On-Décimas: Réquiem en décimas por Juan Padrón

Más de una generación ahora es huérfana (“Padrón”: superlativo de padre).

Juan Padrón, en marzo de 2008, el día que le otorgaron el Premio Nacional de Cine. Foto: Kaloian.

Papi, sé que dirías, “no te pongas tan serio”… y tienes razón.
Ian Padrón

Todas las frases en cursiva son citas
de los dibujos animados de Elpidio Valdés

—¿Que ha muerto quién? ¿Juan Padrón?

¿Tú estás loco, bro? ¿Qué dices?

¡No me toques las narices!

¡Seguro es “fake new”? —¿¡Perdón!?

Lo han dicho en televisión.

Y en Internet. —¿Padroncito?

¿El de Vampiros…? ¿Juanito?

¿Cómo? ¿El de Elpidio Valdés?

¡La Muerte qué tonta es!

¡Qué chiste tan mal escrito!

Miro hacia atrás. Soy pequeño.

Tengo ocho, diez, once años.

Y otros de varios tamaños

comparten mi infancia y sueño.

Entro en el cine. Me adueño

de una butaca vacía.

Cine Rex. Interior Día.

Cientos de niños sentados.

¡Hay dibujos animados!

¡Hay chistes con poesía!

Rex. Dúplex o Cinecito.

Da igual. Es nuestra niñez

y es nuestro Elpidio Valdés

(más real que “muñequito”).

Todo es perfecto. Hay un rito

de dibujo y carcajada

que deja la infancia untada

de historia e ingenuidad.

Todos tenemos la edad

de la inocencia. ¡Sagrada!

Y hay un señor (dibujante)

al que llaman Juan Padrón

que nos hipnotiza con

su mezcla de comediante

y  poeta delirante,

de historietista “volado”

e historiador adaptado

a la tinta y al grafito.

Juan Padrón. Padrón. Juanito.

Un ser humano “animado”.

¡Y ahora huérfanos! ¡De madre!

Más de una generación

ahora es huérfana (“Padrón”:

superlativo de padre).

Cuadro a cuadro. Encuadre a encuadre.

Dibujos inteligentes.

Juan, como en tantos ambientes

creaste tus acertijos,

dejas millones de hijos

de apellidos diferentes.

Hijos de muchas edades.

Hijas de distintas razas.

Hijos en todas las casas

de diferentes ciudades.

¡Animadas amistades

que hoy reímos de dolor!

Pues la liturgia mayor

ante este, tú último viaje,

es volverte un personaje

de tu obra, animador.

Tú eres Elpidio Valdés.

Y María Silvia. Y Rezoplez.

Y es natural que te acoples

en tantos, Juan, a la vez.

Tú eres Palmiche después.

Y un trompeta. Y una anciana.

Tú eres la negra africana.

Y el soldado. Y el guajiro.

Tú eres el mayor vampiro

de las calles de La Habana

Se fue el último mambí?

¿Murió el pillo manigüero?

¿Aquel chico matancero?

¿El de los vampiros? ¿Sí?

¿Quién lo dijo? No lo vi.

¿Dónde y cuándo falleció?

¿Qué la Parca lo llamó?

¿Qué se ha muerto? ¡Deja, deja!

—Ay, ño, María Silvia… ¡vieja!

¡Infamia, calumnia! ¡Nooo!

Esto debe ser trucaje

de cine de animación.

Trucos de televisión,

diablura de personaje.

A Juan le encanta el pillaje

y de algo seguro estoy:

Como ni siquiera hoy

se puede quieto quedar,

asalta el tren militar

y luego asalta el convoy.

Y con manigüeros, pillos

y toda su tropa entera

va contra la cañonera

y contra los rayadillos.

Ahora busca atajos, trillos

para todas las edades

y entre esas inmensidades

donde somos diminutos

en lugar de “filminutos”

hará “film-eternidades”.

Lo veo. Pícara risa,

carita de “yo no fui”,

tocando el clarín mambí

y ajustando su camisa.

Lo veo, estampa mambisa

recorriendo toda Cuba.

Y un español (máuser y uva)

que quiere un himno tocar

y comienza a protestar:

Solo ha quedado la tuba.

Ey, maldito manigüero,

pillo, insurrecto, mambí…

¿Adónde vas? ¡Ven aquí!

Toma machete y sombrero.

