Yo quiero ver «Santa y Andrés»

Santa y Andrés. Dir. Carlos Lechuga.

Santa y Andrés. Dir. Carlos Lechuga.

Fue fácil advertirlo: en la conferencia de prensa que anunció las películas que participarían del inminente 38vo Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, faltó un título: Santa y Andrés, el segundo largo de Carlos Lechuga, que estuvo hasta días antes entre los que se manejaban para representar a Cuba en ese certámen, había sido excluído. La presidencia del ICAIC comunicó a Lechuga que la película no podría exhibirse, ni siquiera competir en el Festival.

Esta prohibición marca un hito en la historia del cine cubano. En el período histórico del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) varios títulos fueron guardados por diversas razones, y estrenados –o no– más tarde. En años más recientes ha habido casos, como Fuera de liga (Ián Padrón), una producción del propio Instituto que estuvo vetada mucho tiempo, hasta que decidieron exhibirla en la televisión nacional. En 2012 Fernando Pérez renunció a la dirección de la Muestra Joven debido a la censura de un corto documental independiente: Despertar (Ricardo Figueredo).

Como mencioné en un texto anterior, en los últimos tiempos muchas películas cubanas no son exhibidas, pero tampoco se hace manifiesta su reprobación. Sobre diversas obras se cierne una censura sin declaraciones altisonantes ni dictámenes definitivos, una desaprobación muda y turbia, que invisibiliza, no dice sí ni no, hace como que aquello que le estorba no existe, y deja que el tiempo corra y haga su trabajo la desmemoria.

Este suceso evoca de manera inevitable la censura de PM. Quizás no haya acontecimiento más estudiado y discutido en la historia cultural del socialismo cubano que este. Un corto independiente de 1960 dio lugar a la expresión de política cultural más influyente del período en Cuba, a cargo de Fidel Castro, en una intervención conocida como “Palabras a los intelectuales”.

Un texto consultable en la Cinemateca de Cuba, del 30 de mayo de ese año, indica que la Comisión de Estudio y Clasificación de Películas –que sustituyera en 1959 a la Comisión Revisora de Películas, y que se adhiere desde ese instante al ICAIC–, resolvió que “la cinta denominada P.M., técnicamente dotada de valores dignos de consideración, ofrecía una pintura parcial de la vida nocturna habanera que, lejos de dar al espectador una correcta visión de la existencia del pueblo cubano en esta etapa revolucionaria, la empobrecía, desfiguraba y desvirtuaba”, y por ello decide, “en uso de sus facultades, prohibir la exhibición de la película mencionada dentro del territorio nacional”.

La investigadora María Eulalia Douglas refiere que un tiempo antes, en 1960, “el Consejo de Dirección del ICAIC dicta la Resolución No. 119, de noviembre 16, que prohíbe la exhibición pública o privada de 87 filmes extranjeros, considerados de “ínfima calidad técnica y artística, cuyo contenido y tendencia reaccionarios resultan deformantes de la historia y la realidad”[1].

En el caso de Santa y Andrés, aunque no haya un dictámen por escrito ni una declaración puntual, los argumentos son otra vez de tipo político: las autoridades no admiten el hilo narrativo donde un escritor es vigilado y reprimido por su posición no afín a la línea ideológica de la Revolución cubana. No obstante, la presidencia del ICAIC convocó semanas atrás a un grupo de realizadores destacados a ver y comentar el filme. El consenso general fue que la película debía ser estrenada. A pesar de ello, se decidió no exhibirla.

En 2015, Fernando Pérez hizo una intervención en la Asamblea de Cineastas de octubre donde invitaba a, además de sostener la lucha por obtener la aprobación de una Ley de Cine, detenerse a discutir el cine que se estaba produciendo en Cuba. Según él, muchas de las películas cubanas no estaban siendo bien recibidas por las autoridades. Pero, ¿qué no les gusta?; ¿quiénes son esos que desaprueban y cuáles son sus argumentos?

