Un nuevo tiempo

Miguel Díaz-Canel, entonces primer vicepresidente, de la mano de su esposa, Lis Cuesta, habla con otros votantes el día de las elecciones el 11 de marzo de 2018. Desde el 19 de abril Díaz-Canel asumió como nuevo presidente. Foto: Ramón Espinosa / AP.

Miguel Díaz-Canel, entonces primer vicepresidente, de la mano de su esposa, Lis Cuesta, habla con otros votantes el día de las elecciones el 11 de marzo de 2018. Desde el 19 de abril Díaz-Canel asumió como nuevo presidente. Foto: Ramón Espinosa / AP.

Como muchos de ustedes, yo también pasé horas frente al televisor observando la elección de Miguel Díaz-Canel como nuevo presidente de nuestro país. Sin dudas para la gran mayoría de los cubanos fue un momento histórico. Raúl Castro cumplió su promesa.

¿Qué sobrevendrá tras este cambio? No lo sé, hay que esperar. Según lo que todos pudimos escuchar, por ahora no llegarán algunas transformaciones que muchos esperan. De hecho, se ratificaron políticas y procedimientos que garantizan la continuidad y prefieren la unanimidad.

En los medios de prensa internacionales una avalancha de analistas predicen y recomiendan. Desde el fin de la dualidad monetaria, la aprobación de la pequeña y mediana empresas, hasta una apertura más amplia al sector privado y la inversión extranjera, por solo hablar del plano económico.

Me preocupa que no se planteen con el mismo interés y más temprano que tarde, soluciones para remediar el descontento popular con sus condiciones de vida, la falta de motivación para participar socialmente, la persistente intención migratoria entre personas de todas las edades, y fundamentalmente entre jóvenes. En los últimos días, mientras ocurría este cambio presidencial en nuestro país, siguieron llegando noticias de cubanos atrapados en las vías terrestres de Centroamérica, tratando de llegar a Estados Unidos a pesar de que la política de imán –pies secos / pies mojados– hace más de un año fue cancelada por el ex presidente Obama.

El gobierno de hoy debe tratar de enmendar ineficientes e incoherentes políticas que han desgastado las esperanzas de gran parte de la población cubana. Las evidencias superan la propaganda; lo prometido sigue sin llegar a las mesas de los cubanos y a su día a día.

Por años hemos visto en Cuba decisiones y posturas de contraataque en una guerra en la que a veces las amenazas son más imaginarias que reales. Es cierto, el embargo ha hecho mucho daño. También es cierto que sin tener que fomentar un nacionalismo de consigna hay que esforzarse por preservar nuestra identidad nacional y la soberanía del país. Hay que cuidar los logros sociales alcanzados y velar por los más desfavorecidos para evitar que se conviertan en desamparados. Pero algunos de los daños más grandes que padece Cuba hoy no tienen solamente causas o influencias externas: se producen desde adentro, it’s homegrown.

Como padre de tres hermosas hijas, he invertido horas, días, años, en prepararlas para que puedan enfrentar el mundo que les espera. Tal como ese mundo es, y no como yo quiero que sea. Los padres casi siempre creemos que sabemos lo que es mejor para nuestros hijos, les advertimos de las cosas feas, las diferencias entre el bien y el mal… En algunos casos, aun con las mejores intenciones, hasta les trazamos y diseñamos a nuestros hijos el camino a seguir.

Mi abuelo, médico, quiso que sus siete hijos fueran médicos. Yo no soy abogado, pero aun así intenté que mis tres hijas estudiaran Derecho. Solo una me escuchó.

Mi abuelo no logró tampoco que sus hijos vistieran batas blancas, pero no por eso dejó de confiar en sus hijos. Mis tíos y mi madre encontraron felicidad y prosperidad en la música y la cultura y enorgullecieron a nuestra familia.

Como hijo de la Revolución –no formó parte de su triunfo inicial, de sus sueños e ideales primeros, sino es más bien un fruto de sus consecuencias–, Díaz-Canel puede y debería –con todo respeto lo afirmo– adueñarse de sus pasos y trazar su propio camino, con la misma determinación y osadía con que lo hicieron Fidel y Raúl. Y tal como lo hacen los hijos, diferenciándose, experimentando, descubriendo por sí mismos a pesar de nuestros consejos y ejemplos; aunque ellos siempre vislumbren sus horizontes, conscientes o no de ello, subidos sobre nuestros hombros.

Muchos esperamos que Díaz-Canel pueda ir despejando los rasgos de la conducta paternalista del Estado y el gobierno; que ponga a dieta a la obesa burocracia gubernamental; que dedique todo su empeño en la reorganización jurídica que necesita el país y que debe comenzar con reformas a la Carta Magna y llegar a la promulgación de leyes específicas largamente esperadas; que se afane en disminuir el escepticismo entre los cubanos –de la Isla y de fuera– tras una década de cambios que no consiguieron el éxito necesario y esperado. Todo ello para que la confianza se renueve y se propague recíprocamente, de gobierno a pueblo y de pueblo a gobierno.

El propósito principal en el futuro que acaba de comenzar, y que no dependerá solamente de Miguel Díaz-Canel, no debe ser el culto a una ideología, sino en todo caso su renovación, a través de la integración y la reconstrucción del país, en su tejido material y espiritual.

En los años 60 el economista de tendencia liberal Friedrich Hayek dijo: “Si viejas verdades deben retener su control sobre las mentes de los hombres, estas deben ser reafirmadas en el lenguaje y conceptos de generaciones sucesivas”.

Es muy posible que las ideas fundamentales sean hoy tan válidas como antes, pero las palabras y la forma de expresarlas ya no provocan la misma convicción.

Por otra parte el nuevo Presidente de Cuba debe ser más inclusivo. No llega al poder para atender, escuchar y gobernar solo a los incondicionales o seguidores, a los que reconoce o incluso a los que lo eligieron de manera directa o indirecta.

Díaz-Canel es también mi Presidente a pesar de que yo no viva en Cuba, como lo es de quien lo critica y del que disiente; del que fundó un restaurante privado con mobiliario y decoración alegórica al país antes de 1959, o del que consiguió echar a andar un pequeño negocio de reparación de teléfonos móviles.

Díaz-Canel debe buscar a toda costa la reconciliación familiar, erradicar el miedo al retorno de la diáspora a su país; miedo que persiste y ha sido cultivado y abonado con prejuicios de todo tipo tanto entre los que vivimos fuera como entre los que residen en la Isla.

La errada, obsoleta e inhumana política de los Estados Unidos hacia Cuba no es una ilusión, y tiene raíces plasmadas en los libros historia y en nuestra memoria reciente. Sin embargo, esa no debe seguir siendo la excusa principal para seguir postergando una agenda enfocada a acercar Cuba a los cubanos, dondequiera que estén.

Ojalá hayamos comenzado un tiempo nuevo.

 

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