Debate económico en Cuba: primeros y segundos planos (I)

En este dossier, cinco economistas cubanas aportan al debate abierto en Cuba abordando tanto asuntos de primer plano como algunos de los menos considerados.

En las últimas semanas y a propósito de la crisis económica nacional agravada por la situación sanitaria y económica global, se ha intensificado el debate económico en los espacios institucionales y no institucionales. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y otros organismos internacionales han pronosticado una contracción profunda de la economía mundial y regional. Para Cuba la crisis ya está siendo aguda y así lo ha reconocido la dirigencia del país y lo viven cubanos y cubanas.

En los temas a debate ha habido un primer plano: cuáles deben ser las salidas económicas a la crisis, qué implicarían, en términos de crecimiento económico, qué lugar puede y debe ocupar el sector privado de la economía en la ecuación de las estrategias a diseñar y a implementar, y cuáles son los sectores que pueden y deben ser dinamizados inicialmente.

Otros asuntos se han debatido menos: la relación entre crecimiento y desarrollo, las consecuencias de la crisis para la desigualdad, las estrategias para enfrentarla, los derechos laborales, y las diferentes bases de las que parten distintos grupos sociales para afrontar la situación.

Este dossier aporta al debate económico abierto en Cuba abordando tanto asuntos de su primer plano como algunos de los menos considerados. Aquí, economistas cubanas reflexionan sobre la relación entre crecimiento y desarrollo, sobre la necesidad de pensar en las desigualdades como parte, y no después, de las estrategias de enfrentamiento a la crisis, sobre la regulación de los derechos laborales en el sector no estatal de la economía y sobre las brechas de género en los mundos del trabajo cubano. Cuatro preguntas, cinco voces en contrapunteo y complementariedad… Ellas ponen sus dedos sobre llagas viejas y nuevas de la economía cubana e insisten en que, para sanarlas, ninguna persona puede quedar, en efecto, sin amparo.

Foto: Kaloian

Una parte del debate económico que está teniendo lugar en Cuba plantea como argumento persistente la necesidad de asegurar el crecimiento económico. ¿El  crecimiento económico supone desarrollo, o no necesariamente? ¿Qué consecuencias tiene centrar las propuestas en el crecimiento económico?

Betsy Anaya: Varios economistas consideran crecimiento como sinónimo de desarrollo. Sin embargo, desde mediados del siglo pasado, los debates en los marcos de la CEPAL han apuntado a que desarrollo es un concepto más amplio que crecimiento. El concepto de desarrollo ha ido evolucionando con los años, así como los instrumentos empleados para medirlo. Se han incorporado otras dimensiones, como la sostenibilidad del desarrollo. Y se han propuesto diversos instrumentos alternativos al Producto Interno Bruto, medida por excelencia del crecimiento, que expresan mediciones más cercanas al desarrollo. Algunos ejemplos son el Índice de Desarrollo Humano, y otros que miden felicidad y bienestar.

Otro grupo de economistas ha apuntado que es posible desarrollarse sin crecer. Tengo un punto de vista diferente a este último. En el caso específico de Cuba, en los momentos actuales, considero que crecer es básico para alcanzar una senda de desarrollo. Opino que un debate sobre desarrollo necesita también discutir sobre crecimiento; lo contrario, no necesariamente. El crecimiento, per se, no garantiza el desarrollo. Se precisa calidad del crecimiento (en cuanto, por ejemplo, a su estructura y a cómo se distribuye) y que este sea sostenido en el tiempo.

El vínculo crecimiento-desarrollo tendrá mucho que ver con el punto de partida de cada país. Naciones que ya han alcanzado niveles elevados de desarrollo no requerirán altas tasas de crecimiento. Cuba precisa crecer en sectores clave, productores de bienes que garanticen un mejor acceso de la población a suministros básicos. Entre esos sectores está el agropecuario, imprescindible para alcanzar un mayor nivel de autosuficiencia y seguridad alimentarias. Para que se comprenda mejor lo anterior, pongo este ejemplo: si el crecimiento en el sector agropecuario implica mayor uso de insumos y equipos que provoquen degradación del medio ambiente, empleo de trabajo infantil o precario y daños a la salud humana, no contribuye al desarrollo, aunque se traduzca en una mayor oferta de alimentos.