Una película como Conducta (Ernesto Daranas) no fue exhibida sino hasta que la Ministra de Educación dio su visto bueno al tratamiento polémico de la institución educativa cubana que ofrecía el filme. Gracias a su estreno, se originó uno de los escenarios de discusión más interesantes de los últimos tiempos en Cuba en torno a cómo enfocar los problemas de la escuela cubana. Mientras la mayor parte de los comentarios al filme se decantaron por ponderar la altura ética de Carmela, la maestra, al asumir como cosa propia tratar de salvar el niño descarriado, se atendió menos que esta mujer casi anciana es una rebelde que no acepta el dirigismo dogmático ni las imposiciones de criterios burocráticos. Carmela puede ser perfectamente el alter ego de la mayoría de los directores cubanos de cine.

Ciertamente, el cine cubano no ha evitado los temas complejos de la realidad nacional. Ello no es nuevo: Memorias del subdesarrollo (Alea, 1968) proponía un análisis de los conflictos que generaba el momento sociopolítico cubano en un individuo no revolucionario, apático, hipercrítico y de la clase social vencida. El cine de ahora no ha alcanzado jamás esa agudeza. Pero se ha atrevido a abordar asuntos graves sin demasiada amabilidad, mucho menos buscando la coartada de una tropología hermética (tan típica del cine de los 90), abandonando la moratoria de la comedia y evitando las salidas optimistas y el arte complaciente que aprueban los burócratas.

Esta ojeriza, hecha visible y pública ante Santa y Andrés, es peligrosa. Tiende a generar en los artistas el acomodamiento de la autocensura –que ya es notable. Pero asimismo amenaza con poner en jaque la vigencia de una cultura audiovisual que ha dado lugar a uno de los acervos más ricos del arte cubano socialista, por su poder crítico y su capacidad para generar esfera pública, provocar confrontaciones y hacer emerger la inteligencia social. La cultura del cine cubano es un milagro ejemplar, porque jamás se ha permitido aceptar del todo la burocratización del pensamiento y ponerle márgenes a la expresión. No por gusto el ICAIC histórico fue blanco de toda clase de ataques e intentos de disolución que los cineastas mismos frustraron.

Volviendo a PM: a raíz de esa discusión, Tomás Gutiérrez Alea dirige a Alfredo Guevara el 25 de mayo de 1961 un memorando donde critica la censura de “obras problemáticas”. Para él, es más útil hacer una reflexión en torno a las preguntas que proponen. Aunque para Alea el problema estaba en que tales decisiones las tomaban un puñado de individuos, o solamente uno, no un colectivo diverso. Dice: “Continúa la centralización excesiva en manos de una sola persona de todos los problemas relativos al cine en nuestro país”.

¿La censura de las películas cubanas no debería estar a cargo de un ente más democrático y diverso que la Presidencia del ICAIC o el Ministerio de Cultura? ¿Quién asegura que un ministro y un puñado de altos cargos culturales tienen más autoridad que los creadores mismos, reunidos en comisiones fílmicas? ¿Puede la decisión de una autorida determinada, por mucho pretigio que posea, anular el enfoque de un colectivo, sobre todo en un ámbito tan complejo como el de los materiales de la expresión artística?

La aprobación o desaprobación de las obras tiene que ser cosa de la sociedad, no de los burócratas. Estos se equivocan demasiado y ponen sus prejuicios por delante de la libre circulación de las ideas. Hace un tiempo, se equivocaron con Retorno a Ítaca (Laurent Cantet). Primero, vieron allí una impugnación de la Revolución cubana; cuando finalmente dieron su brazo a torcer y se exhibió, advertimos que no era para tanto. El público y la crítica hicieron su trabajo de mediación natural.

Recurrir tan a menudo a la censura o a la invisibilización de las obras de postura menos aprobatoria con la verdad del poder no manifiesta dominio de la esencia de las cosas, sino debilidad. Para saber si Santa y Andrés es un intrumento de desmovilización, primero hay que verla. Tengo como apotegma una frase de Rosa Luxemburgo: “La libertad es el derecho de aquel que no piensa como yo”.

Nota:

1. María Eulalia Douglas, La tienda negra: El cine en Cuba (1897-1990), La Habana, Cinemateca de Cuba, 1997, p. 45.

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En días pasados, el director Enrique Álvarez, publicó en su cuenta de Facebook una reflexión titulada, «Santa, Andrés y la complejidad de la silla», que OnCuba comparte ahora también con sus lectores:

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