¡Busca a Elpidio en el potrero!

¡Anúdate la camisa!

Y al ver que no tiene prisa

alguien grita desde España

¡Apague, apague mi caña!”

Y él se parte de la risa.

La Muerte lo ve llegar

pero no lo reconoce.

Juan y Elpidio y diez o doce

mambises la ven pasar.

La Muerte comienza a hablar

pero nadie le hace caso.

La Muerte da un frío paso

Y habla en inglés (“brother, síster”)

Y Elpidio-Juan: —Bueno, míster,

ehhhh… ¡la suya por si acaso!

No se queje más, compay,

No se queje demasiado

que aquí tos hemos tirado

con fusiles peores… —¡Ayyyy!

—Pero bueno… ¿Ay o no hay?

Y Oliverio: —Mala suerte.

¡Señorita! —gritan fuerte.

¿Quién es? –la joven repuso.

Y: —El imbécil que le puso

bandera blanca a la Muerte.

Celedonio y Oliverio

(dos tipos “fuera de serie”)

repiten a la intemperie:

—Ian, no te pongas tan serio.

La Muerte tiene criterio,

dicen, mas se ve nerviosa

cuando oye la voz graciosa

de Juanito en la otra orilla:

Tráiganme clavo o puntilla,

mi rifle usa cualquier cosa.

Mi rifle dispara clavo,

cuchara, pluma, herradu…

 —¿Oyes lo que dice?, ¡Offfú!

¡Ese Juanito es un bravo!

Juan dispara y boca y cabo

humean en el encuentro.

Dispara a un lado y al centro.

Y de pronto oyen: —¡Compays!

¡Este… hombre… ¡Paren que vais

a matar a uno aquí adentro!

Y ante la voz del doctor

que cuenta que Juan se ha ido;

y ante el rostro compungido

de otros a su alrededor,

¡Mamacita, qué dolor!

se oye a una joven diciendo.

—¡Qué dolor! —sigue sufriendo.

Y alguien, frente a su congoja:

¿Qué te duele, Pelirroja?

A mí ná, estoy traduciendo.

María Silvia y Media Cara

chocan las cinco, riéndose.

Rezoplez silba, sintiéndose

una sensación muy rara.

María Silvia no declara.

Ni habla ningún rayadillo.

Solo la Muerte en un trillo:

¡Maldito mambí!, diablura,

en la próxima aventura

lo voy a hacer picadillo!

Y cuando escuchan aquello

Elpidio y Padrón, los dos,

dicen a una sola voz:

¡Corneta, toque a degüello!

La Muerte ante el atropello

recula unos cuantos pasos

y algunos diablillos rasos

le dicen: —Ñooooo, estos guajiros

na má que oyen los tiros

y «asarrrtan» a machetazos.

Pero… ¡qué susto, Josú!

Generá, tranquilo usté,

que lo vamo a hacé puré

e talco… —¡Qué bueno, tú!

Se oye el musical menú

de una trompeta inspirada.

Y la Muerte, despistada,

pregunta (porque le escuece):

Pero, ¿qué ha tocado ese?

Y le dicen: —¡Retiradaaaaaa!

Juan quiere irse. —¡Adiós, el Mío!

¡Muchachooooo, no seas salao!

¡Venga pacá, condenao,

que tú solo estás herío!

Todo es un caos, un lío.

Entonces la Muerte, jura

que en la próxima aventura

“lo vamos a hacer papilla,

papillita de tortilla,

puré de talco” —¡Qué hartura!

La Muerte, con su inmodestia,

de pronto dice: —Consorte,

esto no hay quien lo soporte…

Juan ahí… Y uno… de bestia.

Nos da risa su molestia

al hablar sobre el mambí.

Juan Padrón, tranquilo, ahí,

dormido (o como durmiendo)

—Y la tal Muerte comiendo

m… mandarinas por ahí.

La Muerte empieza a gritar

entre disparos lejanos:

¡Pa’lante, leones hispanos,

no os dejéis provocaarrr!

La Muerte empieza a llorar

y farfulla en un desliz:

–Una afilando feliz

la guadaña que más quiere,

Y ahora va Juan… y no muere.

¡Ay, qué país! ¡Qué país!

–Oye, Muerte, están diciendo,

ya no sé por qué motivo

que Juan Padrón sigue vivo.

¡Bestia, qué estamos comiendo!