Por demás, para que una senda de crecimiento se traduzca en una senda de desarrollo, hay que garantizar inclusión en ese proceso y una redistribución equitativa, que garantice que toda la población se beneficie de los resultados. Centrar el debate en el crecimiento y no en el desarrollo es peligroso, porque las políticas que se diseñen pueden contribuir a ampliar brechas de equidad de diversa índole, incrementar el endeudamiento externo del país y deteriorar la soberanía nacional, entre otros efectos indeseados.

Tamarys Lien Bahamonde: El debate sobre crecimiento y desarrollo en Cuba es anterior a 1959. De hecho, en el siglo XIX, cuando todavía no se había definido el desarrollo, ya Martí ofrecía una visión integradora y humanista de “crecimiento”. La década del 50 fue rica en ese debate, por ejemplo. Carlos Rafael Rodríguez tiene trabajos sobre eso, que vale la pena revisitar hoy.

Hay múltiples maneras de medir o entender el desarrollo, que es un concepto más complejo que el de crecimiento. El crecimiento es unidimensional, mientras el desarrollo es multidimensional. Cuando hablamos de crecimiento, generalmente nos referimos a los cambios del Producto Interno Bruto en un período de tiempo. Es el indicador usado por excelencia para anticipar las recesiones. Pero este indicador, además de imperfecto, es incompleto. Por ejemplo, al medir la producción de bienes y servicios de un país en un tiempo determinado, el PIB incluye también producciones que son resultado de Inversiones Extranjeras Directas y que no se revierten en beneficios directos en el país en cuestión, a excepción de indicadores tímidos como la generación de algunos empleos o el pago de impuestos.

El desarrollo es un concepto abarcador. La sombrilla del desarrollo contempla el crecimiento, pero no solo eso, es mucho más. Un concepto fácil de entender es el de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU, que considera múltiples dimensiones y no solo incrementos de indicadores económicos como el PIB. Considera también la eliminación de la pobreza, el incremento de niveles de vida, el acceso a servicios de educación y salud, a agua potable… El énfasis es hablar de desarrollo sostenible. Y cuando decimos sostenible, hablamos del medio ambiente, pero hablamos también de equidad, de sostenibilidad social.

 En el siglo XXI, separar crecimiento de desarrollo es teórica y empíricamente un error. Es momento de superar la visión neoclásica de crecimiento económico en abstracto y a cualquier costo. La economía, y esto no me canso de decirlo, no puede verse como una entidad ajena a la sociedad. Economía, política y sociedad son inseparables. El ser humano y su aspiración y derecho a una vida plena deben colocarse en el centro. Argumentar a favor del crecimiento económico por encima y a contracorriente de indicadores de desarrollo humano o de equidad es más costoso que beneficioso en el largo plazo. No se puede crecer a costa de comprometer el futuro ambiental, por ejemplo.

Crecer sin contemplar el cómo o a dónde nos va a llevar ese crecimiento despoja al indicador de todo sustrato humano y ambiental. ¿Para qué se crece? ¿Para quién? No basta con crecer. Ese crecimiento tiene que tener un efecto positivo en los individuos y en la naturaleza, que es la fuente de los recursos de los que nos alimentamos. Debe verificarse en beneficios económicos y sociales, en equidad. Si no es así, es casi igual que no haber crecido.

Ileana Díaz: Crecimiento y desarrollo económico no es lo mismo. Se puede hablar de crecimiento sin hablar de desarrollo, pero esa es una mirada de corto plazo. No hablar de desarrollo es no mirar al futuro, la sostenibilidad, la prospectiva.

Blanca Munster: El crecimiento es condición necesaria, pero no suficiente, para el desarrollo. Por lo general, el debate sobre crecimiento y desarrollo nos propone una visión muy “macro” y agregada de la realidad, o bien prevalecen enfoques sectoriales que dividen artificialmente el territorio en sectores (educación, salud, agricultura, turismo, entre otros) utilizando indicadores promedio o indicadores mercantiles/monetizados que muchas veces no dan perfecta cuenta de la heterogeneidad estructural de la realidad a la que aluden. La aproximación a una teoría del desarrollo debe contemplar las dimensiones económica, social y ambiental, y considerar que el proceso de desarrollo no es neutro. No se trata solo de que crezca el “pastel” para luego “repartirlo”, sino de su calidad, de cómo se crece y qué oportunidades se crean para hombres y mujeres, que son actores activos, no pasivos, de los procesos económicos.

