La ceguera y la justicia

Doce hombres en pugna (1957) de Sidney Lumet.

Doce hombres en pugna (1957) de Sidney Lumet.

Entre las imágenes que uno asocia con las películas americanas están las que generosamente proveen las historias de tribunales: la gente sigue los juicios en TV, la gente va a manifestarse delante de la corte pidiendo justicia, ya sea a favor o en contra del acusado, exigiendo que le apliquen la inyección letal o que lo liberen. La prensa, digital o física, recoge el dictamen de la opinión pública, que alegra o preocupa a los abogados. Algunas mujeres idealistas y solitarias se enamoran de los condenados a muerte. Todo esto suena familiar, ¿verdad? Sí, seguramente que en esos juicios como shows hay un poco de circo, pero no deja de ser el circo democrático.

No creo que la justicia norteña sea perfecta ni muchísimo menos, pero esa interactividad, que por demás no le es exclusiva –la gente grita también y enarbola carteles a la entrada de los juzgados en las películas europeas, hindúes, latinoamericanas; incluso los periodistas, oh herejía, se atreven a conminar a acusados, letrados y testigos para que hagan declaraciones– esa interactividad, digo, me resulta exótica. El derecho es algo con lo que por acá tenemos una relación mínima. Uno se entera del resultado de algunos juicios por rumores, por cadenas de emails o por la versión ejemplarizante que, tiempo después, recrea Día y noche o programas similares. El papel del ciudadano, su relación con el aparato de la justicia, termina cuando la policía asume el control: entonces es mejor que regrese a su casa y olvide el asunto, en especial si siente alguna simpatía por el detenido. Y como se trata de un control excluyente, para el que resulta igualmente intolerable que la ciudadanía exprese pacíficamente sus sentimientos hacia el acusado o trate de lincharlo, hemos terminado asumiendo que nuestra intervención no va a cambiar nada, y en cambio es muy probable que nos traiga complicaciones. Los juicios delicados son siempre a puertas cerradas, y la policía despeja el área frente al Juzgado. Una citación, un proceso judicial en ciernes es una salación para cualquiera.

En muchos países no sólo se sigue en los espacios informativos el proceso del día, aquel que acapara (o hacia el cual es conveniente desviar) el interés público, sino que hay canales de televisión enteramente dedicados a transmitir juicios, misas, las sesiones del Parlamento. De acuerdo, son aburridísimos, pero están ahí. Siempre hay gente interesada en esas cosas, aunque no sean más que los familiares de las víctimas, los creyentes y los políticos; siempre hay un momento en que le interesa a uno. No batirán ratings, pero el mero hecho de que existan implica transparencia y respeto al ciudadano. No se trata de que la opinión pública vaya forzosamente a cambiar un veredicto, sino que el fulano de a pie siente que no se le escamotea información, que puede expresar públicamente su adhesión o su descontento, que su parecer individual tal vez no le caiga en la cabeza a Newton y desencadene la Física moderna, pero definitivamente pesa.

Como rebaso la cincuentena, recuerdo que muy de tarde en tarde ha habido en Cuba procesos tan importantes que se televisaron. Eso sí, todos de corte político y en versiones de bolsillo, sintéticas, editadas para despojarlas de esos momentos incorrectos que podrían hacernos daño y de lo que las benévolas autoridades nos protegen. El corte del director se pasa en otros foros, para públicos escogidos. Escogidísimos.

Tomemos el caso de los cineastas cubanos abogando por una Ley de Cine. Después de tres años poco o nada se ha avanzado en firme, las autoridades le dan largas a algo tan insólito como una propuesta de ley que nace abajo, entre la gente, sin sugerencias o coerciones, sin agentes enemigos asomando la oreja peluda. El criterio que subyace sonará conocido: eso requiere de análisis muy serios, eso se mueve a otros niveles, los que tienen que saberlo ya lo saben, hay que tener paciencia y confianza. Dicho de otro modo, en cualquier democracia unos son más democráticos que otros.

La justicia tal vez sea ciega, pero a nuestra sociedad no le vendría mal una Operación Milagro.

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