De mi amniocentesis y mis demonios

Tener 42 años y convertirme en madre me suma el calificativo de “añosa”, y a mi bebé el de “feto valioso”. Mi embarazo es de riesgo porque mis óvulos tienen mi edad. Entonces, aunque, no hay antecedentes en las familias –mía y del papá– de malformaciones o enfermedades congénitas, hay que investigar a fondo.

Además de todos los exámenes comunes a cualquier mujer en mi estado, junto a los marcadores genéticos (ultrasonidos en los que ven a mi bebé, lo miden, lo pesan, le revisan que cada cosita de su cuerpo esté formada para su edad…), y la alfafetoproteína (un pinchacito para medir en sangre los niveles de esta proteína como indicador de algunos tipos de inconvenientes genéticos), me tocaba la amniocentesis, definida en diccionarios comunes como una “punción abdominal de la matriz para extraer una pequeña cantidad del líquido amniótico que rodea el feto”.

La amniocentesis asusta. No solo porque puede detectar condiciones como el síndrome de Down, uno de los más frecuentes riesgos para mi bebé a mi edad, sino porque habrían de pinchar con una aguja inmensa mi panza y atravesar mi útero, con riesgos de aborto durante las 72 horas posteriores al examen.

“El útero se siente atacado y puede reaccionar con contracciones…”, me tradujo mi cariñosa seño Miladiz, del Hogar Materno Leonor Pérez, de La Habana Vieja, donde hacemos parte de nuestro seguimiento genético.

Ella, dentro del sistema de salud, me garantizaba un turno para el pasado 5 de junio en la consulta de Genética Provincial, del Hospital Ramón González Coro, el único sitio de la capital donde se realiza este examen médico.

Sin pensarlo, firmé el documento de consentimiento en el que me hacía cargo. Pero mis dudas comenzaron unos días después, en casita, sola (aunque desde que me embaracé nunca más me he sentido así, la verdad).

Si mi bebé padecía alguna de esas malformaciones, ¿sería capaz de abortar mi embarazo? ¿Valía la pena el riesgo, los riesgos?

Consulté a mi biblia de embarazada, a cada médico que tuve al alcance, a cada mujer que había vivido un proceso similar (algunas, incluso, que habían optado por no hacérsela y tenían felizmente hijos saludables, según las normas de nuestro mundo injusto), y a mi papá, que es, pese a nuestras diferencias, un hombre sabio. Extrañé a mi mamá que me habría acompañado también con su sabiduría por ser médica de las buenas.

La amniocentesis tiene un 99 por ciento de credibilidad en el diagnóstico de síndrome de Down. Sus complicaciones son raras. Pese a ser un procedimiento invasivo, solo un 1 por ciento de las mujeres sufre pérdidas de fluido amniótico. El resto puede ser solo calambres posteriores.

Pero nada, nada, influyó más en mi decisión de hacerme la amniocentesis que las luchas de mis hermanas argentinas (muchos amigos hombres se sumaron) por el derecho al aborto, por el derecho a decidir sobre sus “cuerpas”. Con sus pañuelos verdes inundaban por esos días su país y sus redes sociales, en una pelea que sigue. La iniciativa permite el aborto libre hasta la semana 14 de gestación, y hasta los nueve meses de embarazo bajo las causales de violación, riesgo de vida y salud de la madre e inviabilidad fetal.

Pensé en el privilegio de vivir en una isla donde el aborto es un derecho garantizado por igual a cada mujer -–también los hombres se benefician.

Así que el 5 de junio último les hice honores a su batalla: segura de que ganarían en nombre de la justicia, me permití gozar de mi libertad con responsabilidad.

Mi amable doctor Yovany revisó a mi bebé mediante ultrasonido (localizando al feto y la placenta) y luego con una aguja hueca larga, muy larga, hizo la punción (nunca es a través del ombligo, una creencia al parecer bastante arraigada entre las cubanas).

Sentí una presión fuerte en el abdomen bajo y cómo atravesó mis músculos. El procedimiento completo duró menos de diez minutos –aunque la espera es más larga. Ese día me acompañaban una veintena de mujeres en situaciones más o menos parecida a la mía que venían de distintos –y hasta muy distantes- municipios de La Habana. Luego reposé absolutamente las 72 horas indicadas, gracias a mis amigos amorosos. Sobrevivimos al examen más difícil.

Ahora espero el resultado, un poco más tranquila porque los resultados de la prueba de alfafetoproteína demuestran parámetros normales, mientras los ultrasonidos de rutina indican que todo marcha bien con nosotros dos.  Ahora acompaño a mis hermanas argentinas desde La Habana, aunque acá no necesitemos de pañuelos verdes y sí de otras batallas arcoiris.

 

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