El desarrollo debe ser portador de una idea de proceso de cambio social, construcción de proyecto colectivo, promoción de capacidades endógenas. Como unidad de análisis, significa que debemos aproximarnos a los objetivos de desarrollo que se deben resolver en lo local,  en una estrecha y sinérgica interacción con lo nacional y lo global. (Cómo usamos los recursos generados y los beneficios para mejorar la calidad de vida de los habitantes, el ¿para qué?).

Anamary Maqueira Linares: Me atrevería a afirmar que la fórmula crecimiento igual a desarrollo está prácticamente superada desde el punto de vista teórico. Prácticamente todo economista contestaría que no, que no son lo mismo, aunque fuese una persona formada en la corriente de pensamiento económico más conservadora, porque sabe que no es políticamente correcto. Entonces, la cuestión sería cuál es la relación que se establece entre uno y otro. Para Cuba es importante el crecimiento económico, y tan o más importante es el cómo crecer.

El debate sobre crecimiento debe suponer necesariamente el del desarrollo y responder a las preguntas ¿crecer para qué? y ¿para quién? Los esfuerzos para crecer del mundo subdesarrollado, y de Cuba en particular, deben ser consistentes con una estrategia de desarrollo de largo plazo que sea consensuada, clara, con invariantes, pero a la vez flexible, capaz de ajustarse a los contextos cambiantes. Esa estrategia debe tener también expresión de corto plazo. Es importante que no prime una concepción de la política económica y social que trate sus potenciales consecuencias negativas sobre la equidad o el bienestar de grupos vulnerables como “sacrificios de corto plazo”, sino que, desde su mismo diseño, se tengan en cuenta esas consecuencias y cómo corregirlas.

Colocar al desarrollo como centro implica producir política y programas que garanticen los procesos de producción y reproducción de la vida de las personas y en armonía con el medio ambiente. Esto es, la reproducción de la vida digna, diaria e intergeneracional, lo cual incluye el acceso a vivienda, alimentación, bienes de consumo, salud, educación, cultura, recreación, trabajo digno y equitativo (remunerado y no remunerado), derechos… Implica, también, reconocer la diversidad de las personas, y asegurar inclusión para todas.

Si centramos las propuestas en el crecimiento, promovemos de forma consciente o “inconsciente” el programa de que primero va el crecimiento y después “todo lo demás”. Esa premisa errónea de subsidiariedad no debería tener cabida en el proyecto cubano.

Por el contrario, sabemos que el crecimiento, aunque imprescindible para Cuba, no necesariamente viene aparejado a incrementos en la calidad de vida de la gente. Podemos cuestionar, de hecho, la manera en que el crecimiento se mide: el Producto Interno Bruto. Pero ese indicador deja fuera, por ejemplo, toda la esfera de trabajo no remunerado y de cuidados, vital para el sostenimiento de la economía y la vida, e ignorada por la visión más convencional de la economía.

La actual Constitución de la República de Cuba no reconoce como trabajo otro que no sea el remunerado. Sin embargo, la contribución del trabajo no remunerado equivalía a alrededor del 20% del PIB en el año 2002, fecha en que Teresa Lara Junco hizo la única estimación disponible al respecto. El PIB tampoco considera el trabajo en el sector no formal de la economía, no tiene en cuenta las consecuencias sobre el medio ambiente de procesos de crecimiento predadores y deja afuera cuestiones sobre desigualdad. Por tanto, es importante tomar con cautela ese indicador y considerar otros que enviarían mejores señales en torno a cómo impacta la política económica en la vida de la gente.

Fotos: Julio César Guanche

¿Considera que es necesario pensar en las desigualdades para el diseño de las salidas económicas a la crisis en Cuba? ¿Qué opina sobre estas dos fórmulas: primero crecer económicamente y después redistribuir o crecimiento y disminución de las desigualdades como esfuerzos sincrónicos?

