Las posadas de La Habana

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Las posadas de La Habana

han renacido, señores,

y están los “consumidores”

felices esta semana.

Según la prensa cubana

las medidas de rigor,

la ordenanza superior

que ahora se acaba de dar

busca “diversificar

las opciones del amor”.

 

 

Según anuncia la Empresa

Provincial de Alojamiento

se estudia en este momento,

agilizarlo. Se empieza

a construir. Se sopesa

lo útil en el plano humano

y social, porque es muy sano

tener moteles –qué avance–

con tarifas “al alcance

del bolsillo del cubano”.

 

 

Este tipo de local

por desperfectos y daños

desapareció hace años

del paisaje nacional.

Sin posadas, al final,

el amor se hizo ambulante.

Pero el negocio, no obstante,

Tuvo su auge camuflado

Y triunfó el sector privado:

fulas –> cuarto –> sexo –> amante.

 

 

Pero si la habitación

cuesta “una monja” la hora

“perdóneme usted. señora”,

dice, dolido, el varón.

Las cosas son como son.

No basta con que te asomes

al cuarto e incluso domes

el instinto con holganza:

Cuando el salario no alcanza

o haces el amor o comes.

 

 

Pero los particulares

(oh, secreto hotel privado

con aire acondicionado,

como muchas paladares)

adaptaron sus hogares

(moteles al 100 por ciento)

dando sex-alojamiento

con 5 estrellas por fuera.

Normal que el Estado quiera

tener parte en el in-Vento.

 

 

Porque el antiguo hotel Vento

fue una famosa posada

que estaba bien ubicada

y tenía “movimiento”.

El posadero contento

y contento la inquilina.

Y hoy cada amante imagina

repetir: “Te esperaré,

mi china, en la esquina de

Vento y Santa Catalina”.

 

 

Cuando desaparecieron

nuestras antiguas posadas

los amados, las amadas,

a la intemperie se vieron.

Fue entonces cuando surgieron

por la desesperación

las películas de acción

Triple-X en aceras,

parques, plazas, escaleras,

la playa o el malecón.

 

 

Hoy quiere recuperarse

un demandado servicio

(nada de maldad o vicio:

solo espacios para amarse).

Hoy pretende rescatarse

un negocio más que amable

(nada punible o culpable),

un negocio excepcional

de gran impacto social

y a todas luces rentable.

 

 

¿Recuerdan las largas colas,

los trucos de camuflaje

(incluso con maquillaje),

las extrañas carambolas,

las chicas llegando solas,

los murmullos, los secretos,

los desafíos, los retos

entre amantes y maridos

para no ser sorprendidos

por los ojos indiscretos?

 

 

No mientan: la mayoría

acudía a aquel lugar

diseñado para amar

fuera de noche o de día.

No mientan: allí se hacía

erótico despilfarro.

Yendo a pie o yendo en carro,

casi todos con donaire

lanzaron canas al aire.

O pegaron algún tarro.

 

 

Qué cubano cincuentón

no recuerda las posadas:

sus paredes mal pintadas,

sus largos tragos de ron.

La pareja del rincón

esperando el turno ansiado.

Y al posadero asomado

a la puerta unos instantes

indicando a otros amantes

que el tiempo había expirado.

 

 

¿Quién no recuerda los vasos

de afrodisíaca menta?

Y: “Chica, no seas lenta”.

Y: “No grites, que oigo pasos”.

Los de amorosos fracasos

en las posadas crecían.

Los casados se escondían.

Las casadas se ocultaban.

Y todos justificaban

Con una “y” lo que hacían.

 

 

El plan hoy es rescatar

las posadas de La Habana,

una experiencia lejana

que a muchos va a contentar.

El plan es recuperar

sus sensuales sinfonías,

revivir las alegrías

de tanto espacio vital:

Oh, antigua Monumental.

Oh, viejo hotel Ocho Vías.

 

 

Nuestra primera posada

se llamó “Carabanchel”:

decimonónico hotel,

centrohabanera barriada.

Pero en los 90 nada

quedó en pie, cero agasajo.

