Lo mismito del año pasado

Foto: Kaloian

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Sigo sin entender a los censores.

Han pasado doce meses desde la visita de Obama y los Stones. Entonces, hasta los escépticos más recalcitrantes sintieron un hálito de esperanza, pensaron “chico, tal vez esto tenga arreglo, después de todo”. La imagen de una Cuba que se abría, que enmendaba y sobre todo no temía reconocer errores pasados le dio la vuelta al mundo, generando reacciones diversas; una de ellas, y no la menor, la simpatía.

Por esos días se habló de otros nombres (Paul McCartney, Stevie Wonder, Sting, etcétera) que habían expresado su interés –o al menos, no una total repugnancia– ante la idea de presentarse en La Habana. En la secuencia final de mi documental Stones pá ti, todos los entrevistados, cubanos o extranjeros, se referían con entusiasmo y hasta optimismo al futuro inmediato. A ojos vistas el bloqueo se debilitaba, y Cuba renacía. Nunca, al menos en el pasado reciente, pareció el país más cerca de una transformación rejuvenecedora.

Los Stones en Cuba mirados por nosotros

Ha transcurrido un año y no ha venido nadie. Estoy seguro de que ahí intervienen varios factores (tecnología, costos) pero sospecho que la reluctancia de las autoridades culturales cubanas es uno de ellos. Algo así como “heeey, nos estamos adentrando en terreno desconocido, resbaloso, uno no sabe –aunque imagina– adónde va esto, así que mejor regresamos al tranquilizador Malo conocido y renunciamos al problemático Bueno por conocer. Con los Stones bastó, que luego la gente se nos acostumbra”.

Claro que este país no va a avanzar sólo porque lo visite un puñado de bandas de rock, aunque por algo habría que empezar, digo yo. La Ley de Cine sigue empantanada, de eso ya apenas si se habla, y después de tres años es perceptible la fatiga de algunos cineastas, convencidos de que insistir es dar palos al agua. Yo diría que dar palos al agua no deja de ser dar palos, pero claro, yo solo no puedo.

Para no salirnos del panorama estrictamente cultural, ahí está el caso de Santa y Andrés, la película de Carlos Lechuga, que se estira y, si fuera una serie, ya es evidente que iría por la segunda temporada. Ahora resulta que, debido a la “publicidad altamente politizada” –léase a solicitud de acá– fue extirpada de la competencia del Havana Film Festival de New York… solo para ganar una avalancha de premios en el Festival de Guadalajara. Vaya, que si las autoridades culturales cubanas estuvieran pagadas por el oro de Lechuga para correr con la promoción de su película, no podrían estar haciéndolo mejor. Aunque, si fuese la CIA quien les financiara a cambio de mostrar una imagen sombría, conservadora y retrógrada de nuestra política cultural (en otras palabras, una política cultural que remeda amenazadoramente sus etapas históricas más sombrías) también estarían mereciendo cada centavo.

Está muy bien no tener una marejada de prensa sensacionalista, amarilla, pero tampoco me parece sensato esconder los hechos delicados, la letra pequeña… para empezar, porque allá enfrente de cualquier manera van a enterarse. Es un mecanismo familiar: de ciertas noticias de aquí uno sabe por la televisión de allá, que convierte en noticia de primera plana cualquier suceso, por minúsculo que sea, acontecido aquí, solo porque aquí la prensa no se atreve a mencionarlo. Y, aunque el suceso sea minúsculo, si allá lo convirtieron en noticia importante, aquí también lo será de rebote.

Hombre, yo diría que, considerando el patrón antes descrito, lo más sensato sería que en primer lugar la prensa de aquí diga todo lo que pasa aquí y no solo lo que es políticamente correcto que pase, como si lo incómodo pudiera ser borrado simplemente no mencionándolo. Claro, entonces se le amplifica allá, y…. bueno, creo que ya habrán captado la idea.

Otro fenómeno que se ha hecho evidente una vez más con motivo de la más reciente entrega de los premios Lucas es el de críticas –generalmente negativas– fabricadas por encargo institucional. Esto no es nuevo, claro está, pero resulta cada vez más pintoresco cuando un par de críticos de octava fila y otros con nombre inventado o simplemente desconocidos en el ámbito cultural publican extensas reseñas en espacios prioritarios, casi siempre delimitando la actitud correcta ante un hecho artístico. Bueno, y además de eso sí, Orlando Cruzata es mi socio, ¿y qué?

Exceptuando esos días luminosos en que pareció que sin perder lo esencial nos abríamos al mundo, estos doce meses han sido lo mismito del año pasado. A cualquier cubano de a pie no le queda otra que seguir gritando I can´t get no satisfaction, but I try, and I try…

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