Peccata minuta

Hay algo raro en las películas y series de zombies. Para empezar, a veces los no-muertos son lentos, otras muy rápidos; por lo general solo gruñen, pero en algún caso incluso hablan. A ver si los unificamos todos en un modelo estándar, digo yo.

Pero hay algo que me preocupa: siempre vemos un océano de muertos vivientes contra un grupito de héroes sanos y sucios que se las apaña como puede. Todos los infectados lo fueron en pocos días, como resultado de una epidemia de la que se habla poco o nada. Al parecer, la enfermedad es muy contagiosa: de otra manera no se explica que enfermara el noventa y nueve por ciento de la población. (O, como en The walking dead, el 100 por ciento, solo que mientras estás vivo el virus se mantiene latente). Hasta ahí, vale. Ahora bien, mi problema empieza cada vez que los zombies tienen la dicha de caerle encima a un humano vivo y saludable: lo devoran, lo destrozan, se lo comen. Entonces, ¿cómo es que aparecen zombies nuevos, cuando resulta obvio que los sobrevivientes, por alguna razón inexplicable, pueden ser toqueteados por los muertos vivos, restregarse contra ellos, ser incluso salpicados con su sangre, y sin embargo permanecerán inmunes mientras no traguen hemoglobina infectada o resulten mordidos? De acuerdo, el humano que muera de muerte natural o abatido a tiros se transforma, pero esos son los menos: ¿por qué un exmiembro del grupo de héroes que tuvo mala suerte –y poquísima velocidad– y resultó atrapado permanece lo bastante entero para que el resto de los sobrevivientes lo reconozca al verlo entre la multitud de zombies, por qué sus nuevos cofrades se limitaron a morderlo y no se lo comieron, como hacen con otros desventurados que caen en sus huesudas manos? ¿Será que algunos somos más sabrosos que otros, y los no-muertos lo adivinan a distancia?

En Hook, de Steven Spielberg, el bebé Peter Pan, todavía en su cochecito, se escapa hacia la isla de Nunca Jamás, donde se es niño para siempre. Bien, pero, ¿por qué, una vez allí, siguió creciendo hasta detenerse en los nueve o diez años que tuvo mientras permaneció en la isla mágica? Si es que en Nunca Jamás el crecimiento cesa a los diez años, ¿por qué cuando vemos a todos los niños residentes –ninguno de los cuales es un recién llegado– es obvio que tienen edades diferentes, que en algunos casos obviamente rebasan esa cifra?

Las películas y los libros, incluso los clásicos que admiramos, están llenos de pequeños errores e imprecisiones que muchas veces no son perceptibles a primera vista. En una ocasión leí que cierto estudioso había detectado varios errores graves en Cien años de soledad, la novela de García Márquez. Este es un clásico: en Citizen Kane, un criado asegura haber escuchado al viejo magnate agonizante pronunciar la palabra “Rosebud” antes de morir, pero cuando vemos esa escena objetivamente, al comienzo de la película, no es evidente que haya nadie junto al anciano en sus últimos momentos. Es cierto que la escena está resuelta en planos muy cerrados, pero por otra parte el moribundo susurra apenas la palabra, de manera que para escucharla habría que estar prácticamente doblado sobre él, con el oído muy próximo a su boca. Y claro, si nadie la escuchaba toda la pesquisa del periodista se vendría abajo, y no habría película.

Y están, naturalmente, los lugares comunes, que no son exactamente errores, pero desde luego comodines, estereotipos a la mano, momentos en que el guionista o el director se dijeron “al diablo, no invento más, resolveremos con esto”. Veamos:

-Siempre que hay una persecución de carros se derriba un puesto de frutas. Si en un barrio no hay venta callejera de frutas y vegetales, puedes estar seguro de que nadie perseguirá a nadie. Parece que los autos van hacia las frutas –siempre muy bien organizadas por tamaños y colores– como las moscas a la miel o las cucarachas a quienes les temen.

-Cuando un personaje quiere mostrar descreimiento y cinismo hacia otro, por lo general recurre al aplauso lento, de palmadas exageradamente espaciadas.

-Siempre que el niño ve a los padres discutiendo violentamente, sube corriendo al piso de arriba, se tapa los oídos y empieza a hacer ruido (pone música, escribe a máquina).

-Siempre que hay un negro protagonista, su esposa es una mulata clara, o por lo menos más clara que él.

La realidad es a menudo ilógica; el arte no debería serlo. Todo creador busca la perfección, salvo cuando es tan arrogante que la da por sentada. Conseguirla es imposible. Eso no resta mérito a las obras maestras, al buen cine, la buena literatura, la mejor música. La frase errar es de humanos no describe tanto una limitación como un privilegio.

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