Mañana será otro día

Hace unos 20 días hice público en mis redes sociales mi embarazo, un asunto que no había estado en la agenda de mis 42 años. Coincidía con mi decisión de ser madre soltera ante un panorama de pareja muy, muy perturbador. La noticia, además de las obvias felicitaciones y los asombros, provocó reacciones de todo tipo en la web y en la vida real.

Una mujer con sus hijos (varones ambos) criados, a la que antes le he reconocido su esfuerzo como madre soltera y quiero con el alma, me recomendó tener paciencia con el padre de mi bebé y no asumirme como madre soltera. Se puso como ejemplo:

“Yo aguanté en mi segundo embarazo que el padre de mis hijos me traicionara con otra mujer y llegara todos los días tarde. Miraba para otro lado para proteger a mi bebé en la barriga y al otro que estaba pequeñito. Hasta que un día me abandonó. Tú no sabes lo que es ser madre soltera. Yo sí. Tú debías pensarlo mejor. A ti no te han traicionado… Él no te pegó…”, así me dijo.

Ese mismo día, tras leer mi post de Facebook, una compañera a la que respeto mucho profesionalmente y quiero desde las distancias, me llamó para felicitarme y sororizarse. Me contó: “yo soy madre de dos hijas y vivo con mi esposo que no colabora en casa ni en sus crianzas, pese a ser yo también la proveedora…”

Además de mi cariño por estas dos mujeres, mi sororidad y mi respeto por las decisiones ajenas, no comulgo con sus soluciones.

Resistir ambas situaciones me parecen el acatamiento femenino de una violencia de género que, por no ser física –no son golpes de los que dejan huellas visibles–, está poco identificada, nada reconocida. Es dañina e injusta y se responde con algún tipo de violencia (lo sé con cerebro propio). Un ciclo sin fin. Una violencia a la que hay que ponerle nombre, prevenir y no reproducir.

Cuba carece de legislaciones específicas sobre la violencia de género, la violencia machista. De las paternidades poco se discute. Mientras sus parlamentarios se demoran –casi boicotean, en nombre de prioridades relacionadas con medidas económicas– en actualizar el Código de Familia, instrumento de 1975 (un año más viejo que yo), para que responda a las demandas presentes de esta institución social.

En medio del iniciado proceso de reformas constitucionales, el Centro de Estudios Convivencia identifica entre su montón de propuestas de “leyes necesarias y oportunas”, la protección de madres solteras y la prevención de la violencia “doméstica” –así le llaman a la violencia de género.

El panorama, desde mi puesto de observadora participante y a partir de estudios con muchas limitaciones, alerta sobre el aumento de las familias monoparentales, lideradas por nosotras, mujeres.

En 2016, la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) aseguró que 46,2 por ciento de las viviendas tenían jefatura femenina, en una tendencia al alza que data desde 1981. Sin embargo, pronosticó en su informe Proyecciones de los Hogares Cubanos 2015-2030 que, en los próximos 15, alcanzaremos 52,5 por ciento.

Las cifras preocupan. No solo por el incremento de las dificultades económicas que este escenario genera, sino porque estos números se traducen en una cercana relación con la pobreza crónica.

Ejemplifico con la lejana Argentina. Según los datos de su Observatorio de la Maternidad, las mujeres tienen cuatro veces más probabilidades de vivir en hogares pobres, cuando tienen hijos. En Cuba, la realidad no parece ser más halagüeña.

Desde ese país, una amiga me hacía pensar que “lo de soltera o casada es un mote del patriarcado. A ver: se supones que si eres madre a secas hay un varón cerca, si no hay tal cosa se agrega soltera. Madre soltera es el modo en que el patriarcado señala una falta. Una es madre a secas, a veces con pareja y otras veces sin ella… Una es madre y punto. El estado civil es un problema que no es nuestro”.

Le sonrío desde mi banco de parque que me sirve de oficina con WiFi –cuando no llueve, cuando no hace tanto sol, cuando hay menos personas. Y sí, pero el calificativo de la maternidad hace una diferencia importante en nuestros hogares, nuestras familias. Estoy segura de que sí es un problema nuestro, individual y planetario, que se resolverá con políticas públicas que incluyan la educación, equidad, justicia… de géneros. Todo eso avalado por las leyes.

No soy ingenua. Y, por ahora, me hago cargo, sin ser superwoman, de mi maternidad transHackfeminista o lo que es lo mismo: subversiva, sexual y combativa.

Cada día me siento, como Scarlett O´Hara al pie del árbol de Tara y la acoto: “mañana será otro día” tranquilo.

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