Crónicas intemporales (I)

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Aquí llegamos. Aquí no veníamos.

                                                           Lezama Lima

Si recordar es volver
a vivir lo ya vivido
hagamos un recorrido
hacia el Alexis de ayer.
Veré cómo vuelvo a ser
el mismo Díaz Pimienta.
Esta entrega representa
mi yo más Yo, honesto y franco.
Regreso al Caballo Blanco,
1980.

 

Dos poemas que escribí
siendo casi adolescente,
cuando el futuro (el presente)
era una incógnita y
todos éramos así,
más, no sé… ¿sentimentales?,
menos, no sé… ¿materiales?
Como verdades supremas,
comparto estos dos poemas,
crónicas intemporales.

 

1. Exhaustivo inventario de la infancia

 

Yo crecí sin Sheherezada,
sin nanas y sin nodriza.
Sin domingos para misa,
sin Reyes Magos, sin hada.
Sin la princesa encantada
en un castillo lejano.
Sin Tom Sawyer, sin un piano.
Sin nadie que me leyera
cuentos para que durmiera.
Yo fui adulto de antemano.

 

Pero uno tiene su cuota
de infancia la vida entera:
el viejo short, la moquera,
el sabor de la compota.
La fuga, la mala nota,
la bronca en cualquier camino.
¿Y por qué no el clandestino
atisbo de una rendija
para mirar a la hija
o a la mujer del vecino?

 

¿Y por qué no el viejo cuento
de París y la cigüeña?
Y el escondite, la seña,
el papalote en el viento.
El rasponazo, el lamento
por caerme en la carriola.
El miedo al Coco, la bola,
la novia que no lo sabe.
La tos, la lluvia, el jarabe,
las marcas de la “rubiola”.

 

Los negritos atalayas
del barrio. El aula de un rato
y el espejo en el zapato
burlándose de las sayas.
La una-mi-mula, las rayas
indefinidas del Pon.
El regaño. El pescozón.
El primer pelo en el pecho.
Y el amor, sin haber hecho
la primera comunión.

 

2. Reparto Caballo Blanco, 1980.

 

Vivíamos sin dinero,
sin luz, sin pan, sin zapatos,
con pantalones baratos,
con deudas el año entero.
Vivíamos sin ropero,
con mosquitos, con lombrices,
con mocos en las narices,
con baches en las esquinas,
entre escombros, entre ruinas…
¡pero éramos tan felices!

 

No había televisor
ni radio ni frigorífico
ni jabones ni dentífrico
ni amigos del exterior.
No había ventilador
ni qué haces ni qué dices.
Solo pócimas, raíces,
ron, sexo, algún chiste bueno
y un fogón de keroseno…
¡pero éramos tan felices!

 

No había carne de res
ni marisco ni pescado
ni guaguas para El Vedado
ni amigos hablando inglés.
“Tostenemos” en los pies,
ropa caqui, ingenuidad,
risas de sana maldad,
pobreza que intercambiábamos
¡Qué poco necesitábamos
para la felicidad!

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