No quiero ser esa Superwoman

No juzgo ni juzgaré a ninguna mujer que emprenda caminos sin sus hijos. Sin embargo, no apoyaré a colectivos, expertos, activistas, gobiernos o cualquier estructura que trabajen contra las violencias de género cuando decidan practicarla, ejercerla, bajo justificaciones de cualquier índole.

Marta y Nina.

Marta y Nina.

Todavía el mundo no se pone de acuerdo con los derechos de las mujeres embarazadas ni madres lactantes. Son noticias relativamente frescas que EE.UU. descriminaliza amamantar en público en todos sus Estados, sus luchas por lograr licencias de maternidad pagadas; en Hong Kong un centenar de madres protestaron sobre la absurda prohibición de lactar en la calle, con un flashmob movilizante; los países de la Unión Europea luchan para que se cumplan los tiempos de permiso remunerado para ausentarse del trabajo a mujeres (y hombres) que han emprendido maternidad o paternidad; y Argentina batalla por el derecho a que la maternidad sea deseada.

También reciente, Cuba actualiza su Ley de Maternidad, comienza a abrir salas para la lactancia en terminales de ómnibus interprovinciales. Pese a esta criticada legislación de 2017 (“pareciera más una medida para que las mujeres se incorporen antes al trabajo…”, comentó alguien en mi Facebook), y a que amamantar en público solo es mal visto, aún esta etapa representa un problema para nosotras y nuestras criaturas.

No han sido pocas las denuncias de que en entrevistas para trabajar en espacios privados y estatales cubanos nos pregunten si tenemos –e incluso si queremos tener– hijos. La casillita de Sí marcada nos hace vulnerables, poco competitivas respecto a otras mujeres y, por supuesto, frente a los hombres. Las trabajadoras independientes, como yo, no gozamos de ningún apoyo estatal en este sentido. (Quizá, entre otras razones, por mi maternidad postergada). Discriminación, se llama en ambos casos.

Estas son luchas vigentes contra la llamada violencia de género en el mundo. Pero muy poco se habla sobre las violencias a las que nos someten por estar embarazadas o ser madres de hijos lactantes y pequeños.

Comencé a trabajar la misma semana en que di a luz a Nina. Al mes, me invitaron a un espacio con mujeres feministas estadounidenses. Era un almuerzo de trabajo. Les recordé que estaba recién parida, que mi hija vivía con lactancia exclusiva y a libre demanda, sin restricciones. Pedí, para poder cumplir con mi mandato, me permitieran llevar al papá de Nina. Por supuesto, estaría en el cuarto contiguo (era una reunión solo de mujeres), y yo podría estar un rato. No almorzaría.

La respuesta de la organizadora fue simple: “Yo la puedo cuidar durante la discusión. Es un grupo con enfoque de empoderamiento de las mujeres, después de todo”, me escribió en SMS.

El 24 de marzo llegó una invitación a participar en un evento sobre violencia de género en julio próximo, en España. Sería imposible asistir con Nina, me asegura mi colega que sirve de intermediaria. “Son apenas 6 días”, me escribe en la longaniza de un chat.

“No habría tiempo para lo del pasaporte y toda la documentación para sacar a un bebé (de Cuba)”… “es difícil conseguir la visa”, argumenta. El temor a las burocracias de aquí y de allá los paralizan. A mí, me sitúan en la lista de “personas no idóneas”.

Pero Nina es mi mejor compañera. No la dejaré atrás, ahora que mis tetas son su único reducto, con todo lo que significa afectivamente para ella y para mí también.

No juzgo ni juzgaré a ninguna mujer que emprenda caminos sin sus hijos. Sin embargo, no apoyaré a colectivos, expertos, activistas, gobiernos o cualquier estructura que trabajen contra las violencias de género cuando decidan practicarla, ejercerla, bajo justificaciones de cualquier índole. En cualquier caso, debe ser una elección nuestra y de nuestras familias –no institucional. Estoy siendo consecuente. (Recuerdo que países como España y otros representados en la Unión Europea han aportado a los estudios de género, a los feminismos en la isla).

El empoderamiento de nosotras no nos convierte en heroínas solitarias sino en una parte de esas mujeres, con s al final, en plural, con más responsabilidades que poderes. No temo descubrirme lejos de esa Superwoman. Exijo se nos respete y se respete este tiempo por nuestros hijos, por nosotras. Urge el sentido común. La humanidad nos lo agradecerá siempre.

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