Betsy Anaya: Desde hace años, ha quedado demostrado que la “Teoría del Goteo” o del “Derrame” no garantiza mayor equidad social. A pesar de ello, muchos economistas insisten en que se debe crecer primero y luego emplear el fruto de ese crecimiento para combatir la desigualdad. En Cuba, varios economistas hemos introducido ese debate en ámbitos importantes para la toma de decisiones, y trabajamos día a día por cambiar la percepción de crecimiento primero y equidad después.

Cuba es un contraejemplo perfecto de la importancia de la voluntad política y de las políticas que se apliquen. En momentos de restricción económica, como el triunfo de la Revolución o la crisis de los años 90, vinculada al derrumbe del campo socialista, se lograron muchos avances en pos de la equidad y se mantuvieron programas sociales de carácter universal, respectivamente.

Durante años, Cuba aplicó políticas sociales universales, sin embargo, la crisis de los 90 y la reforma aplicada para salir de la crisis tuvieron como resultado un deterioro de la equidad social, que requirió una combinación de este enfoque universal con políticas más personalizadas, a partir de la primera década de este siglo.

La sociedad cubana actual es aún más heterogénea. Existen brechas de diversa índole: económicas, territoriales, de género, de raza, generacionales, entre otras. Las políticas que se diseñen para lograr el crecimiento económico tienen que tener incorporados criterios de equidad. De otra forma, puede que amplíen tales brechas, si se considera que todas y todos se encuentran en la misma condición de partida. No podemos esperar a tener resultados económicos para pensar en la equidad. Ambos propósitos deben ser sincrónicos.

Por ejemplo, países como Uruguay evalúan los proyectos de inversión utilizando indicadores como la cantidad de empleos que generará el proyecto y los beneficiarios de ese empleo, el territorio en el que va a ubicarse y la contribución a su desarrollo, etc. Reitero, las políticas económicas a aplicar deben incorporar criterios de equidad desde su diseño, para alcanzar una senda de crecimiento que propenda al desarrollo del país.

Tamarys Lien Bahamonde: Esta es una de las razones por las que no me gusta hablar de crecimiento, sino de desarrollo sostenible. Las inequidades están impactando y transformando nuestras economías, nuestro sentido de la democracia y nuestras sociedades, de forma casi irreversible. Un país como Cuba no puede ignorar las desigualdades en el diseño de las políticas públicas, ni siquiera en tiempos de crisis. La prioridad de política económica que se establezca generará culturas, comportamientos, actitudes y un diseño de sociedad en el sentido programado.

Si abandonamos la desigualdad como prioridad económica y social, va a ser muy difícil reintroducirla una vez superada la crisis, si se llegara a superar con un modelo que ignora la equidad. Porque hay algo importante: la crisis cubana NO es coyuntural. Es una crisis estructural y, desde mi perspectiva, es también una crisis crónica. Las soluciones a la crisis se tienen que ver y diseñar en tres niveles temporales, que van desde el largo plazo, pasando por el mediano, hacia el corto. No a la inversa. En el tercer mundo y en Cuba, eso entraña un grupo de dimensiones y retos superiores.

El financiamiento al desarrollo ha sido un problema grave en Cuba desde siempre. Hasta Arango y Parreño teorizaba sobre fuentes para financiar el crecimiento azucarero en el siglo XVIII y XIX. El dilema ha estado en los últimos siglos entre la eficiencia económica y la equidad social. Hemos basado nuestro desarrollo tecnológico, como dijo Jacques Ellul, en la búsqueda de más y más eficiencia, sacrificando al resto de las dimensiones: medio ambiente, equidades, individuo. Se sacrifica al ser humano siempre en pos de la economía, ignorando que es la economía la que debe servir al ser humano y no a la inversa.

Para salvar a la humanidad necesitamos reintroducir un modelo ético diferente en el diseño de nuestras políticas. Cuba no puede salir de la crisis con un modelo que no contempla el desarrollo en todas sus dimensiones, incluyendo la equidad. El énfasis no puede ser en la eficiencia y el crecimiento económico, sino en el individuo y la satisfacción de sus necesidades, en armonía con su entorno. Esa tiene que ser la prioridad en Cuba también.

