Especial: Frases “de madre”

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Segundo domingo. Mayo.
Vuelve el Día de las madres.
Y los hijos y los padres.
Y los nietos… como un rayo
organizan el ensayo
de la Fiesta Maternal.
Autollueve en el rosal
para que no falten flores.
Reinventan los impresores
El arte de la postal.

 

Mayo. Segundo domingo.
Toda Cuba es un jardín.
Y ya entre lirio y jazmín
ni los aromas distingo.
Desde el jueves me endomingo,
miro a mis alrededores.
Alegría y dolores.
El amor es Zona Franca.
La rosa roja. La blanca.
Solapas de dos colores.

 

Para una progenitora
prohibido está regalar:
una tabla de planchar,
la escoba, o la lavadora,
ni sartén ni tostadora,
nada para que trabaje.
Mejor regálale un viaje.
Una cena hecha por ti.
Un “te quiero porque sí”,
Un “mira qué amor te traje”.

 

Y un bono madre-sofá,
Madre-no-hace falta-nada.
Un bono madre-mimada.
Un bono siéntate-ya.
Regalemos un qué va,
todos estamos bien, mima.
O un beso sin pantomima.
O un abrazo largo, largooo,
largooooo, largoooooooo… sin embargo
intenso, con luz encima.

 

Para la madre alejada
(porque tú fuiste el del viaje):
nunca mandes un mensaje
en lugar de una llamada.
Para esa madre sentada
en algún sillón lejano,
nunca teclees un vano
mensajito digital.
Es mejor una postal
o una carta escrita a mano.

 

Y no uses en tu postal
TQM, ni un Te Kiero,
ni este texto tan “sincero”:
“Mamá, eres tan especial
y mi amor es tan ‘brutal’
y tus ojos tan bonitos
y tan lindos tus escritos,
te amo tanto a simple vista,
que ya te tengo en mi lista
de contactos favoritos”.

 

Yo, intentando regalar
algo especial con motivo
de estas fechas: ¿hoy qué escribo?
me puse, serio a pensar.
Siempre intentando esquivar
lo kitsch, o el simple capricho,
aunque quede en entredicho.
Busqué en barriadas y hogares
las frases más populares
que nuestras madres han dicho.

 

Empezando por la mía,
todas las madres cubanas
usan frases campechanas
de especial categoría.
Hay frases de antología,
un enorme repertorio
y como es algo notorio
siendo hijo y siendo padre,
recogí frases “de madre”
e hice un recopilatorio.

 

En familias numerosas
(comunes entre cubanos)
cuando hubo bronca entre hermanos
siempre fueron “peligrosas”.
Broncas sonadas, ruidosas,
broncas de “me quedé dado”,
hasta que, con brazo alzado
la madre llega a lugar:
“Y si se van a matar
afuera, que ya he limpiado”.

 

Mamá, me dijo piojoso.
Mamá, se metió conmigo.
Mamá, me dijo mendigo.
Mamá, mi herma es mentiroso.
Miente, mamá. Basta, odioso.
Dile que me deje, mami.
Y mamá, como un tsunami
Sale del cuarto, gritando:
“Si siguen así los mando,
uno a Moscú, otro a Miami”.

 

Por qué tengo que hacer esto.
Por qué debo hacer lo otro.
Por qué esto. Por qué lo otro.
Por qué aquello. Por qué esto.
Por qué esto, mamá, protesto.
Por qué esto otro, pregunto.
Crees que explicando el asunto
convences… y, molesta,
te aplasta con la respuesta:
“¡Porque yo lo digo, y punto!”.

 

Yo cuando niño aprendí
que las madres, madres son
como dicen (con razón),
porque bueno, “porque sí”.
Tú dices: lo quiero así,
y así no, que está salao,
y así sí, que está volao,
pero ella con rostro serio,
da otra respuesta-misterio:
“No, niño, ni así ni asao”.

