Provincial

Aunque ando lejos, comparto las noticias y los debates de la pelota, esa pasión. Acabo de leer con alegría que finalmente llegaron los jugadores de Industriales a Miami para encontrarse con sus antiguos compañeros de equipo en Estados Unidos.

Cuando no lo sé, pregunto en Facebook a los amigos sobre la actuación de Yaser Puig y otros de nuestros estelares en las Grandes Ligas. A la vez “chequeo” las  nóminas de los conjuntos, los cambios de manager para la venidera Serie Nacional.

Sin embargo, quiero dedicar las líneas de hoy a una pariente pobre, una realidad para iniciados. Me refiero a las Series Provinciales que se celebran en verano y donde se supone que surjan con pujanza figuras para los campeonatos nacionales de béisbol.

Confieso que –a pesar de su humildad y de su aparente intrascendencia a nivel noticioso- a estos torneos sin glamour me unen entrañables recuerdos. En agosto íbamos de vacaciones a La Habana desde mi Tamarindo. Y mi padre –fanático total al deporte de las bolas y los strikes- encontraba en el torneo que enfrentaba a los diversos municipios de la capital un arroyuelo para calmar nuestra sed de jugadas brillantes y jonrones oportunos.

Después, en mis años de universidad, me iba a Chambas –en lo profundo de la provincia de Ciego de Ávila- y los dos apoyábamos al equipo local. Algunos de sus mejores jugadores eran vecinos nuestros o uno los saludaba con naturalidad, que no eliminaba la admiración y el entusiasmo.

En La Habana últimamente no suele jugarse en el Latino –catedral de la pelota cubana- y la sede suele ser el Changa Mederos, en la Ciudad Deportiva. Asistir a los juegos o (como también he hecho) escuchar las trasmisiones de la provincial por la legendaria emisora habanera la COCO es cosa de aficionados a tiempo completo. En las gradas de estas series continúan peñas y debates. Se calientan motores para la Nacional y se evocan a los que juegan fuera o se comparan estrellas de otros tiempos.

Los jugadores consagrados pasan de modo, a ratos displicente, por el campeonato de menor categoría. Otros,  los mejores éticamente, no. Por ejemplo, entre los que ya están retirados y ahora van al polémico encuentro de Miami, Armando Capiró –uno de los cuatro o cinco mejores bateadores que ha dado la pelota cubana y bastante olvidado últimamente- jugó siempre con igual entusiasmo en cualquier nivel.

Y hay jugadores provinciales. Apasionados peloteros que nunca llegarán a las estadísticas de los torneos mayores pero se entregan en nombre de su pueblo o su barrio con fervor.

Una de las mejores cosas que se podrían hacer con el dinero que se recaude de la participación de nuestros peloteros en los circuitos profesionales –de paso dejo mi opinión de que esas “retenciones” no deben ir más allá de un 20%- es comprar pelotas, reparar terrenos, dar lucimiento al deporte de base y a esas series provinciales que foguean a los atletas y divierten a la zona más fiel del público, aquellos que cambiamos con gusto una playa repleta por un estadio medio vacío.

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