El arte de hacer colas

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Para Rafael Grillo, que sabe de estas cosas.

 

 

En el arte de hacer colas

los cubanos son expertos,

(somos expertos), abiertos

a trucos y carambolas.

Anécdotas que hablan solas.

Historias que hacen sudar.

¡¿Último?!, se oye gritar

y los tímpanos se erizan,

los cronos se paralizan,

deja el mundo de girar.

 

 

¿Los cubanos hacen colas

por deporte, por placer?

Colas para “resolver”.

Colas que se ordenan solas.

Colas que parecen olas

humanas en los portales.

Longanizas corporales,

serpientes, ciempiés humanos.

¡Qué arte tenemos, paisanos!

¡Qué paciencia! ¡Qué modales!

 

 

Podemos dar Másters Class

en el arte de hacer colas.

Conferencias (españolas

o  en varias lenguas quizás).

Podemos como el que más

exportar nuestra experiencia.

Licenciados en Paciencia.

Doctores en Tolerancia.

Sabios en Perseverancia.

Campeones en Resistencia.

 

 

Hacer cola es en la Isla

el deporte nacional.

Colismo institucional.

Colismo que se legisla.

Colismo que nos aísla

del mundo del consumismo.

Por eso en Cuba ahora mismo

hay cola en todo: “Tu-kola”,

“Coca-cola”, “Tropi-cola”,

“coles-terol” y “al-colismo”.

 

 

En una cola es normal

(a todos nos ha pasado)

que el colero aficionado

se enfrente al profesional.

Está el colero gremial

(toda cola es “nuestra cola”).

El colero que se inmola

por el respeto a su turno.

Y el colero taciturno.

Y el colero riega-bola.

 

 

Una cola bien formada

tiene muchos personajes

con distintos maquillajes

y con distinta tonada.

El colado. La colada.

El último. El rotador.

El supra-organizador.

El revendedor de turnos.

El compra-turnos nocturnos

para algún revendedor.

 

 

Pero hay que decir que existe

más de un tipo de colados:

el majá (hay en todos lados,

verlos trabajar es triste).

El majá se arrastra, insiste,

te bajea sibilante,

te hace sentir importante,

te habla, se retroalimenta

y antes de que te des cuenta

ya se te puso delante.

 

 

Y el colado falso-amigo,

que llega raudo, saluda,

te abraza (tu cuerpo duda),

se ríe y ya “va contigo”.

Toda la cola es testigo

pero tú no das el plante.

Te da muela, te echa el guante,

te pregunta “¿Y por tu casa?”

y al llegar el turno pasa

contigo (o peor: delante).

 

 

Y el colado solidario

(sobre todo con las viejas).

“Yo te ayudo”. Y tú lo dejas.

“Yo te ayudo”. ¿Voluntario

o buen revolucionario,

alma cándida, ayudante?

¡Alarma! Es un comediante.

Un falso perdonavidas

que, en cuanto tú te descuidas

ya se te puso delante.

 

 

Y el colado policía

(va de uniforme y se cuela).

Y el colado mete-muela

(blablabla y la cola es mía).

Y el de la Filosofía.

Y el de “Esto no hay quien lo aguante”.

Y el del chiste. Y el del cante.

Todos expertos, peritos,

James Bonds blancos o negitos

que siempre acaban delante.

 

 

Y un colero medio muerto

de hambre por tanto esperar.

Y otro que empieza a opinar

con voz de colero experto.

Otro con un Granma abierto

en la cabeza, sudado.

Y un gordo desesperado

que se enfada y a Dios nombra

por no caber tras la sombra

de un poste del alumbrado.

 

 

Gente que se ha puesto anciana

acumulando paciencia,

sapiencia e inteligencia

en las colas de La Habana.

Gente que incluso se gana

la vida con carambolas,

artimañas y cabriolas,

para impartir clases regias:

“Maniobras y estrategias

para triunfar en las colas”.

 

 

Colas para cualquier cosa,

colas en cualquier lugar.

En el mercado, en el bar,

en la farmacia olorosa

a éter, en la dolorosa

cafetería de enfrente.

Cola para cualquier gente:

obrero, profesional,

cubano o yuma, da igual:

llega, marca y sé paciente.

 

 

Y el negocio de vender

turnos para cualquier cola

tiene su propia vitola,

tiene su propio taller.

Turnos de hoy que compré ayer,

vendidos y / o revendidos.

¿Y no crea sinsentidos

que la más organizada

sea la de la Embajada

de los Estados Unidos?

 

 

Pero el invento mayor

de nuestra coli-cultura

(lo que raya la locura)

es, sin duda, el Rotador.

Una señora o señor

que está horas esperando.

Le toca y sigue marcando.

Y no pasa. Y no se esconde.

Y si preguntan, responde:

-Pasen, que yo estoy rotando.

 

 

Colas para entrar al baño

(plato, monedas, papel).

Y para el ron a granel

(un poco más no hace daño).

Colas de ingente tamaño

para hablar por la cabina

telefónica en la esquina.

Cola para hacer la cola.

Y pobre del que la viola.

Y allá el que no la termina.

 

 

Cola para 80 gramos

de pan diario en la bodega.

¿Último?, grita el que llega.

¡Soy yo! (varios contestamos).

Desde pequeños estamos

curtidos en estas fraguas.

Colas de líneas jimaguas,

colas de una línea sola.

Y eso sí: la Súper-cola

es la cola de las guaguas.

 

 

Colas para comprar pan.

Colas para entrar al cine.

Y “Yo no me fui”. Y “Ya vine”.

Y “¿Dentro cuántos están?”

Gritos de “¿Por dónde van?”

Empujones. Sutilezas.

Colas para las cervezas.

