa gente siempre está contenta», le digo. Mi tía se encoge de hombros: «Y eso que le deben a las once mil vírgenes. Imagínate, que hace un tiempo todos tenían cadenas de oro. Las vendieron para comprar un cochecito, pues una de las muchachas parió. A las pocas semanas vendieron el coche para comprar un DVD. Después vendieron el DVD para comprar una batidora. El otro día encargaron muebles nuevos. No sé qué negocio hicieron que volvieron a comprarse cadenas de oro. El caso es que no hace ni una semana que vino un carro y se llevó los muebles nuevos y el refrigerador… Y así y todo, hay que ver lo bien que la pasan. ¡Y yo con todos mis muebles y mira lo poco que me divierto!»

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