Como se extraña ese atajo

de erótica alternativa:

¡Oh, motel Edén Arriba!

¡Ay, motel Edén Abajo!

 

 

Por el indiscreto trazo

y la baja calidad

las mujeres (es verdad)

le hacían cierto rechazo.

No todas iban del brazo

del amante (una amenaza).

La excepción (de cualquier raza)

era la amante o la esposa

de familia numerosa

o que no tenía casa.

 

 

Si eran jóvenes temían

que alguien las reconociera,

que algún amigo supiera

lo que en el motel hacían.

Casi siempre se escondían

(él delante, ella detrás).

Pero esta historia quizás

otra contraparte tiene:

a las mayores la higiene

las embarazaba más.

 

 

Mas no imaginan ustedes

lo que más les preocupaba,

lo que más les molestaba:

¡los huecos en las paredes!

En casi todas las sedes

existían habituales

mirones profesionales

que fingiendo poner cuadros

fabricaban con taladros

observatorios sexuales.

 

 

Aunque la gran pesadilla

(de abeja reina y de zángano)

era el llamado “carángano”

(la tan popular, “ladilla”).

“No tengas miedo, pepilla”.

“No te alteres”, “no hay motivo”.

Menos Harry el Sucio, un divo

Que hasta las coleccionaba

–¡Ecologismo! –gritaba–

¡Ese bicho es un ser vivo!

 

 

Entre bichos y mirones

las posadas parecían

westerns en los que gemían

“Con la muerte en los colchones”.

Gritos, aseveraciones:

“Mira, hay rendijas abiertas”.

Y eran advertencias ciertas

porque se escuchaban ruidos

complot de ojos y oídos

entre paredes y puertas.

 

 

Todavía quedan ecos

de esa costumbre dañina:

tapones de plastilina.

arte de los “mirahuecos”.

Cuántas trampas y embelecos,

cuántos tipos “visionarios”

que hacían huecos precarios,

pequeñas obras de arte

que acababan siendo parte

del servicio a los usuarios.

 

 

¿Quién no recuerda una cama

montada en cuadro ladrillos

y el jadeo en los pasillos

y el “quién está” de una dama?

¿Quién no recuerda la fama

turbia de los merodeantes?

Y: “¿último? Y: “¡yo llegué antes!”

Y: “no tenemos jabones”.

Y huecos en los colchones.

Y “marcas” de otros amantes.

 

 

Y los fines de semana

eran los más complicados:

cuántos cuartos ocupados,

cómo “se posa” en La Habana.

Larga fila ciudadana.

Horas largas y tediosas.

Diez pesos para unas cosas.

Veinte pesos y te cuelo.

Y pobre adúltero en celo.

Y pobres “nuevas esposas”.

 

 

El posadero tenía

siempre más habitaciones

para aquellas excepciones

del que buen “baro” exhibía.

El amante que venía

con más dinero escondido

siempre eran bien recibido,

tanto él como su dama

(y encima, con buena cama,

como valor añadido).

 

 

El Acta de Defunción

de las posadas tal vez

fue el año 93,

tras el paso de un ciclón.

Tormenta del Siglo. Acción

funesta por muchos lados.

Y aquellos sitios “amados”

–¡memoria, oh, cómo te yergues!–

pasaron a ser albergues

para los damnificados.

 

 

Ante el enorme cambiazo,

el impacto fue tremendo.

La gente seguía yendo

con sus parejas del brazo.

Amantes con tacto escaso.

Adúlteros de este a oeste.

Y aunque recordarlo cueste

más de uno puso en la entrada:

“Ya esto no es posada.

Hay familias, no moleste”.

 

 

Y hubo quien se pasó un poco:

“Quiero ver al carpetero.”

O gritando: “¡Posadero,

dame un cuarto que estoy loco!”

Un show. Un circo. Un siroco.

–Ya esto cambió. –Y yo qué sé.

–Es un albergue. –Y por qué.

Hasta un grito de calibre:

–¡Dame el cuarto que esté libre;

ya tú sabes para qué!

