Un mundo sin bibliotecarias

A veces me preguntan por qué o cómo me volví escritora. Sucedió, sobre todo, porque en casa teníamos una biblioteca tan grande, y porque mis viejos se encargaron de ponerme en las manos los libros adecuados.

Foto: Pxhere.

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Busco en OCCMundial puestos de trabajo y escribo “Bibliotecaria”. Pienso que si consiguiera un empleo de bibliotecaria podría estar en un templo donde inevitablemente habría libros, conocimiento, sabiduría, cultura, belleza, historia… Eso ya es un buen suceso en la vida cotidiana.

Horror, no hay un solo empleo en ese portal digital. El oficio de Bibliotecario ha desaparecido de allí. Languidezco. Recuerdo a mi bibliotecaria de la secundaria. Una negra alta, delgada y elegante, muy leída, única amiga de verdad que tuve en esos años, porque con ella podía conversar de un mundo mejor al que habitábamos. Las dos habíamos estado allí.

Sigo en la búsqueda, en este caso me remito al negocio “Librerías”. Pienso que si no hay bibliotecarias, estas mujeres (empleo habitual del género femenino, mas no exclusivo) estarán en algún espacio de las librerías. Quizás no de las grandes, sino de esas donde uno espera todavía una recomendación del librero.

Mi sorpresa es todavía mayor y más hondamente triste. Los puestos que aparecen son: Desarrollador Java **URGENTE*, disponibilidad inmediata; Programador web; vendedor de tecnologías y gadgets; Desarrollador IOS; Ingeniero en Automatización; Soporte Técnico, y otros por el estilo. ¿El universo de los hombres vinculados a los libros y la lectura ha fracasado?

No puedo dejar de preocuparme por un mundo sin bibliotecarias. Poniéndolo en perspectiva, significa que todos esos libros, apilados en bibliotecas desde el comienzo de la escritura a la fecha, serán mucho menos leídos que nunca. Significa que en la escuela, en el barrio, en la municipalidad no habrá una mujer u hombre amigo, que permita escapar del tiempo hablando de las historias leídas. Significa también que mucho del conocimiento que hemos acumulado hasta hoy se irá perdiendo de a poco, será reemplazado por aquella información superficial y urgente que ese mundo de tecnologías nos pone, no al alcance, sino encima, como una piedra de Sísifo con la que toca cargar.

A veces me preguntan por qué o cómo me volví escritora. Sucedió, sobre todo, porque en casa teníamos una biblioteca tan grande, y porque mis viejos se encargaron de ponerme en las manos los libros adecuados a lo largo de la vida, hasta que yo empecé a tomar decisiones propias, aunque nunca abandoné las recomendaciones importantes que me hacían. Ellos eran mis bibliotecarios y me brindaron un servicio excelente que ha hecho de mí otro ser humano diferente al que me hubiera tocado. Y es que el mundo de la lectura es un espacio tan amplio, que cabe en él la posibilidad de ser feliz. Yo lo he sido.

Esto no significa que esta profesión se privilegie de la lectura más que otras. Mi José Martí, poeta infinito y prócer, decía “Ser cultos es el único modo de ser libres”, y esa afirmación sorprende a los hombres y mujeres de cualquier nivel socioeconómico, profesión u ocupación. Se es un mejor arquitecto si se ha conocido la belleza del arte. Se es mejor pintor, albañil, cosmonauta, ingeniero hidráulico, porque la lectura libera y hacer crecer.

“`El arte alcanza una meta que no es la suya` —escribió Benjamin Constant—. Lo mismo puede decirse de la lectura. El placer de la inteligencia significa al menos dos cosas: disfrutar del uso de la razón y disfrutar del reconocimiento del mundo. Es banal recordar que la lectura nos lleva a regiones insospechadas; menos banal es recordar que nos hace ciudadanos de tales regiones. Para un lector, todo libro es un museo del universo y, a veces, el universo mismo”, dice Alberto Manguel, quien trabajaba en la librería que visitaba Borges, y más tarde fue su lector, cuando el poeta se iba quedando ciego.

Lo que le sucede a Manguel, uno de los escritores e intelectuales más sólidos de nuestro tiempo, me ocurre también a mí, “soy quien soy porque he leído…” una página de Borges, de Manguel, de Peter Singer, del Gabo, de Pessoa, de Saramago, de Mo Yan, de Cervantes, de Virginia, de la Storni o Neruda, un poema de la Mistral, de Whitman, de mi padre, de mis amigos… Y eso es inconmensurable. Y eso me aleja de ese mundo banal de información superficial al que nos hemos entregado; y eso es el camino hacia la libertad, la paz y la salvación de nuestro agonizante mundo moderno y su civilización.

Manguel dictamina: “Leer nos permite el placer de recordar lo que otros han recordado para nosotros, sus inimaginables lectores. La memoria de los libros es la nuestra, seamos quienes seamos y estemos donde estemos. En ese sentido, no conozco mayor ejemplo de la generosidad humana que una biblioteca”.

No puedo entonces figurarme, siquiera, la gravedad de un mundo sin bibliotecarias.

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