On-Décimas: ¡Taxi! ¿Taxi?

Antes valía 10 pesos / viajar del Vedado a Playa. / Pero la inflación estalla / y todo se vuelve excesos.

Foto: Kaloian.

Play para escuchar las décimas en voz de su autor Alexis Díaz-Pimienta: 

28 de febrero. 

11 y 23. La Habana. 

A esta hora de la mañana 

el sol pesa. Duele. Pero…

hay que salir. Un viajero 

está solo, en el Vedado.

Está bastante apurado 

porque tiene que ir a Playa.

No hay guaguas. Su cuerpo estalla 

en sudor. El pecho ahumado.

 

Pasan Ladas y almendrones.

Peatones. Bicicletas.

Una mujer en chancletas 

y vendedores gritones.

De todos los peatones 

nuestro sudado viajero 

parece el más triste, pero…

tiene que viajar. Llegar.

¿De qué vale protestar?

Al final, todo es dinero.

 

Tienes que sacar la mano. 

Coger un taxi. Pagar.

Un carro particular

es la solución, mi hermano.

Llegar rápido y temprano 

tiene un precio. ¿Y la inflación?

He aquí otra demostración 

de cuánto ha cambiado todo.

Donde hubo lluvia, ahora hay lodo.

Donde hubo fuego, carbón.

 

Antes valía 10 pesos 

viajar del Vedado a Playa.

Pero la inflación estalla 

y todo se vuelve excesos.

No valen gritos ni rezos.

A nadie le da la cuenta.

Primero, subió a 50.

Después, ya costaba 100.

Y ahora —¿es inflación también?—

ya vale 150.

 

Quien viaja es mi hermano Iván.

Viene a mi casa. Lo espero.

No pasa ningún rutero 

y las guaguas tardarán.

Así que sigue su plan 

de coger un taxi. Espera.

Pasan por la carretera 

varios carros y mi hermano 

mantiene en alto la mano

y muy cerca la cartera.

 

Al fin se detiene un Lada.

Blanco, para más señal.

Ivan piensa, “menos mal”

y monta como si nada.

El chofer, con la mirada 

estudia a su pasajero.

Ivan piensa: “Otro botero”.

“El precio de andar a pie”.

“Por lo menos llegaré “

“Al final todo es dinero”.

 

Se sentó junto al chofer

haciendo de copiloto.

El silencio hizo una foto 

en blanco y negro. Hay que ver.

Qué calor. Y una mujer 

de pronto saca la mano.

Son dos mujeres. Mi hermano 

las ve parar al botero.

Y en el asiento trasero

se suben. Aún es temprano.

 

“Buenos días”. “Buenos días”,

saludan las pasajeras.

Parecen dos compañeras 

de trabajo. Qué vacías 

sus miradas, y qué frías,

me contó mi hermano Iván.

La mayor dice que irán 

solo hasta 5ta y 70.

El chofer ni habló, Iván cuenta.

No es tan lejos. Llegarán.

 

No hay tanto tráfico ahora.

Ellas hablan entre ellas.

De taxis, guaguas, “botellas”,

del calor que hay a esta hora.

La joven y la señora

observan al conductor

usando el retrovisor.

Pero el chofer no las mira.

Iván, mi hermano, se estira.

Se abanica con sudor.

 

Pasan el túnel. Avanzan.

Los semáforos abiertos.

Los árboles medio muertos.

Los perros que no descansan.

En 5ta Avenida alcanzan

la velocidad “crucero”.

Iván piensa: va ligero.

El chofer piensa: voy tarde.

La joven piensa: el sol arde.

La mayor piensa: ¿dinero?

 

Y aquí comenzó el problema. 

Cuando se van a bajar 

el chofer quiere cobrar 

y ellas le “enyerban” el tema.

“¿Qué cosa?”, con voz extrema

le habla la mayor. “¿Dinero?

Perdóneme, compañero,

Pero usted está muy mal.

Esto es un carro estatal, 

no puede hacer de botero”.

 

—Son 150 cañas.

—¿Ciento cuánto? —Cada una.

—No pagaremos. Ninguna.

No siga con sus patrañas.

Hablan con voces extrañas.

Molestas. En buen cubano.

En silencio, Iván, mi hermano,

observa la discusión.

—Esto no es un almendrón.

No es tuyo el carro, paisano.

 

—Pero tengo que vivir, 

responde el chofer, molesto,

con acritud en el gesto

y cara de mal dormir.

—Señor, no me haga reír,

ironiza la señora.

Y el chofer: —A mala hora

las recogí. Está bien. Baje.

—No pagaremos el viaje.

—Ok, baje. ¡Vaya en bora!

 

Pero la joven, al lado,

lanzó su sermón final:

—Esta chapa es estatal.

Este carro es del Estado.

El petróleo te lo han dado.

Y hasta en la televisión 

escuché la orientación 

de no circular vacío.

¡Vaya descaro, Dios mío!

¡Tú no eres un almendrón!

 

—Esto es un aviso, chico.

—Oiga, deje el alboroto.

—¿Qué pasa si hago una foto 

a su chapa y la publico?

Iván se ríe: —¡Ay, qué rico!

El chofer: —Doblo en 70

y bájese, está violenta.

—¡Cucha eso, tú! ¡Qué descaro!

¡Y encima cobrando caro!

¡Este es el colmo, parienta!

 

—Señora, ok. No me pague.

Bájese ya, por favor.

—¡Mala gente! ¡Abusador!

—Señora, tómese un “lague”.

No me amenace, no amague,

que yo también soy cubano 

y el salario que me gano

no me llega a fin de mes.

—¡Pues cambie de pincha! —¡Oh, yes!

(se soltó en inglés mi hermano).

 

Y dice Iván que el portazo

se escuchó en Pinar del Río.

Y que el chofer dijo: —El mío,

a esas puras, tú, ni caso.

Dice Iván que era un payaso.

Dice Iván que siguió hablando 

y siguió despotricando 

contra el dúo de mujeres.

Que eran como tres aseres

a la misma vez gritando.

 

Y al llegar al paradero

punto y destino y final.

Dice Iván que él hizo igual:

—Muchas gracias, compañero.

—Ey, asere, ¿y el dinero?

Y que él respondió: —¿Qué qué?

Yo tampoco pagaré

—¿Qué cosa? ¿Estás rebencú?

—Yo soy más pobre que tú

y encima me muevo a pie.

 

Y dice Iván que el chofer 

empezó a mirarlo mal:

cara de chapa estatal

y ojos de “hay que comer”.

Iván se fue. Qué iba a hacer.

¿Mal rollo entre dos aseres?

“La culpa es de los choferes”,

pensó y no dijo más nada.

Cogió botella forzada

gracias a las dos mujeres.

 

Así que ya saben, míos:

sean viajeros “legales”

que los carros estatales 

no pueden viajar vacíos.

Si hay que armar lío, armen líos.

No acepten una amenaza.

Que ya saben lo que pasa.

Hoy Iván Díaz Pimienta 

se ha ahorrado 150

pesos viniendo a mi casa.

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