 

¿Y aquel modo de obtener
la respuesta con-sabida?
-Mamá, ¿qué hay de comer?
-¿Que qué hay de comer? ¡Comida!
Tú, con voz enfurecida
replanteas la pregunta.
-¿Qué hay? (y ella cejijunta)
-¿Qué hay? (y ella seriesísima).
Y otra respuesta madrísima:
-¡Cunta para el que pregunta!

 

Y la frase preventiva:
“Ay, niño, no me… no me…
fíjate… que te… que te…”
(amenaza suspensiva).
No quedaba alternativa.
Es que la mamá “es de madre”.
Mas veamos otro encuadre
que engrandece este catálogo:
la diferencia de diálogo
hijos-madre e hijos-padre.

 

Tengo hambre… tengo frío…
tengo sed… por qué no puedo…
él me pegó…. tengo miedo…
no quiero ir… eso es mío…
quiero ver… tremendo lío…
por qué… cómo… dónde… ¿ya?
quiero ir… cuándo vamos a…
yo no fui… yo no lo hice
Y al padre solo le dice:
“Papá, ¿y dónde está mamá?”

 

¿A cuántos en mi nación,
desde que uno fiñe era,
la madre fue la primera
que los metió en religión?
Sobre todo, una expresión
dicha sin entrar en misa,
como una sacerdotisa
de risa y sotana ancha:
“¡Reza para que esa mancha
se quite de la camisa!”

 

¿Cuánta madre, con motivo
y poniendo mucho empeño,
a su hijo desde pequeño
lo enseñó a ser ahorrativo?
Agradecido yo vivo
de aquella lección sincera.
Si me entraba la llorera,
mamá hablaba con cariño.
“¡Guarda esas lágrimas, niño,
para cuando yo me muera!”

 

Mi madre con altruismo
y sabiendo su importancia
desde la primera infancia
me enseñó contorsionismo.
Yo mataperros del mismo
barrio, la ropa revuelta.
Y ella con la lengua suelta
me decía: “¡Cómo vienes!
¡Mira cuánto churre tienes
en la nuca! ¡Da la vuelta!”

 

Mi madre (y no lo sabía
ni era su intención siquiera)
me enseñó antes que Rubiera
sobre Meteorología.
Yo me echaba todo el día
jugando (parto y reparto)
y ella, en peligro de infarto,
con maternal ademán:
“¡Parece que un huracán
ha pasado por tu cuarto!”

 

Aunque parezca locura
mi madre, sin aladear,
me enseñó a no exagerar,
me enseñó a tener mesura.
Ante cualquier aventura
o cualquier desaguisado,
me pasaba por el lado
y decía sin dobleces:
“¡Te he dicho un millón de veces
que no seas exagerado!”

 

¿Y qué madre precavida
no enseñó a su tierno infante,
algo serio e importante
como el ciclo de la vida?
¿Qué madre sensata, erguida
y metida en su papel
no alzó el brazo y dijo fiel
al personaje iracundo:
“¡Si yo te traje a este mundo
te puedo sacar de él!”

 

Aunque mi madre el terreno
de un circo nunca pisó
desde niño me enseñó
a ser ventrílocuo… Bueno,
ventrílocuo sin estreno,
artista de vientre triste.
Y aunque ahora parezca un chiste
su frase era (con cariño)
“¡Calla y contéstame, niño,
¿por qué hiciste lo que hiciste?”

 

Hay quienes creen que las camas
donde duermen se hacen solas
por extrañas carambolas
del colchón; y tú reclamas:
“las madres no son mucamas”,
“tu mamá no es Cenicienta”,
hasta que el aire revienta
otra frase maternal
de estatura universal:
“¿Quién crees que soy: tu sirvienta?”

 

Hay otras frases también
de antología precoz:
“No me levantes la voz”.
“Te lo digo por tu bien”.
“Ni peros ni peras”. “Y en,
nuestra casa un sí es un sí”.
O frases que ya incluí
como tiernos acertijos.
“Deja que tú tengas hijos,
que te acordarás de mí”.

