¿Criar a Nina feminista?

El feminismo que conozco, en el que milito, no es proselitista.

Nina con Juani Santos.

Nina con Juani Santos.

He contado varias veces que supe de feminismo en los 80, cuando mi padre me abrió los ojos a otros referentes de mujeres que no teníamos en la familia. Desde entonces, empecé a investigar para entender por qué mi papá relacionaba esa ideología con mi libertad como mujer.

Comencé a prestar atención a aquellos vínculos cercanos, mayoritariamente mujeres, hasta hoy. Entendí más tarde a mi madre cuando, desde mi temprana infancia, me animaba a creer en mis particularidades, a defenderlas y a respetar a los supuestos otros en las suyas; a cuidar de los animales, a proteger el medioambiente, a ser independiente. Ninguno de los dos fue feminista, sí justos.

La semana última varios activistas cubanos compartieron en sus redes sociales, etiquetándome, la nota del diario estadounidense The New York Times «Cómo criar a un niño feminista» (niño entendido como masculino). La propuesta de la autora estadounidense, Claire Cain Miller, y la forma en que se ha reproducido en nuestras redes sociales, me perturba desde el título.

La periodista interrogó a expertos de diversas disciplinas que devolvieron sus consejos. Para llegar a consenso con sus entrevistados, definió el feminismo, según ella misma confiesa, “de manera simple”: “alguien que cree en la igualdad total entre hombres y mujeres”.

Cito los epígrafes en los que sintetiza sus recomendaciones válidas para lograr la justicia de género:

-Déjalo llorar.

-Proporciónale modelos a seguir.

-Déjalo ser él mismo.

-Enséñale a hacerse cargo de sí mismo.

-Enséñale a cuidar de otros.

-Comparte el trabajo.

-Aliéntalo a que tenga amigas.

-Enséñale que “No es no”.

-Pronúnciate cuando alguien sea intolerante.

-Nunca uses la palabra “niña” como insulto.

-Léele mucho, en especial historias sobre mujeres y niñas.

-Celebra el que sea niño.

No creo que tenga que explicar pleca por pleca para los lectores que no puedan disfrutar del lenguaje hipermedia que Internet impone. Están escritas con claridad. Sí, que no son opciones válidas solo para niños (varones), también deberán serlo para niñas con nuestras especificidades de género, aunque a nosotras no nos humillan por llorar, y nos enseñan, por encima de muchas otras cosas, a cuidar de los demás y muy poco de nosotras mismas, por ejemplo. Sí, que el feminismo no puede reducirse solo a estos puntos.

El feminismo que conozco, en el que milito, no es proselitista. No pretende convertirnos a todos en sus militantes, sino alertarnos sobre el daño que provocan las inequidades y una manera de gobernar países, centros de trabajo y hogares –practicada por hombres y mujeres y hasta personas que han roto con la norma binaria– que nos hace infelices a todos, que hace del mundo un lugar insostenible y finito.

Mi feminismo –hay muchos, como suele pasar con otras ideologías– responsabiliza al patriarcado de tanta polución, del extractivismo, de la discriminación por cualquier motivo, de tanto poder vertical, de todo el binarismo de género que olvida a niños y personas no encasillables en hombres y mujeres, de tanta violencia de género.

Hoy me cuestiono si es correcto imponer a Nina mi ideología antipatriarcal radical, como tantas veces me he preguntado lo mismo sobre padres que gravan en sus retoños otras ideologías, sin ofrecerles más posibilidades a sus hijos. Como si el solo hecho de convivir con nuestros credos –que, por supuesto, creemos buenos– no fuera suficiente para contagiarlos.

Mi respuesta es clara: no quiero que Nina crezca a mi imagen y semejanza. La pienso justa, algo que no relaciono con la elección de vestirse de rosa, usar tacones y pintalabios y sacarse las cejas (aunque ya le muestro la belleza de otros colores). La pienso independiente. La pienso respetada en sus creencias, en sus particularidades. La pienso crítica con todo lo que la rodea, informada y culta, porque también la pienso libre. La pienso feliz.

Mi amigo Juani Santos, responsable de que Cuba haya abierto espacios para la atención a personas trans hace unas cuatro décadas y un luchador hasta ahora, me tranquilizaba cuando vino a conocerla y le contaba de mi controversia a partir de mi lectura: “Ella no tendrá que arrancarse los vestidos y romperlos, como tuve que hacer yo para que no me los impusieran” (nacido mujer, según sus genitales). Y yo, más que creerle, me empeño en que así sea.

Les deseo a todos, todos los lectores de estos Martazos, cositas buenas para el 2019: felicidad, aventuras, equidad y justicia, que nos lo merecemos.

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