Hablemos de violencia obstétrica

Foto: Amaya Oria

Foto: Amaya Oria

Mi amiga Saraí está gestando a su bebé hace poco más de unas 30 semanas. Ella en Nuevitas (Camagüey) y yo en La Habana, con mi criatura de 29 semanas, intercambiamos impresiones, soluciones, sueños y esperanzas siempre que Etecsa nos permite hacer uso del celular, cuando no da el ya infinito “Error en la red”.

Con Saraí nos conocimos en 2014, en su tierra que adoro, durante el evento Hieroscopia, que organiza el Movimiento Audiovisual Nuevitero (MAN). Yo protestaba por la escasez de mujeres realizadoras en el grupo, como reflejo de lo que sucede en la isla entera. Ella, con alma de directora, se las ingenió para que yo actuara en su primer corto de ficción. De ahí salió Ansias. Mi debut como actriz. Mi estreno como mujer alada.

Desde entonces hemos estado conectadas por la amistad, por la sororidad. Hoy los vínculos son cada vez más fuertes. Hoy, que ya no creo en simples coincidencias.

Sara me cuenta cómo, mientras su ginecólogo considera no ha subido de peso lo suficiente, su nutricionista asegura que está bien; cómo ha logrado, con su alimentación y algunos suplementos, aumentar su hemoglobina que andaba por los suelos, y cómo, ahora que ha sumado una buena cantidad de glóbulos rojos con todo el “sacrificio”, no le creen y repiten el examen de sangre: “es imposible que haya subido tanto, debe ser un error de laboratorio”. Más pinchazos.

Ella me asegura que se siente bien físicamente. Se alimenta bien. Duerme bien. Descansa. Trata de disfrutar cada instante.

Hace pocas semanas me tocó a mí. Discutía en tono amable con una doctora (últimamente pareciera que discutir es pelear, gritar… pero sabemos que es tratar de exponer puntos de vista diferentes, aun cuando no haya consenso final) sobre mi embarazo. Iniciaba yo mi tercer trimestre y ella sugería enérgica ponerme de reposo obligatorio: bebé en posición fetal (de cabeza, listo para salir), cuello de útero corto, mi bajo peso, y mi trabajo, no eran compatibles con un parto a feliz término.

Yo argumentaba: me siento bien, los parámetros de mi criatura están bien (siguen bien… la semana última recibí los resultados de los exámenes complementarios de este período y pude verla en un ultrasonido reglamentario, cuyos parámetros están correctos para el tiempo de gestación), y, si no trabajo, muero, moriremos de inanición, también de tristeza.

Su respuesta fue lapidaria: “el embarazo no es fisiológico”. Yo discrepo: el embarazo es en principio, en esencia, fisiológico. No niego la importancia de las prácticas médicas (ginecobstetras, genetistas, mi médico de familia, enfermeros, laboratoristas… han sido buenos aliados para mí y para mi bebé) en este proceso.

Sin embargo, quiero que mi experiencia personal me permita ser crítica con el tratamiento que la medicina occidental y patriarcal da a mi cuerpo embarazado, al de mis amigas, al de todas las mujeres y nuestros hijos. Condeno el paradigma invasivo, intervencionista, y patológico. Me declaro en contra del abuso de la medicalización, de la patologización de un proceso natural. Necesito desterrar ese estrés, quiero gozar mi experiencia con placer, usar mis instintos.

La jurista feminista costarricense Alda Facio (también presidenta del Grupo de Trabajo contra la Discriminación de la Mujer del Consejo de Derechos Humanos de la ONU) contaba en una conferencia que dictó en La Habana a inicios de año, que 80,000 de nosotras morimos anualmente “por abortos inseguros” y cinco millones somos incapacitadas como consecuencia de “negligencias”, “violencias obstétricas” o, en su defecto, por “la falta de servicios de salud reproductiva”. A todo eso se llama violencia, a todo puede ponerse el calificativo de género.

Vuelvo a situar mi maternidad como transhackfeminista, “subversiva, sexual y combativa”, como la nombra la argentina María Llopiz, frente a la violencia médico obstétrica. Quiero que colectivicemos nuestro conocimiento, nuestras prácticas. Quiero luchar por el aborto y el parto, libres, seguros. Quiero que se incluyan a las paternidades con todos los modos de serlo, no solo el heteronormado. Quiero que mis médicos dejen de estar estresados por mi gestación. Quiero que disfruten conmigo, con Saraí, con nosotras de este proceso que iniciamos desde ahora para toda la vida. Quiero que el bebé de mi amiga y el mío dejen de ser números para estadísticas triunfales. Quiero, pido y lucho como mujer alada.

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Proyecto Ginecosofía

Observatorio de la violencia obstétrica

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