 

O estabas jugando un rato
y mamá narraba el juego:
“Como te caigas te pego”.
“Como te mates te mato”.
Frases de tierno arrebato,
inocuas y con matices.
Como estas frases felices.
-¿Y qué les digo mamá?
-Que te den un tente-allá.
Y tú vas y se lo dices.

 

¿Y esta otra frase, señores?:
-Si no dejas de llorar
entonces te voy a dar
razones para que llores.
Y qué hipo y qué temblores,
y qué dramático hilo
y qué maternal estilo,
y todo por demostrarte
que tenías (vaya arte)
lágrimas de cocodrilo.

 

Y en la conciencia otro susto
en varios tonos y modos:
“Un día van entre todos
a matarme del disgusto”.
¡Vaya miedo! No era justo,
es normal que no me cuadre.
¿O cómo puede una madre
(por más que ahora lo analice)
creer que ofende si dice
“eres igual que tu padre”?

 

Hay sustos de la niñez
que tienen efecto eterno:
el ultimátum materno:
¡que sea la última vez!
Y aprendes con rapidez,
te educas en un segundo.
Como este dicho profundo
que te convence enseguida:
“No voy a tirar comida,
que hay mucha hambruna en el mundo”.

 

Y era adivina, es su estilo:
Juegas y hay jarrón de yeso
y… “hasta que no rompas eso
no te quedarás tranquilo”.
¡Y zas! ¡Pedazos! Ni un hilo
se salva, ¡zas! ¡Un conjuro!
Tampoco entendí, lo juro,
este raro manifiesto:
“Esto sí que no, ya esto
pasa de castaño oscuro”.

 

Y está el embuste científico
mayor de todas las madres
(y también de muchos padres,
con su descaro específico).
Un engaño terrorífico,
que ni entiendes ni disipas.
Tú eres niño y participas
del terror, aunque te apagues:
“¡El chicle no te lo tragues
que se te paga en las tripas!”

 

O cuando te sorprendieron
en una diablura triste
y dijiste que lo hiciste
porque los demás lo hicieron,
que tus amigos dijeron,
que los otros… Y te inspiras.
Pero la caza-mentiras
te pregunta (“¡que me mires!”):
“¿Y si dicen que te tires
en un pozo, tú te tiras?”

 

Antológico lenguaje,
frases de difícil trazo:
“Tranca viene de trancazo”
o “te voy a dar un viaje”.
Madres de alto tonelaje
re-educando, dando gritos,
con recursos infinitos
y una chancleta de adorno:
“Estate quieto, que el horno
no está para pastelitos”.

 

Estrambote y final

¿Y el talento extraordinario
pá descubrir qué barruntas:
-¿Y para qué me preguntas
si vas a hacer lo contrario?

¿Y la frase ante el fracaso
del buen consejo maldito?:
-Ahora viene Menganito,
te lo dice y le haces caso.

Y la frase (porque sí),
Nostradamus de rapiña:
-Lo siento, mi hijo, esa niña
no me gusta para ti.

Y la frase, el tono, el gesto,
que tanto nos alarmó:
-Pero, por Dios, ¿qué he hecho yo
para merecerme esto?

Si quieren algo especial,
acepten mi nuevo encuadre:
usen las frases “de madre”,
como frases de postal.

Yo el domingo enviaría
(no lo creo idea pésima),
un fragmento de esta OnDécima,
para que la Madre ría.

Yo le mandaré a la mía
(de esta OnDécima Especial),
un fragmento en la postal,
para que al menos sonría.

Como el domingo es su día
tú escoge el fragmente (urgente)
que mejor la represente
para que en la lejanía.
La madre ría o sonría,
recordando tu niñez,
reviviendo en su vejez
tu infancia, sin que se esconda.
Aunque después te responda:
-¡Que sea la última vez!

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