William y Liz (Princess Liz)

Hace unos días recibí una llamada inesperada, de esas que no deseas contestar porque sientes que lo que estás a punto de escuchar va a impactar tu estado de ánimo.

El interesado insistió tanto que gravé su número en mi memoria. Quien llamaba es un amigo medio chiflado de quien me cuesta trabajo distanciarme; no por ser cómplice de sus locuras, sino porque es buena persona y lo quiero.

“Hugo, compadre, ¿por qué no me contestas el teléfono?”, me reprochó con autoridad. Él sabe por qué no le contesto, es que siempre tiene una urgencia para que su adrenalina se mantenga a flote.

“Tienes que resolverme un problema, tengo a un señor que conocí que le urge viajar a Cuba, no hay pasajes y los vuelos están muy caros, ¿me puedes ayudar?”.

Pero, ¿cómo así, quién es este señor y qué problema tiene que procuras mi ayuda con tanta desesperación? “Atiéndelo por favor”, me dijo, “él te contará”.

Quedé en verme con William, el señor del problema, sobre las seis de la tarde en un parque cercano a casa donde, a esa hora, formo parte de un pelotón de residentes de la zona que corren a diario para mejorar sus figuras y estimular la buena salud.

Apenas terminaba mi primera vuelta cuando noté en la distancia una pequeña familia de tres: una señora y una niña de la mano de un hombre mayor, alto y corpulento. “Esta es mi nieta, Cancio, le descubrieron un cáncer en el cerebro” –apuntaba a la cicatriz en su cabecita–, “un glioma grado 3 incurable, no se pudo intervenir quirúrgicamente, le encontraron un tumor imposible de extirpar, la mandaron a casa con un pronóstico de seis meses de vida y necesito viajar a Cuba a buscar la medicina que la mantiene viva, no hay pasajes y están súper caros, ¿me puedes ayudar?”

Un nudo ahogaba mi respiración y me dejó incapacitado por casi medio minuto. La niña es rubiecita y delgadita, tierna, tiene cierta dificultad al caminar. Buscó mi mano para saludarme y me regaló una hermosa sonrisa que me hizo despertar del ahogo. “Hola”, le dije, “¿cómo te llamas?”. “Liz”, me respondió. Al ver a otros niños en el parque, intentó soltarse de la gigantesca mano de su abuelo para ir a jugar.

William me contó que en un acto de desesperación viajó a Cuba en busca de Rolando, un biólogo o tal vez un ángel que cura a los enfermos de cáncer casi sin cobrar… “Desde que vio a mi nieta me dijo: tu nieta no morirá, te la voy a salvar”… “Mírala Cancio, aquí está. En un hospital de Miami le dieron seis meses, esto fue en el 2010, desde entonces viajo cada tres meses a buscar sus medicinas. Soy un hombre humilde y muy trabajador, he tenido que vender casi todo para cuidar y curar a mi nieta”. Días después de nuestro encuentro, William viajó a La Habana y pudo cumplir su cita con Rolando y comprarle la medicina a su nieta.

Ayer recibí de William y Liz un regalo, una botella de Whisky y un pulóver blanco con la foto de Liz que dice: Princess Liz, y por detrás, 3 years and going strong with God…

William viaja nuevamente a La Habana a finales de junio, esta vez con su esposa, hija y nieta. Lo digo por si viajas por esa fecha y te tropiezas con un hombre alto, de manos gigantes, sujetando a una niña de apenas seis añitos, rubiecita y delgadita, con problemas al caminar y una sonrisa de sol, ese es mi amigo William y su nieta Liz. Acércate sin pena, te lo agradecerán, y aliéntalos a continuar: To keep going strong.

 

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