Ileana Díaz: Es necesario en Cuba considerar las desigualdades en el diseño económico, lo cual supondría políticas universales y focalizadas, para solucionar o reducir las desigualdades. No es posible hablar solo de necesidades económicas, sin mirar las sociales y viceversa. Lo esperado es encontrar un equilibrio entre el crecimiento económico y las necesidades sociales. El análisis es socio-económico, no es posible hablar de desarrollo sin considerar lo social.

Blanca Munster: El análisis de las desigualdades debe estar en el centro del debate de la agenda nacional para el diseño, no solo de las políticas económicas, sino también de las propias políticas sociales, que deben responder al escenario cambiante del país. Para ello, los análisis deben partir de un concepto amplio de las desigualdades y no de una mirada unidimensional, centrada solo en los ingresos. Junto a las desigualdades socioeconómicas están las de género, étnicas, raciales, territoriales y aquellas relacionadas con las diferentes etapas del ciclo de vida de las personas. Todas ellas conforman ejes estructurantes de la matriz de la desigualdad.

La mayoría de los estudios económicos se concentran en la desigualdad de ingresos y se basan en un solo instrumento de medición, el coeficiente de Gini. Pero eso es insuficiente. El enfoque de género, por ejemplo, ha permitido enriquecer y complejizar la explicación sobre las desigualdades sociales. Sin embargo, existen dificultades para obtener datos significativos (a nivel macro y territorial) sobre cualquier aspecto de la vida de las mujeres. Por otra parte, la producción de información estadística sigue enfocada en las actividades monetizadas y recoge muy poco de la actividad no remunerada, que no es considerada como actividad económica.

Anamary Maqueira Linares: Es un error desconsiderar las desigualdades en los diseños de las salidas económicas a la crisis. Las desigualdades son un problema en Cuba, y serio. No todo se va a resolver a la vez y por arte de magia, pero es imprescindible identificar todos los potenciales efectos no deseados e incluir en la estrategia acciones que pueden evitar dichos efectos. Luego, durante la implementación, siempre es posible que surjan otros. Entonces habrá que ajustar nuevamente las estrategias. O sea, la idea principal es que la equidad no puede ser un costo asumido de las políticas económicas. Tampoco podemos pensar que las consecuencias negativas desigualadoras se van a corregir solas, si es que las medidas son “exitosas”, en términos de crecimiento.

Un enfoque de economía política preguntaría quiénes pagan las consecuencias de la decisión de “primero crecemos, luego repartimos”, quiénes se benefician de dicha decisión y quiénes la tomaron. No se trata de repartir pobreza. Se trata de entender las relaciones de poder que hay detrás de cada una de las respuestas a las preguntas anteriores. Entonces, los esfuerzos deben concentrarse en un programa sincrónico donde vayan de la mano el crecimiento y la disminución de desigualdades de ingreso, de oportunidades, de género, de orientación e identidad sexual, de grupos racializados y de territorio.

Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida

Coordinadora del dossier:

Ailynn Torres Santana 

Investigadora postdoctoral del International Research Group on Authoritarianism and Counter-Strategies (IRGAC) de la Fundación Rosa Luxemburgo, investigadora asociada de FLACSO Ecuador y parte de la Red «El Futuro es Feminista» de la Fundación Friedrich Ebert. Graduada de FLACSO Ecuador (PhD) y de la Universidad de La Habana.

 

Participantes:

 

Tamarys Lien Bahamonde

Candidata a Doctora en Políticas Públicas y Urbanismo por la Universidad de Delaware.
Master en Desarrollo Local por la Universidad de Camagüey y Licenciada en Economía por la Universidad de la Habana.

 

 

Blanca Munster

Doctora en Ciencias Económicas. Investigadora titular y Profesora Auxiliar en el Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM).

 

 

 

Ileana Díaz

Doctora en Ciencias Económicas. Profesora Titular del Centro de Estudios de la Economía Cubana. Coordinadora de la Red de Emprendimientos de la Universidad de la Habana.

 

 

Betsy Anaya

Doctora en Ciencias Económicas por la Universidad de La Habana. Profesora Titular y Directora del Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana desde 2017.

 

 

Anamary Maqueira Linares

Candidata a Doctora en Economía por la Universidad de Massachusetts, Amherst.  Master en Economía del Desarrollo por Flacso Ecuador y Licenciada en Economía por la Universidad de la Habana.

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