¿Niña, niño, niñx?

Hace unos días mi amigo de 7 años Jorgito Martínez me llamó desde sus lejanas tierras de Nuevitas, Camagüey. Era una llamada de rutina, una llamada que espero, mes tras mes, desde hace casi 4 años. Esta vez, la pregunta de mi amigo tuvo que ver con el sexo de mi bebé.
¿Va a ser niña o niño?, me soltó sin introducciones.
No me tomó por sorpresa porque esta ha sido la interrogación más frecuente en nuestros últimos 5 meses, incluso a manera de: ¿Qué sexo prefieres? (Es curioso, nadie aquí me lo ha preguntado. Sin embargo, en mis redes más cercanas es un cuestionamiento bastante frecuente).
El 30 de abril tuve mi primera consulta de marcadores genéticos. Pude, con cierto margen de error, saber por primera vez el sexo biológico de mi bebé. Pero, apenas entré, le dije a mi médico que no quería saber.
Su sorpresa fue manifiesta: ¡¿No quieres saberlo?!, dijo mientras revisaba cada partecita del cuerpo diminuto de mi criatura, que había decidido estar muy tranquila en mi pancita. Escuchábamos su corazoncito vivo.
¿Está bien? ¿Se le ve bien? Era todo lo que podía interesarme. Todo lo que me interesa. Y como todo marchaba perfecto según su tiempo de gestación, la conversación giró otra vez hacia sus genitales.
No es nada común que las mujeres que van a su consulta se comporten como yo, me comentó. Tanto es así que, en sus años de experiencia, yo había sido la única cubana que no estaba interesada en este dato.
Otro tanto me sucedió en la segunda consulta genética con las amorosas doctoras del Hogar Materno Leonor Pérez, de La Habana Vieja. La sorpresa de las médicas vino con sus preocupaciones sobre la canastilla, el uso del rosado o el azul, de vestidos o pantalones… Ese día, Gorgojitx o Gorgui, como le llamamos, además de Ñoqui y otros motes cariñosos y sin marca de género, había decidido mostrarse animado y movidito en mi barriguita.
Existen otros colores hermosos, más allá de los que supuestamente marcan a los géneros binarios. Tampoco me gusta especialmente el color rosado. Algo así les devolví recíproca por sus atenciones conmigo y con mi bebé.
La otra posibilidad vino con la amniocentesis. Mi ginecobstetra de cabecera –mi amiga– me pidió permiso para saber. Ella nos hará el parto. Así que se lo concedí. A las emociones de hacer nacer a mi criatura, no quise sumarle la sorpresa con su sexo biológico. Puse solo una condición: no puede decirme.
No he querido, tampoco, hacerles caso a los sueños reveladores de mi hermana menor y a los millones de mitos en torno a la forma de mi barriga, el brillo de mi cara, la forma de mis caderas…
Más allá de la ciencia y los mitos, desde mi profesión y mi activismo feminista, he sido testiga del sufrimiento que provoca definir, a partir de los genitales –sexo biológico–, el género en dos polos culturalmente construidos, culturalmente acatados: masculino y femenino, con roles estrictos que exceden los colores para convertirnos, según el caso, en niña o niño, hembra o varón, mujer u hombre –así, en singular.
El escenario comienza a ser otro, por suerte. Y el patriarcado, aunque se resista, ya ha sido expuesto por los estudios de género y la militancia feminista. Las diversidades sexuales y de géneros están siendo respetadas, despatologizadas y normalizadas por la vida misma. También por las estructuras que legitiman qué es ser mujer y ser hombre para que podamos disfrutar de ser mujeres, hombres, trans, queers…, todos en plural.
El pasado 18 de junio, la Organización Mundial de la Salud (OMS), tras más de una década de trabajo, aprobó su CIE-11. En este documento, que rige todas las prácticas médicas planetarias, la transexualidad ya no existe como enfermedad, aunque queda ver cómo se implementa luego de que sea votado por los países en la asamblea mundial de mayo de 2019.
Ocho años antes, los expertos cubanos, reunidos por el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) y la Sociedad Cubana para el Estudio de la Sexualidad (SOCUMES) se habían pronunciado sobre este asunto y la despatologización de otras identidades transgénero. Sin embargo, las prácticas en torno a la transexualidad siguen estando medicalizadas aquí –y hasta nuevo aviso.
Mi Isla cabildea, con no pocas resistencias, por incluir en las reformas constitucionales la figura del matrimonio igualitario, así como por una ley de identidad de género, más otras acciones legislativas y educativas.
Yo lucho para que mi bebé no tenga que padecer estar encasillado en niña o niño desde el momento de su alumbramiento. O incluso antes.
Y, cuando le explico a mi amigo de solo 7 años por qué quiero saber el sexo biológico cuando nazca, su respuesta se aleja un poco de lo binario para dar paso a las sensaciones. Comienzo a sentir ciertas esperanzas para el mundo que le tocará vivir a mi criatura, con x: “¡Ya sé, tú lo que quieres es emocionarte!”, me dijo.

Mitos populares para predecir el sexo del bebé

-Una barriguita puntiaguda es un niño. Si es una barriga redonda y se desdibuja la cintura, será niña.
-Si la cara de la madre está inflamada o tiene las mejillas llenas, será niña.
-Cuando la madre gana peso en sus glúteos y no en la cintura, será niño.
-Un niño provoca antojos de proteínas, grasas, o pastel de chocolate. Una niña, de caramelos, frutas, fresas, yogurt, jugos de fruta.

Dos tests no científicos para determinar el sexo del bebé

Poner unas gotas de aceite en el vientre materno y dejar que corra es una prueba casera antigua. Se dice que, si el aceite se desplaza despacio, es una niña. Si el aceite corre rápidamente, es un niño.
Los sueños reveladores de algún familiar sobre el sexo del bebé indican que tendrá el sexo contrario al que se sueña.

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