Todo se va confundiendo.

La propia Muerte se aterra

y poniendo un pie en la tierra

mira hacia Palmiche y:

¡Palmiche, cará! ¡Ese sí

es un caballo de guerra!

“¡Me lo tengo que llevar!”

(piensa en voz alta la Muerte).

La mía, qué mala suerte.

Qué difícil trabajar

como Muerte y no lograr

llevarse a este “compañero”.

Insistiré. Yo lo quiero.

Lo necesito. Lo juro.

Yo he traicionado muy duro

Pa’ ganarme ese dinero.

Media Cara está muy triste.

Y María Silvia. Y Cortico.

Rezoplez, tristón y pico.

Celedonio ya ni existe.

La Muerte en matar insiste.

Hace al catalejo un zoom.

Saca el rifle (arma común)

Y… –¡Elpidiooooo! –grita otra vez.

¿Quién llama a Elpidio Valdés?

Etta que ‘ta acá atrá’… ¡¡PUM!!

—¡Corneta, toque a reír!

–¡A la orden, mi Coronel!

–¡Corneta, risa a granel!

–¡A la orden! ¡Viva el vivir!

–¡Corneta, toque a seguir!

–¡Corneta, toque reencuentro!

–¿Qué hago, Muerte? ¿Salgo o entro?

–¿Pero por qué disparáis?

Este… Hombre… ¡Que lo váis

a matar a uno aquí adentro!

¿Que ese pillo manigüero

seguirá vivo en la gente?

¿Qué el tal Juanito se siente

vivo, eterno, guerrillero?

¡Ayyyy!, ¡Bandido, bandolero!

¡Qué mal rato! ¡Me pellizco!

Vaya animado tan bizco.

Pero esto se va a acabar.

¡Ahora vamos a bajar

y lo haremos “dizzzco”, “dizzzco”!

—¿Y qué pasó? Ni pregunten.

Todo parecía un juego.

De pronto: —¡Preparen!… ¡fuego!

(¡Ñó! Se me olvidó el “apunten”).

Y los panchos: —¡No se junten

con las sombras poco humanas!

Y la Muerte (con sus ganas

de “empadronarse”), gritando:

¡Mambises, bestiaaaaaa… ¡Hasta cuándo!

¡Que no tiréis con ventanas!

Y ahora Cuba confinada.

Y Elpidio, con seis o siete:

Caballeros, al machete

y con la luz apagada.

Eso del COVID no es nada,

dice el eterno mambí.

María Silvia dice, sí,

con carita de confronta.

Y agrega: —Oye, Muerte, tonta,

que la candela es aquí.

—¿Juan ha muerto!? ¡No sé yo!

No se fíen, quietos, ¡contra!

porque ese tipo es recontra

-súper-peligroso, ¿O no?,

No se embarquen… Quietos, oh,

no se embarquen más, mi gente.

Y alguien dice de repente:

Que La contrainteligencia

es la contra-inteligencia,

chavá… Sé má inteligente.

Y María Silvia salió

y cantó: —¡España, España,

don Rezoplez no se baña,

el jabón se le acabó.

La Muerte que mal quedó.

La Muerte triste, nerviosa.

—Tanto lío y tanta cosa

pa’ que lo engañen a uno

como a un chino… Y qué oportuno:

Él-pidió paz… y ahí reposa.

Mas de pronto, se oye un grito

de acento largo y rajao:

¡Párate ahí, condenao,

que tú ta’ herío, Juanito!

Pero se abre el infinito.

La Habana se pone oscura.

Y Juan dice, con voz dura:

—Me voy, esto es lo que hay.

¡Ya nos veremos, compay,

en la próxima aventura!

Mas nadie quiere creer

que Juan Padrón, Padroncito,

va a cometer “el delito”

terrible de des-nacer.

Y cuando empieza a doler,

cuando ya pesa el vacío,

el mismo grito sombrío

de San Antonio a Maisí:

¡Muchacho, párate ahí

que tú solo estás herío!

Y hay más sonrisas que lloros

(de corto y largo metraje).

Y Juan, hombre y personaje,

habla solo y le hacen coro

desde la Torre del Oro

hasta el Pan o el Escambray:

—¿Que más vida ya no hay?

¿Que este adiós hay que creerlo?

Pues… Eso habría que verlo…

¡Hasta la vista, compay!

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