 

 

¿Quién no recuerda la ausencia

de agua en la pila del baño

y un tanque “de este tamaño”

para matar cada urgencia?

Pero bueno, la presencia

de esta práctica tan sana,

de esta infiel y casquivana

experiencia del amor

forma parte del folclor

erótico de La Habana.

 

 

Así que, todos felices.

Si renacen las posadas

casados y no casadas,

todos, comerán perdices.

Hasta los de otros países

se van a beneficiar.

Y no tendremos que hallar

jóvenes desesperados

en el malecón sentados

echando “cosas” al mar.

 

Anécdotas de posadas

Armando, ex posadero de Venus, junto a la Estación de Trenes

Un distinguido abogado,

hombre culto y de linaje

vestido de fino traje

y vecino del Vedado

pasó un día acompañado

por su hijo –qué gestos tiernos.

En nuestros cuartos internos,

huésped, la madre del hijo.

Y el niño oyó que alguien dijo:

–¡Pobre, tan sabio y con cuernos!

 

Sin pensar en su mamá,

guiado por lo que oyó,

el pequeño preguntó:

–¿Tú tienes cuernos, papá?

Y el padre en vez de “qué va”,

“Niño, qué pregunta es esa”,

le respondió con firmeza,

sin traicionar su abolengo:

–No sé, hijo… ¡siempre tengo

tanta cosa en la cabeza!

Jesús, ex posadero de Edén Arriba, cerca de la Presa de la Guayaba
Un día un tal Ángel Rama

llega de forma ruidosa

entra y encuentra a su esposa

con un vecino en la cama.

–¡María, qué haces! –exclama.

Y los otros (nada memos)

separan pelvis y extremos.

Y ella comenta de pronto:

–¡No te dije que era tonto!

¡No sabe ni lo que hacemos!

 

Erick, ex posadero de Edén Abajo, cerca de la Presa de la Guayaba

Un día un hombre, un señor.

le preguntó a Juan Laffita:

–Compadre, ¿y tu esposa grita

cuando está haciendo el amor?

Yo pensé que por pudor

Juan no le iba a contestar,

pero él dijo sin dudar,

con voz de viejo borracho:

–Vaya si grita, muchacho,

¡si la escucho desde el bar!
El Chino, ex posadero de la Canada Dry, cerca del Parque de La Normal

Un hombre y una mujer

se encontraban en la cama,

cuando de pronto alguien llama

interrumpiendo el placer.

Dice la mujer: –A ver…

¿Sí?… No te preocupes… Sigo…

–¿Quién es? –preguntó el amigo.

–Era mi esposo; está loco;

dice que tardará un poco,

que está cenando contigo.

Ernesto, ex posadero de Villa Laurel, en el Reparto La Cumbre
Una noche de verano

una mujer enfadada

irrumpió en nuestra posada

a gritos, chancleta en mano.

–Que estás haciendo, Mariano.

Y señalando de pie

a sus partes la escuché

más tarde decir: –¡Patrañas!

Ahora sé con quién me engañas;

lo que no entiendo es con qué.

 

René, ex posadero de Las Casitas Blancas de Ayesterán
Un día llegó un señor

y le preguntó al de al lado:

–¿Tu mujer es la que ha entrado?

¿Y hace muy bien el amor?

Y el hombre, no sin rubor:

–¿Qué voy a decir, chaval?

La esposa mía es “normal”,

no es perfecta al cien por cien:

Unos dicen que muy bien

y otros dicen que muy mal…

 

Marcos, ex camarero de Edén Abajo

Un día una tal Mariana

le dijo a una tal Pilar:

–Hoy vi a tu marido entrar

a una posada con Juana.

¿Con Juana la Campechana?

–Con esa misma. ¡Es tremendo!

Y Pilar dijo sufriendo:

–¡Ay qué vergüenza, mi amiga,

ay, qué pena, qué fatiga!

¡Con lo mal que lo está haciendo!

Rogelio, ex administrador de Venus
–¡Hola amigo, ¿qué te pasa,

por qué estás tan pensativo?

