Vivir en democracia

En tiempos electorales, como los que ha vivido mi país adoptivo, México, recientemente, quedan siempre temas y reflexiones flotando en la nebulosa de las neuronas. Pareciera que perdemos el tiempo en lo inútil. Sin embargo, con el teclado bajo los dedos y la pantalla en frente, me gusta creer que tengo un arma poderosa para discutir asuntos tan de la gente como la democracia.
El pasado mes de junio, estando en tierras españolas me tocó ver cómo el Congreso era capaz de poner en duda la gobernabilidad de un presidente, Mariano Rajoy, y que, a través de uno de los llamados mecanismos de la democracia, una moción de censura, el líder opositor del PSOE pudiera sacarlo de su cargo. Los descontentos de Rajoy, al menos, hablaban entonces de democracia, y lo era si se piensa en el pasado y en los versos del gran poeta Jaime Gil de Biedma: “De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal”.
Yo que nací en una Cuba “socialista”, en la que se pregonaba la igualdad de todos y el poder del pueblo como la bandera excelsa de la democracia, pero vivíamos con el miedo latente de decir o hacer algo que estuviera mal o contradijera los “principios” de nuestra revolución…; que he vivido el México todavía pobre y hambriento del siglo XXI, donde los políticos y las mujeres son asesinados, el narcotráfico impone las leyes, y el sistema judicial sigue siendo un pendiente eterno a reformar…; que veo con ojos incrédulos democracias como las de Donald Trump, considerado el peor mandatario estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, y que sin embargo casi puedo apostar se reeligirá en 2020 (ojalá se me llene la boca de hormigas por tal aseveración), o la del Bush de la denominada “Guerra contra el Terrorismo”, que institucionalizó ese terrorismo a nivel mundial… Yo que he vivido en la época de los grupos religiosos extremistas y las dictaduras que pretendieron ser derrocadas por la Primavera Árabe, dejando sin embargo un territorio supurante de guerras, éxodo, racismo y antidemocracias…; que he conocido los sistemas electorales por dentro, las campañas y hasta a los candidatos, porque el propio oficio del periodismo me ha llevado a hurgar en sus basureros… Manifiesto mi profunda decepción hacia lo que el término y sus derroteros representan hoy.
Cuando escarbo las realidades de todos los días de este continente que Martí soñó como Nuestra América, me pregunto en mis polémicas internas: ¿por qué no cabe dentro de la palabra democracia un trato igualitario más allá de género, razas, religiones, credos, orientaciones sexuales, nacionalismos? ¿Por qué existen todas estas denominaciones que no hacen más que segregarnos, golpearnos y exterminarnos? ¿Por qué tenemos las mujeres que estar viendo siempre por encima del hombro por temor a que nos asalten, violen, secuestren, maltraten, degraden o maten? ¿Por qué la cotidianidad parece ser pisar a alguien para ascender un escalón que nos lleva nunca sabremos a dónde? ¿Por qué el dinero nos rige como sociedad, y no mandan leyes sagradas de la naturaleza y el amor? ¿Por qué la poesía dejó de ser peligrosa, y su papel fue desbancado por la ambición y el mal gobierno?
El notable estadista, reconocido líder político británico y que fuera también Premio Nobel de Literatura 1953, Winston Churchill, diría que el mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio.
Mi lista de preguntas es infinita. De todas formas, y aunque parezca un ejercicio ingenuo, tengo que hacérmelas; tengo que hacerlas. Difícilmente encontraré un auténtico demócrata con respuestas. Churchill ya no está y yo debo quedarme acaso con su máxima: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”, al menos, lectores, hasta que se pruebe lo contrario.
Hoy, en México, tenemos nuevo Presidente. Si me permiten una última pregunta: ¿cambiará eso el curso de su historia y viviremos ahora en democracia?

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