Colas para los mandados.

Y Coppelia y sus helados.

Y el “poliví”. Y las compresas.

 

 

Todo cola que se precie

tarda, tiene que tardar.

Y alguien debe protestar.

Y es normal que des-precie.

Somos una nueva especie.

El homo-colus (no es grave).

¿Por qué tarda? No se sabe.

Es como si los coleros

pusieron hasta “dineros”

para que el ritual no acabe.

 

 

Y el viejo medio senil

que entra siempre por la izquierda

fingiendo que no recuerda

que su número era el mil.

Y el descarado gentil.

Y la actriz bañada en llanto.

Y el yabó, que se hizo santo,

y conmueve a mucha gente.

¿Y por qué hay un dependiente?

¿Y por qué demora tanto?

 

 

¿Y el experto multi-cola

de cualquier cosa capaz

que marca en tres, cuatro o más

colas y no en una sola?

¿Y el colero que controla

por teléfono la fila?

¿Y la colera tranquila

que lee mientras espera?

¿Y la colera enfermera

que vende tazas de tila?

 

 

Hemos hecho tantas colas

que muchos somos peritos.

Sabemos sus infinitos

intríngulis, sus vitolas,

sus trucos, sus bataholas

éticas (la ética existe).

Como el gracioso del chiste

sobre El arte de hacer colas

que cuando está en una, a solas,

se enfada o se pone triste.

 

 

¿Por qué hay colas? Una experta

comenta (sin propaganda):

-Predomina la demanda

por encima de la oferta.

¿Otras causas? Una cierta,

que está en toda la nación:

la falta de previsión

del que ofrece algún servicio.

¿Consecuencia? El sacrificio

de toda la población.

 

 

¿Otra causa de esta enorme

dolencia, pena, desgracia?

-La llamada “burrocracia”,

un mal eterno, uniforme.

¿Forma de que se transforme

este mal de hoy y de ayer?

Tose antes de responder

la experta y más tarde asiente:

-A veces es, simplemente,

demostración de “poder”.

 

 

Un trámite burocrático

puede ser una odisea.

Alguien que te pelotea

detrás de un silencio enfático.

Cola y funcionario errático

empatan parto y aborto.

No me importas. No te importo.

Y la Odisea es completa.

Homero: un niño de teta.

Ulises se quedó corto.

 

 

El colero ha de quedarse

quieto, evitando el regaño.

Y por supuesto no hay baño.

Ni agua. Ni donde sentarse.

Allí el poder suele darse

a porteros inclementes,

personajes diferentes

con deseos de mandar.

Su misión: “dosificar”

la entrada de los clientes.

 

 

“De tres en tres y no entran

otros tres hasta que estos

tres que entraron salgan”. Gestos

de poder que desconcentran.

Son porteros y allí encuentran

sus parcelas de poder.

Son tiranos, sin querer.

Y los demás esperando.

A la intemperie, sudando,

con un “¿Qué le voy a hacer?”.

 

 

No todo es malo en la cola:

frente al peligro global

de la vida individual

ninguna gente está sola.

Gana la lengua española

(nadie hace cola callado).

Se conoce “demasiado”

al que va detrás de ti.

¿Y tú donde vives? ¿Sí?

¿En qué trabajas? ¿Casado?

 

 

El fenómeno social

de la cola hay que estudiarlo:

Tenemos que prepararlo

con un team profesional:

un médico general,

un abogado, un psicólogo,

un ecónomo, un sociólogo,

un farmacéutico errático,

un poeta, un matemático,

un filósofo y un biólogo.

 

 

¿Y por qué no un masajista

o entrenador deportivo

para que mantenga vivo

al colero y al colista?

¿Por qué no un nutricionista

y por supuesto un cardiólogo?

¿Y por qué no un alergólogo?

Y un coaching anti-colero.

Y manicura. Y barbero.

Y político. Y sexólogo.

 

 

No nos quejemos: las colas

son nuestras Redes sociales.

Ahí todos somos iguales

y nunca estamos a solas.

Cuántos likes, “volaos”, “holas”.

Cuántos nuevos seguidores.

Cuántas fotos y clamores.

Cuánto chateo en el viento.

“Mija, como te lo cuento”.

“Bróder, vaya vividores”.

 

 

En tierras de la champola

y el chícharo en el menú

Facebook, Twitter y YouTube

pierden frente al You-tu-Cola.

En una cola Fabiola

conoció a su actual marido.

En la cola hasta he tenido

más tiempo para escribir,

revisar y corregir

los versos que hoy han surgido.

 

 

En fin, que en tierra cubana

hacer colas es de artistas.

Ya somos especialistas

(las más largas en La Habana).

En colas nadie nos gana.

En colas Cuba enarbola

su trofeo. Y se controla

su valor, esencia brillo.

Como dice Rafa Grillo,

nuestro especialista en cola:

 

 

Si se acabaran mañana

los motivos de hacer cola

habría una enorme ola

de suicidios en La Habana.

Lanzados por la ventana.

Tiros en el parietal.

Ingestas de algo mortal.

Vena cortada. Ahorcamiento.

Todo por aburrimiento,

por abulia existencial.

 

 

La cola, esa fila humana,

debe ser (será al final)

Patrimonio Inmaterial

de la Sociedad Cubana.

Voy a comenzar mañana

(si en la cola no amanezco)

recogiendo (yo me ofrezco)

firmas y literatura

para la candidatura

que presentaré a la UNESCO.

 

 

En fin, que en este submundo

de coleros y colados,

todos estamos atados,

presos como Segismundo.

Siento un respeto profundo

por esta rara “afición”.

Pues ya dijo Calderón

(con su áurea lengua española):

Que la vida es una cola

y las colas… colas son.

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