Leer es salvarnos

Tengo tres o cuatro libros y textos en mi escritorio, algunos leídos y otros repasados. Alberto Manguel y Una historia de la lectura encabezan la pila. Son obras que habría que estudiar en la escuela, a la hora adecuada, en vez de ser sometidos por los sistemas estudiantiles a El Quijote o un Shakespeare cuando todavía no estamos en edad de comprender, desvirtuando el espejismo de crear hábitos y tocar el alma de los jóvenes con lo esencial.
Manguel habla de leer para otros, vocación que Jorge Luis Borges cultivó, en la posición del “otros”, y que ha sido decisiva. Recuerda que en la historia de Cuba el arte de leer en voz alta se convirtió en una institución del siglo XIX, cuando el español Saturnino Martínez, fabricante de tabacos y poeta tuvo la idea y voluntad de publicar un periódico, La Aurora, para los tabaqueros, proponiéndose ilustrar de todas las maneras posibles a ese grupo social. El hecho, en breve, fue considerado subversivo. Los tabaqueros fueron precursores del movimiento sindicalista en la Isla y de la lucha por las libertades cooptadas.
Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, ha exigido el “enseñar a leer buenos libros, e incitar y enseñar a leer a los que vienen detrás, como un quehacer imprescindible”. En la introducción de La verdad de las mentiras, el peruano discursa sobre la trascendencia de la ficción, y asegura que esta traiciona la vida, la transgrede. “La ficción es un sucedáneo transitorio de la vida. El regreso a la realidad es siempre un empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos”.
Se refiere también a la potestad liberadora de las letras y el temor que le destinan las sociedades cerradas. En ellas, explica, el poder no solo se arroga el privilegio de controlar las acciones de los hombres, sino que aspira a “gobernar sus fantasías, sus sueños y, por supuesto, su memoria”.  “Salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad”.
En otro tiempo, no olvidemos, los poetas eran considerados peligrosos y no pocos han sido asesinados. Le sucedió a Sor Juana Inés en el siglo XVII y a García Lorca en el XX, por solo citar un par.
Aunque la industria editorial y el mercado modernos han tirado al poeta de ese pedestal, en las revoluciones interiores sigue teniendo similar eficacia.
En la pasada feria del libro de Madrid, que viví a pleno pulmón, en un recinto con más de trecientas editoriales exponiendo obras y contradiciendo la crisis de los libros, el poeta rumano Mircea Cărtărescu levantó la voz en defensa de la lectura, la literatura y la poesía: “Los seres humanos no saben, literalmente, leer y en poco tiempo tampoco sabrán, literalmente, escribir. Vivimos la melancolía del ocaso de la antigüedad, la ruina de una civilización, quizá la propia ruina del hombre”.
En su libro Les neurones de la lecture (Odile Jacob), el neurólogo Stanislas Dehaene, catedrático de Psicología Cognitiva Experimental del Collège de France afirma que hay más materia gris en la cabeza de una persona lectora y más neuronas en los cerebros que leen. Sin embargo, en este intento por llegar a los lectores de OnCuba hoy, y convencerlos de “la maravilla”, prefiero aludir a largas conversaciones con amigos de la vida en las que desmenuzamos los pros —sin contras— de la lectura: nos permite pensar, vivir otras vidas, soñar, crecer, atravesar el tiempo y el espacio, hacer revoluciones, conquistar y, lo principal, liberar nuestra conciencia de aquello que un día nos dijeron era “lo correcto”, y que con el tiempo se convierte en un sistema ineludible de normas preaprendidas, que nos alejan de la “ansiada libertad”.
“Aprende de quienes puedan enseñarte. Las experiencias de quienes nos precedieron, de nuestros ‘poetas muertos’, te ayudan a caminar por la vida. La sociedad de hoy somos nosotros: Los ‘poetas vivos’. No dejes que tu vida pase… sin que vivas eso”, dice Whitman en “No te detengas”. Acaso puede alguien imaginar un mundo sin Shakespeare, sin Cervantes, sin Whitman, Borges, Proust, Baudelaire, Martí, Lorca, Miguel Hernández, García Márquez, y tantos y tantos… ¡Imposible!
Hoy me quedo con los versos del “poeta”, veo la luz entrar ínfima por la ventana y me asalta la certeza de que estamos, todavía, a tiempo de salvar esta civilización que es la del hombre.

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