MiG-23

Realmente no me acuerdo del día exacto en que ocurrió este incidente, esta conversación que terminó con una cicatriz en la cabeza de mi amigo Carlitos. Últimamente recuerdo los hechos pero no las fechas. Éramos unos jovencitos, pequeños de tamaño y edad, pero muy soñadores; soñar era gratis, no como ahora que soñar cuesta, ¿qué no cuesta ahora?

Carlitos era el niño privilegiado de mi cuadra y de muchas cuadras más. Su padre era militar, y no un militar cualquiera, llevaba en su uniforme más de una estrellita. Por aquellos tiempos, todos queríamos ser militares, por confort y por honor.

Sí sé con precisión que ese día llovía, y el aire era frío, tan frío que atemorizaba mis pulmones y contraía mis bronquios. Lo recuerdo porque esa tarde ambos terminamos en el policlínico: yo dándome un aerosol y Carlitos con unos puntos en la cabeza.

La conversación fue breve; la discusión duró más tiempo y se transformó en una pelea a puños cerrados y luego a palo (Carlitos era mucho más grande y fuerte). No es por excusarme pero él me pegó primero, fue más ágil; además, estaba más indignado, defendía su punto de vista con más tenacidad que yo el mío (más que tenacidad era convicción). Es que yo no tenía punto de vista, simplemente opinaba, estaba bajo la influencia del llamado “divisionismo” ideológico que nos intoxicaba por aquellos tiempos.

Carlitos hablaba ruso y detestaba a los americanos, al menos eso decía, por aquella época era fácil detestar a los americanos. Decía que los aviones de combate rusos MiG-23 eran mejores que los F-16, de la fuerza aérea de EE.UU. Y yo que no, que con los americanos nadie podía: “Esa gente hace los mejores aviones y la mejor música del mundo”. Vale aclarar que yo no sabía nada de aviones; de música sí, lo suficiente, me gustaban más los americanos que los rusos, solo eso; además, disfrutaba llevándole la contraria. “Los rusos me parecen torpes”, fue lo último que recuerdo haberle dicho antes de sentir su puño en mi mentón, y yo darle con el palo.

“Tremendo palo me dio Huguito”, le dijo hace unos días Carlitos a un amigo mientras me abrazaba. Nos encontramos por casualidad en un restaurante, al noroeste de Miami, donde es jefe de turno. El restaurante tiene colgado un cartelón muy grande al costado izquierdo de la puerta que dice: “Mr. Obama lift the travel ban to Cuba”.

“¿Y tú sigues pensando que los rusos son mejores que los americanos?”, le pregunté sonriente y contento de verlo (hacía más de 30 años que no nos veíamos, tal vez desde aquel mismo día en que éramos pilotos rivales). “Mi hermano…”, me respondió mientras apuntaba a una pequeña cicatriz en su cabeza, “ya no importa,  ¿o sí?”. “No”, le devolví el abrazo, “éramos niños, es irrelevante”.

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