Yo solo sé, que no sé nada…

Conozco personas que pretenden saberlo todo… En nombre de saberlo todo, por defender una opinión, criterio o punto de vista, se han cometido muchos errores y hasta injusticias, algunas irreparables y difíciles de enmendar, de resarcir… Creer saberlo todo, cuando todos o la gran mayoría dependen de tus decisiones, es un acto irresponsable.  Reconozco en el pasado haber sido víctima del mal de “sabelotodo”. La realidad  es que  mientras nuestras almas estén  confinadas a este mundo físico en el que temporalmente vivimos, somos partícipes de la odisea del constante aprendizaje y la rectificación.

Hace unos días leía sobre la existencia de los niños índigos. Los niños índigos, según los expertos y quienes los han conocido o estudiado, son nuevos seres que están poblando nuestro planeta, y poseen un extraordinario nivel intelectual y un nuevo estado de conciencia universal. Estos niños supuestamente representan una nueva raza humana, más comprensible, menos manipuladora, autoritaria y sensible, que tienen o traen como misión hender los esquemas sociales que apresan a la humanidad y que han paralizado, estancado nuestro proceso de evolución espiritual, para de esa forma, mediante el amor y la compresión, fomentar la transformación de la humanidad; extirpar, abrogar la incomprensión y la infelicidad en la tierra.

Si algo me llamó la atención en todas las entrevistas y videos es que estos niños índigos o nuevos seres de luz, como algunos los llaman, se refieren siempre al amor como el arma a usar para abolir la infelicidad, alimentar nuestras almas y desarrollar un nuevo nivel de conciencia espiritual, conciencia cósmica.

Me gustaría pensar que de verdad caminan entre nosotros estos nuevos seres de poderes superiores encauzados a sustituir el infortunio, el desmán por la felicidad y la dicha, el amor egocéntrico por el altruista; me da beatitud reafirmar, confirmar que es precisamente el amor la fuerza mayor que predomina en el universo, y que estos seres llegan para propulsar, impeler sentimientos de paz, de amor; el amor como única y absoluta arma de conquista, el amor por todo lo que nos rodea, todo lo que existe, todo lo que somos.

Como bien nos cuenta Platón en Apología de Sócrates, el viejo filósofo y maestro estaba consciente de la ignorancia que lo rodeaba y de la suya propia, de ahí surge aquel célebre comentario que hoy recojo como título de este Editorial: “Yo solo sé, que no sé nada” y agrego: excepto, que creo en el amor.

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