Napoleón no pudo con El Turco

Que la política ha vivido una larga relación de amor con los trebejos, no es secreto. Dice Vladimir Putin que el ajedrez hace más sabio al hombre. Y alguna vez, el Che Guevara confesó preferir, antes que los Ministerios, el tablero. Mientras, Carlos Manuel de Céspedes iba por la manigua en llamas con un juego en el jolongo, a lomos de aquel burro asustadizo que bautizó como Masón.

En este género de idilios sobran los ejemplos. Sin embargo, posiblemente el caso paradigmático sea Napoleón Bonaparte, quien movió piezas mucho antes de levantar su imperio, en el apogeo de su gobierno, e inclusive después, durante su definitivo exilio en Santa Elena.

Ciertamente, el pequeño gran corso carecía de sólidos conocimientos sobre la teoría de aperturas, pero ello no le impidió jugar con relativa y ocasional habilidad, apoyado quizás en su profundo sentido de las estrategias. Y es que su forma de jugar al ajedrez no era otra cosa que la prolongación de su real temperamento.

Cuentan sus biógrafos que Napoleón buscaba sorprender a fuerza de combinaciones, y tanto era su afán de conducir las tropas al ataque, que la apertura 1. e4 e5 2. Df3 lleva su nombre. (Obviamente, se trata de un sistema muy débil, pues desarrolla la dama de manera precoz y despoja al caballo de rey de su mejor casilla).

Pero si cuestionable es la calidad ajedrecística del Emperador, indiscutible es su pasión por el tablero. Para muestra, el botón de sus frecuentes visitas al Café de la Régence, un lugar visitado por la créme de la créme parisina (Voltaire, Rousseau, Diderot, Robespierre y aun Benjamin Franklin), en el cual se jugaba permanentemente al ajedrez.

En las bases de datos constan varios cotejos atribuidos al Petit Caporal. Reproducen allí una victoria escalofriante a costa de Madame de Remusat, dama de honor de su esposa Josefina, y también otro buen éxito, obtenido sobre el general Bertrand en el destierro. Sin embargo, el Gran Maestro Yuri Averbach echó un manto de dudas sobre la autenticidad de tales partidas, argumentando que fueron ideadas por el campeón francés Pierre Charles Saint Amant para ensalzar al corso. En cambio, existen pruebas de que su enfrentamiento con El Turco sí se consumó.

El Turco no fue más que una mentira. Simulaba ser un autómata que jugaba al ajedrez en pleno siglo XVIII, y tenía la forma de una cabina de madera presidida por un maniquí con túnica y turbante. Toda la trampa estaba ahí dentro, donde un maestro se escondía y operaba los movimientos de la “máquina”, ganando la mayoría de los enfrentamientos.

El artilugio había sido construido por el científico eslovaco Wolfgang Von Kempelen, aunque con los años cambió de dueño varias veces. Según su propio creador, funcionaba sobre la base de campos magnéticos, si bien los fantasiosos alegaban que el milagro lo hacían unos hilos invisibles, los creyentes decían que todo derivaba de un pacto con el diablo de Von Kempelen, y los pícaros sustentaban la tesis –correcta por demás- de que un hombre se acomodaba en su interior.

Apenas exhibido por primera vez, el Autómata ganó celebridad. Los rivales caían humillados a sus pies; Edgar Allan Poe le dedicaba un cuento (“El jugador de ajedrez de Maelzel”); batía a personajes como el duque ruso Pavel, Federico II de Prusia y la zarina Catalina II; sus giras eran la comidilla de la vieja Europa; y hasta causaba asombro en Cuba, el escalón inicial de su periplo por Hispanoamérica.

Pero antes de que atravesara el Atlántico, El Turco se las vio con Napoleón, cuyo espíritu competitivo no dejó pasar la oportunidad de combatir contra el extraño invento. Así pues, Viena fue el escenario de tres duelos que acabaron por encolerizar al francés, derrotado contundentemente por un maniquí que movía las piezas según el dictado del fuerte (y por supuesto oculto) jugador Johann Allgaier. Perdido el control de sus nervios, hubo un momento en que el Emperador hizo rodar todas las piezas por el suelo.

Vea por qué…

Blancas: Napoleón Bonaparte. Negras: El Turco.

1.e4 e5 2.Df3 

El escaso conocimiento de aperturas del Emperador lo conduce a poner la dama prematuramente en juego.

2…Cc6 3.Ac4 Cf6 4.Ce2 Ac5 5.a3 d6 6.0–0 Ag4 7.Dd3 Ch5 

Pese a jugar con piezas negras, El Turco ya desarrolló todas sus piezas y ha obtenido la iniciativa.

8.h3 Axe2 9.Dxe2 Cf4 10.De1?

Con 10. Dg4 el blanco conservaba la esperanza.

10…Cd4

10…Dg5 11. Axf7+ Rxf7 12. g4 Cxh3+ 13. Rh2 Dh4 14. De3 Cf4+ 15. Rg1 Dxg4+ 16. Dg3 Dxg3+ 17. Rh1 Dg2++.

11.Ab3?? 

El camino del fin se hace más corto. Preferible era 11. Dd1 b5 12. Ad3.

11…Cxh3+! 

Comienza una combinación cuyo curso escapa a la visión del corso.

12.Rh2 

Imposible tomar el caballo debido al jaque doble y la consiguiente muerte de la dama.

12…Dh4 13.g3? 

Un nuevo error: la pérdida de material es inminente.

13…Cf3+ 14.Rg2

14. Rh1 tampoco ayudaba, por 14…Dh5 15. g4 Cxf2+ 16. Rg2 Dxg4++.

14…Cxe1+ 15.Txe1 Dg4 16.d3 Axf2 17.Th1 Dxg3+

La naturaleza guerrera de Napoleón le impide rendirse, pero su esfuerzo es vano a estas alturas.

18.Rf1 Ad4 19.Re2 Dg2+ 20.Rd1 Dxh1+ 21.Rd2 Dg2+ 22.Re1 Cg1 23.Cc3 Axc3+ 24.bxc3 De2# 0–1

LA FRASE: “El ajedrez es un juego sin par, regio e imperial”. Napoleón Bonaparte.

Salir de la versión móvil