Para el ratoncito

El jueves Nina tenía su primer diente fuera. El viernes nos fuimos al dentista.

Nina ya se da vuelta sola y juega a los escondidos. También tiene su primer diente.

Corría el año 1995, las imágenes nocturnas que transmitía el Noticiero Nacional de Televisión eran muy oscuras. Apenas unas lámparas tras las cámaras mal iluminaban los planos. Había reportajes donde la gente aupaba a algún que otro líder oficial y gritaba consignas. Pero eso no era lo que llamaba la atención mía y de mis amigos. Yo tenía 19 años y me aterraba verme desdentada, como algunos de aquellos coterráneos que me devolvía la pantalla de nuestro televisor en blanco y negro (Caribe era su marca).

No puedo decir que me obsesioné con la odontología, con mis dientes. He tenido una mala higiene bucal desde que salí de casa. Me lograba cepillar al levantarme y antes de dormir, aun en épocas en las que dispuse todo para hacerlo cuando terminara cada comida. Hasta 1995 había tenido una sola caries, que atrapé a tiempo, me dijo mi dentista. Igual, abrió más el hueco, limpió y cerró con ese tipo de cemento para dientes, el gris que ya no se usa en el mundo.

Luego el mal hábito de fumar y la mala alimentación se juntaron, y las caries fueron apareciendo; menos de lo que pudieron haberlo hecho, debo decir que mi dentadura no solo me gusta, sino que ha sido fuerte a estas adversidades.

Cuando comencé la gestación, busqué ayuda urgentemente. Durante el embarazo sufren nuestras encías y dientes. Las hormonas provocan la inflamación de las encías y pueden sangrar con facilidad. Puede producir gingivitis y, a la larga, periodontitis. Además, la enfermedad seria de estas mucosas se asocia con parto prematuro o bajo peso del bebé al nacer. Los dientes, por su parte, son más susceptibles a las caries, a caerse.

Logré 4 consultas efectivas con dentistas. En la clínica capitalina de H y 21 me atendieron los doctores Raúl y Marcos. Tuve tres caries en este período y mis encías, aunque no sangraron mucho, se inflamaron.

El martes 23 de abril pedí interconsulta con dentista para Nina. No tenía encías edematosas, molestias notables, pero salivaba de una forma que asocié con su dentición. El jueves ya Nina tenía su primer diente fuera (de los incisivos centrales de abajo, el de la izquierda). El viernes nos fuimos al dentista.

No tuvimos que esperar nada. Fuimos atendidas por recepcionistas siempre amorosas que le abrieron a Nina su expediente. Pasamos a consulta. Un doctor ocupado. Otras 4 mujeres con batas blancas. Nos mandaron a pasar. Escuchaban reguetón desde un celular. Les pedimos quitaran la música. Lo hicieron con reproches. Les dije que quería consultar sobre la bebé de 5 meses. Una de las mujeres resultó la doctora. Me pidió la ficha médica, cuando pregunté a cuál de las 4 debía dirigirme. Había cierta extrañeza en sus rostros.

Revisó la ficha, interrogó a sus compañeras sobre el procedimiento y comenzó a escribir, sin mirar a Nina. Varias veces se refirió a ella como “el niño” (ya saben, sin aretes ni floripondios). Le dije: “Se llama Nina”. Me confirmó: “No había visto su nombre”. Siguió tratándola en masculino.

Pregunté por el uso de “mordederas” y de un dedal de silicona que dice sea empleado en la limpieza de los dientes en esta etapa. Miró ambos aditamentos con más asombro y dialogó con lógica médica, la verdad.

Lo que no me convenció fue la recomendación de emplear una gasa humedecida en agua hervida para limpiar la lengua de Nina. Tampoco que me exigiera impedirle llevarse las manos a la boca –“prohibido” dijo– ni que me recomendara darle la leche con “poca azúcar” ni que “volviera dentro de un año”.

“Seguramente cuando comience el círculo infantil, le pedirán actualice su expediente y la trae de nuevo, o si ve algo extraño”, me contestó otra de las mujeres. Puse los cuños pertinentes y me marché, sin protestar esta vez, confundida por sus sorpresas.

Armé sendas encuestas en Twitter y Facebook para sondear cuántas personas cubanas en mis redes había llevado a sus criaturas al dentista antes de los 6 meses de nacidas y cuántas habían sido tratadas como “Locxs” o “No locxs”. Sin que sean instrumentos válidos, estos son sus resultados en números:

Facebook: 17 votos 5-Locx y 12 No Locx.
Twitter: 6 votos 3-Locx y 3 No Locx (de 375 personas que lo vieron y 18 interacciones totales).

En Twitter, además se coló una tercera respuesta que no preví: comentarios con los que 6 “Seguidores” declararon su oposición a mi uso de la x para incluir a todas las personas. “Me perdí con tantas x”, escribió un comentarista hombre. El resto se sumó. Esta respuesta lleva otro análisis para un Martazos en mis redes sociales.

En Facebook me comentaron 4 “Amigas”. Una convencida de que este proceso natural no debe ser asistido por médicos y que promete actualizarse. Otra, segura de que era rutina de la atención primaria de salud. La tercera me retó a abrir a otras nacionalidades (porque la encuesta la hice solo para gente de aquí, viviera donde viviera). Y, por último, Norma me alertó sobre la importancia de la medicina preventiva: “Llevé a mi hija ya que sus dientes de abajo mudaron a los 3 años, y era un problema endocrino que nadie vio. A los 21 tuvo operación grande por un ovario que creció exageradamente”, contó en el post.

Bueno, que a Nina le salió el primer diente y, como escribe mi amiga Yasmín, “no es el primer y último bebé de la especie”. Pero quiero tener profesionales con los que dialogar sin que nos vean como una rara avis.

Ahora su tío Rene el viajero fantasea: “ese (diente), después, hay que extraerlo con la puerta… y ponérselo al ratoncito que vive a tan solo 2 metros por debajo”. Yo sonrío con todos mis dientes a mis 43. Nina me sigue.

Salir de la versión móvil