Mucho leggin… ¿y Suelen dónde está?

En Siguaraya City, el culebrón brasileño de turno recuerda esas películas que de tan transgresoras llegan a ser fundentes, pródigas en flashbacks y saltos temporales, como si en memorable curda el editor hubiera olvidado el orden de las secuencias y lo mandara todo al infierno en nombre del post-modernismo.

Me explico: por obra y gracia del paquete, la gente vio el final de la novela cuando la trama apenas había cogido ritmo, y ahora ve los capítulos del medio por curiosidad, por aburrimiento, por anestesiarse el cerebro o simplemente para descubrir cómo las cosas acabaron como acabaron. En resumen, año y pico para experimentar algo que Tarantino consiguió transmitir en apenas 3 horas con Pulp Fiction

Pero al final, enajenarse es apenas una de las funciones estudiadas de las telenovelas, aunque aquí la más importante es, sin dudas, marcar tendencia e imponer modas de toda ralea, desde peinados como el “gigoló” (La Próxima Víctima), vestidos como los “elenitas” (Felicidad) o neologismos cuentapropistas, como la “paladar” (Vale Todo).

Cuando pasaron Te Odio mi Amor todas las mujeres empezaron a sembrar la fálica flor de Jorge Tadeo –la malangueta de siempre- con la esperanza de desfogarse como Dios manda; Mujeres de Arena legó frases como “Calla boca Clarita… ¡epa!”, mientras en Señora del Destino el inolvidable José Wilker apuraba a los suyos con aquello de que “el tiempo ruge y el Sapucai no espera”.

Otra costumbre nuestra ha sido darle a los andancios de temporada el nombre de los villanos de la novela en curso. Así, a muchos los cogió un quarentinha o un monzerrat, y la verdad es que era demasiado pequeño para recordar si el Leoncio de la esclava Isaura corrió igual suerte. Total, si malos de novela hay para hacer pastel…

Volviendo al culebrón de turno (Avenida Brasil), se dice que ha sido un fenómeno mediático, quizás la superproducción más exitosa de todos los tiempos, rompedora de cuanto récord de audiencia exista… Y aunque aquí no ha parado el tiempo como en su momento hizo la colombiana Aguas Mansas, debemos reconocerle el mérito de habernos mostrado a Suelen y sus coloridos y bien dotados leggin

El leggin, debo explicar, es la misma lycra de toda la vida, pero con colorines y un nombre más chic. Su entrada a Cuba data de hace varios años, traídas a lomo de mula vía Ecuador y demás vericuetos de la trillada Ruta de Francisco Tilla, pero pareciera que tuvo que ponérselos la estupenda actriz Isis Valverde –estupenda por buenota, no por actriz- para que aquí redescubrieran esta prenda que seduce y engaña a la vez.

Vamos a no analizar la paradoja moral que plantea el hecho de que el modelo a imitar sea el putón de la novela, sino a detenernos en la fiebre por ponerse leggin a cualquier precio –por lo general 12 fulas, más menos- y aunque tu cuerpo no sea el escultural de Suelen, sino el escaparático de Mamá Lucinda…

Como antaño hacían con los jeans a la cadera, algunas mujeres en Siguaraya City se embuten en sus leggins, que logran contener y quizás moldear tanta masa, pero al final parecen un cono de helado a punto de derretirse, que desborda sus excesos por el borde del barquillo. No es muy bonito, pero que cada quien sea feliz a su aire…

Total, cosas peores se han visto… Como las blusas de Micky Mouse y los pulovers de Bruce Lee… Pero ya esas son otras novelas…

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