Varadero 1980

No siempre que me siento a escribir el editorial logro tener una idea clara de lo que pretendo plasmar en esta página. Esta vez, para acuciar la inspiración, decidí darle un vistazo a las más de tres mil fotografías que tengo de Cuba. Imágenes acumuladas a través de los años, desde antes de mi partida hasta el presente, imágenes que juntas, ojeadas a toda velocidad como aquellos libros de cuentos de nuestra infancia, parecen una película silente que bien pudiera delatar una historia aún en pleno desarrollo e imposible de predecir cuál será su final.

Escarbo entre las fotos y entonces descubro una que no recordaba, es una instantánea polaroid de aquellas que soplabas, sacudías, y como por arte de magia aparecía la imagen; estaba pegada a la parte de atrás de otra vieja foto, como para no dejarse ver, para no forzarme a recordar.

Observo la foto detenidamente y recuerdo con claridad ese momento. Llevo una trusa speedo, estoy descamisado, huesudo y despeinado. Está nublado el día y el mar parece reposar sus olas, aparezco sentado en el muro del Hotel Imperial, la única estructura que se anteponía entre el portal de casa y la playa; recién había cumplido 16 años. Esperaba la caída de la tarde, cosa que solía hacer desde que gané la confianza de mi abuela para ir solo a la playa; pero ese día era diferente, corrían tiempos difíciles y muchos jóvenes abandonaban el país, como mis amigos Felo y Lucio, Ernestico y Josué, y unos cuantos más. Recuerdo perfectamente por qué estaba ese día allí, meditaba sobre si me tocara a mí, cómo sería mi vida en aquel otro lugar, unas millas al norte.

En ese momento no lo sabía pero pocas horas más tarde saldría definitivamente del país. Tenía la misma cara de susto e incertidumbre que agobia el rostro de esas familias que, con sobre amarillo en mano, todos los días abordan uno de estos vuelos La Habana-Miami que transportan nuestra revista. No recuerdo quién tomó la foto, pudo haber sido mi amigo Canosa, o Milagros, la chica que por aquellos tiempos estrujaba mi corazón; ambos quedaron atrás. Mirando bien la foto, creo que sin darme cuenta me despedía de Cuba, sabía que me iba, y me aterrorizaba la idea de no poder regresar.

Casi entrada la noche, justo en el preciso momento en que los cangrejos comienzan a marcar sus huellas en la arena, vi a un niño tirar una botella vacía de refresco Son, la recogí con disimulo, pedí a un señor que tomaba sopa de pescado, en el bar, una hoja de papel y algo para escribir. Sin pensarlo dos veces encorché la botella con un trozo de pino seco y la lancé al mar…

El mensaje a la deriva decía:

Por si te vuelo a ver del otro lado del sol.
Varadero, 14 de mayo, 1980
Hugo Miguel Cancio

A veces, recuerdos como este quedan olvidados, como náufragos en alta mar. Haber tenido la mente en blanco por unos días, me permitió anclar mi atención en esta foto perdida que me devolvió el momento íntimo, en que eché mi suerte al mar aquel lindo atardecer, en el Varadero de mi juventud. OnCuba, en esta edición de julio honra a Varadero, enhorabuena, yo sin embargo, sigo varado en Varadero 1980.

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