Los monstruos y la corrección política

Godzilla (2014).

Godzilla (2014).

Hay algo raro con los remakes y las franquicias. Por ejemplo, de El planeta de los simios, King Kong o Godzilla: se desarrollan en nuestro universo, en el presente… excepto porque es un mundo donde no han existido las versiones previas de esas películas. Nadie dice “chico, ese monstruo que se nos viene encima es Godzilla, a mí no me jodan”, o “hey, ese mono acaba de hablar, ¿será que vio aquella película con Charlton Heston?”. Si hay referencias a andanzas anteriores de la criatura, son dentro de la misma generación de la franquicia. Ahora bien, ¿cuán raro resulta nuestro mundo sin la Godzilla de Ishiro Honda o la King Kong de 1933, con Fay Wray retorciéndose y poniendo caritas en la mano del monstruo? Es como que falten la torre Eiffel, “Hey, Jude” o las cataratas del Niágara.

Pero el punto sobre el que quiero llamar la atención es que gracias al cine los monstruos son cada vez mejores personas. El chimpancé César de Rise of the planet of the apes (Rupert Wyatt, 2011), y la(s) entrega(s) posteriores de la franquicia es un estadista que, si se postula como presidente de la ONU, de seguro contaría con mi voto. Las últimas versiones de Godzilla y King Kong muestran a criaturas buenas y familiares enfrentando a otras desconocidas y hostiles. En la más reciente Godzilla (Gareth Edwards, 2014) aprendemos que, si sale del mar un lagarto bípedo de decenas de metros de altura y se aproxima a nuestra ciudad rugiendo como un león con hemorroides, no hay que alarmarse pues quién quita que venga a defendernos de algo peor.

Es bastante lógico. Los realizadores saben que ya el público conoce a esos monstruos, que creció con ellos –aunque no tanto como ellos– de manera que su presencia en pantalla no le tomará por sorpresa, como tampoco le impresionará gran cosa el verismo de los VFX: si en los años 30 o 40 era legítima la pregunta ¿cómo se las arreglarán para construir un mono gigante? ¿Será una maqueta, un actor disfrazado, animación por stop motion o tradicional?” ahora se sabe que con las técnicas digitales todo es posible, y el mono sólo será más realista o se enfrentará a enemigos más encarnizados, pero seguirá siendo eso, el mismo gran mono de toda la vida, con malas pulgas y un corazoncito sensible. Entonces, de lo que se trata es de darle un giro a las motivaciones y la personalidad del simio, de hacerlo duro pero simpático: lo mismo, en una palabra, que se intenta con Stallone, solo que ahora con mayor éxito.

Por otra parte, hace ochenta, sesenta años, los derechos de los animales no preocupaban a mucha gente. El planeta no estaba tan jodido como ahora, las mujeres se vanagloriaban de abrigos y accesorios de piel auténtica, un cazador que marchaba a África a matar leones y rinocerontes era un deportista y no un maniático. Y el racismo era normal: en la literatura y el cine los chinos eran peligrosos, los negros inferiores. Supongo que Cooper y Schoedsack no lo pensaron dos veces a la hora de poblar la isla de Kong: vengan negros, y ni siquiera negros australianos, eso sería muy complicado, negro es negro, eso siempre da idea de salvajismo, ¿no? Y el mismo mono, que se fascine por una chica blanca, ¡genial! Claro, ahora somos políticamente más correctos; así, los nativos negros son sustituidos en Skull Island (Jordan Vogt-Roberts, 2017) por aborígenes bondadosos, sabios y de apariencia dayak, como debe ser si nos atenemos a la ubicación geográfica de la isla. Y el gran simio trata con sumo respeto a las mujeres. Son, en una palabra, monstruos diseñados para satisfacer el exigente gusto del consumidor de hoy.

La moraleja invariable es que los humanos, con algunas excepciones, somos malos y ambiciosos y nos merecemos lo que se nos viene encima. Y por ahí, a mi modo de ver, se salva esta nueva oleada de remakes y reboots, pues es cierto que, si los monstruos son cada vez mejores personas, las personas ciertamente se hacen más monstruosas. Si alguna vez los simios –o los godzillas– se hicieran lo bastante inteligentes y se convirtiesen en dueños de este planeta, ¿imaginan quiénes serían los monstruos en sus películas?

 

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