De sororidad y aquelarres

Para Renata y todas nosotras, por las Lunas llenas.

 

Este Martazos es solo para mujeres en la categoría más amplia que he asumido, aunque muchas de las transfeminidades no tengan voz propia aún en medios de comunicación cubanos, incluso en las supuestamente democráticas redes sociales que desde esta isla se articulan.

Usted, hombre en la categoría que quiera, amigo o lo contrario, por supuesto tiene derecho a leer y comentar (Siéntase todo lo libre que su acceso a Internet y las normas de publicación de OnCuba News le permitan). Solo sepa que yo me comprometo a no responder a sus comentarios. Seré, esta vez para ustedes, una receptora y punto.

Es que hoy quiero escribir sobre sororidad, como se ha nombrado a la solidaridad entre mujeres, a partir de la palabra sor: hermana.

Fuimos enseñadas a competir. Somos, cada día, invitadas a mirarnos desde la sospecha. Los hombres también. No me engañan. Pero ellos pueden unirse en sus masculinidades para lograr sus luchas por pequeñas que sean. Así nos lo refieren perpetuamente la Historia y las noticias cotidianas. Nosotras ahí aparecemos –si aparecemos– de otras maneras.

Siempre digo que nuestra historia como mujeres está, en el menos malo de los casos, mal contada. En el peor, ni siquiera somos referidas, como en nuestro proyecto de Constitución, en el que aparecemos todos los cubanos como herederos de Martí, Fidel y ni una sola mujer es mencionada. No hay Mariana ni Ana ni Celia ni Vilma ni Haydee (tampoco hay negros). Siempre nos remito a pensarnos como iniciadoras de grandes luchas ideológicas y políticas, que han traído justicia, prosperidad, felicidad… a hombres incluidos.

Una auditoría de género para la nueva Constitución

El derecho al voto, el derecho al trabajo, el derecho a acceder en equidad al espacio público, el derecho al divorcio, el derecho al aborto, el derecho a las paternidades responsables… son algunos de los ejemplos en los que hemos aportado hasta víctimas mortales en las calles y las casas de este mundo, en los que seguimos aportando, aun cuando en algunos países los hayamos conquistado en letras firmes. Estos derechos por los que luchamos nos los deben las sociedades patriarcales que habitamos. Nos son debidos por los hombres que las gobiernan.

Por eso, cuando las mujeres nos reunimos somos peligrosas. De eso también va la sororidad, de la fuerza que nos da sabernos unidas y no en un campo de batalla a por los machofuckers, como nos fue enseñado.

Esta vez fuimos una decena y me unió Martazos. Renata me contactó por Facebook, después de una búsqueda. No me conocía más que por estos escritos. Aun así, me invitaba a una reunión de amigas cubanas y del mundo, que por diversas razones viven acá.

Renata es chilena residente en Cuba. Renata tiene una panza de 19 semanas que muestra como yo, sin vergüenzas, sin miedo al escarnio público, a las miradas incómodas, a los comentarios prejuiciosos a su paso.

Renata, Lucía, Berta y Greta, con el apoyo de sus amigas (y de dos hombres que no asistirían a nuestra reunión), organizaron este aquelarre con la luna llena, en medio de velas, inciensos, música y hasta un colibrí que decidió zumbar sobre nuestras cabezas en mitad de nuestra ceremonia.

Nos festejamos por ser mujeres, por nuestros úteros preñados o por preñar o por no. Cantamos y nos movimos –yo como pude– al compás de nuestras voces y el tambor de Lucía. Nuestras melodías se alzaron desde una de las riberas del poluto río Almendares.

Hablamos de la vida, de nuestros cuerpos, de nuestras luchas; también de esperanzas y embarazos. Miramos a la Luna llena. Invocamos a nuestras ancestras (Word me lo señala como error ortográfico porque aparece en su diccionario solo en masculino). Eso hacemos las mujeres cuando nos reunimos. Por eso somos peligrosas.

A la Luna tantas veces he regalado, le he pedido, en mi falta de otro tipo de fe, a la Luna me he encomendado. Y a esas mujeres brujas que la invocan en sus nombres y en el mío, en el de mi criatura. A ellas que me confirman que la sororidad es el camino.

Espero poder seguir contando historias místicas, mágicas, como esta. Espero que me inviten. Espero aportar en nuestras luchas y luchitas. Espero cantar y bailar con ustedes todas y más.

Y te doy las gracias, Renata, por la invitación. Gracias por Saraí y Rubí, pasando por todas las demás mujeres. Gracias por todas las que tuvimos nuestro propio aquelarre a la luz de la Luna llena.

¡Ah! Mi glucosa está en parámetros normales cada día. Confirmo con glucómetro propio el error de laboratorio, porque no he cambiado ni un ápice de mi dieta y sí sumé estreses médicos y de otras índoles esta última semana.

Me despido parafraseando a la francesa tremenda Virginia Despentes: “Chao, chicas. Y mejor viaje”.

 

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