–Ay, compadre, hay un motivo:

ayer al salir de casa

me gritaron en la plaza

“viejo cornudo”, un pendejo.

Y ay, compadre, me acomplejo

y el que me gritó se esconde.

Pero el amigo responde:

–No sufras, no estás tan viejo.
Feliciano, ex posadero de Vento y Camagüey
Se hallaron dos socios míos

en la posada de Vento

y uno preguntó contento:

–¿A ti te gustan los tríos?

Y el otro, lleno de bríos:

–Claro, por supuesto, sí.

Y el otro: –Ya estás aquí

y el cuartico está cercano,

así que corre mi hermano

¡tu esposa empezó sin ti!

 

Roberto, ex posadero de varias posadas
–Juana, ¿tú después del sexo,

conversas con tu marido?

¿Hablas con él? ¿Siempre ha sido

así de fuerte su nexo?

¿Lo cóncavo y lo convexo?

¿El gemido y el “te amo”?

Y Juana dice: –Digamo’

que evito ridiculeces.
que… bueno, sí, algunas veces

por teléfono lo llamo.

 

Gerardo, ex posadero de Vento y Santa Catalina

–Amor, qué curioso estoy.

Aunque no me digas nombres

confiesa, ¿con cuántos hombres

has dormido antes de hoy?

Vamos, esperando estoy,

Dímelo, lo quiero oír

Y ella: –Lo voy a decir

y que quede entre nosotros.

Solo contigo: los otros

no me han dejado dormir.

 

Alejandro, ex posadero de Vento y Camagüey

 

Ana le dice al marido:

–¿Dónde has estado hasta ahora?

–Una reunión traidora

y uf, qué tarde me ha cogido.

Y Ana, con ceño fruncido,

sospechando todo el rato

en un celoso arrebato

le grita mientras se gira:

–¡Eso es tremenda mentira!

Hueles a motel barato.

 

Y él (idéntico arrebato)

le responde con recelo:

–¿Y cómo sabes qué huelo,

dime tú, a motel barato?

Y así fue que al poco rato

como dos tórtolos buenos

Ana y su marido, llenos

amor, se mutuo-mentían.

–Cómo te amo –decían.

–Cuánto te he echado de menos.

 

 

Omar, otro ex pasadero de la Canada Dry

Un tal Eladio llegó

con su amante a la posada

y en la puerta de la entrada

el carro del suegro vio.

Por joderlo le quitó

el radiocasete al carro.

Pensó: “Gran broma, yo agarro

y lo asusto, hasta que indague,

al menos para que pague

el precio de pegar tarro.

 

 

Luego lo fue a visitar

y el suegro se hallaba negro.

–¿Qué te está pasando, suegro,

que no te escucho ni hablar.

Y el suegro sin rechistar

le dijo: –¡Ay, qué rabia, Eladio!

Ayer volví del estadio

con mi vena generosa,

le presté el carro a tu esposa

y le robaron el radio.

 

 

Pedro, otro posadero de la Venus

Una noche dos amigos

hablaban en la posada

tranquilos, como si nada

sentados los dos de frente

Y uno dijo de repente:

–Chico, ayer yo estaba en llama,

y tu mujer, una dama

pendiente del bien ajeno,

me contó un chiste tan bueno,

que me caí de la cama.

 

 

Paco, el Posadero de la Posada de 11 y 24

Un tipo a otro tipo dijo:

–Tú mujer está con otro.

Y el otro montó en un potro,

cogió un machete, maldijo

con un pensamiento fijo:

matar a aquel hombre extraño.

Pero al probar el engaño

al llegar a la posada

dijo: –¡Bah, no es otro nada,

es el mismo de hace un año!

 

 

Pepe, Posadero de las Casitas Blancas de Guanabacoa

Una muchacha casada

joven y de buen talante

iba entrando con su amante

una noche en mi posada

y vio a su esposo en la entrada

con la mujer de un amigo.

Con un nudo en el ombligo

le gritó, seria, a su lado:

–¡Te sorprendí desgraciado!

¡Y a él lo traje de testigo!

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