¿Soñar no cuesta nada?

Andan diciendo por ahí que para enero abrirán concesionarias automotrices en Cuba, y el que tenga dinerito y ganas podrá ir y comprarse su carrito, kilómetro cero, sin tanta carta ni telegrama. Enseguida llamé a las agencias de 1ra y 20 y a Multimarcas, donde se vendían los carros desechados por la renta, y nadie supo o quiso decirme.

Quizás esa sea la causa de que las susodichas “cartas” lleven congeladas más tiempo que Walt Disney. A mi todo lo que sea eliminar restricciones me encanta, pero hay otras cosas que me asustan, preguntas a cuyas respuestas le temo.

Por ejemplo… ¿qué pasará con todas esas cartas en lista de espera, ganadas o compradas? ¿A cuánto nos cobrarán los carros? ¿A cómo los vendían o a cómo los revendían? ¿Le aplicarán el gravamen del aceite de soya a los Hyundai? ¿Hay calle para tanto carro? ¿Piezas, combustible, dinero…?

Estas cosas me las pregunto porque me gusta complicarme la existencia, porque yo no aspiro a tener carro por ahora. Primero necesito una casa. Aunque si tuviera un carro, podría venderlo y comprarme aunque sea un cuchitril en Alamar. Total, ahora se puede.

Al final uno se permite soñar, sobre todo porque todavía es gratis. Y yo sueño con un carrito. Aunque sea un dolor de cabeza mantenerlo. Aunque tenga que botear de la casa al trabajo y viceversa para costear la gasolina. Yo quiero un carro para salir cuando me venga en ganas, sin encomendarme al transporte urbano, interprovincial o de alquiler, y rodar por las calles de La Habana como solía hacerlo por las calles de Hanoi…

Cuando hace tres años llegué a Vietnam heredé un viejo Toyota Corolla mecánico, que en Cuba era una nave espacial, pero allá era mirado con sorna, un vejete en medio del ostentoso socialismo asiático. Pero qué carrito, señores. Ni tan grande para trabarse en los embotellamientos, ni tan pequeño para dejarse meter el pie. Aprendí a manejar a lo vietnamita, y cada salida la encaraba como un rally citadino, sorteando millones de motos que desconocen a Dios y al Código de Tránsito, subido en aceras y contenes con tal de robar espacios y avanzar… ¡Ah, super Corolla, quien nos viera aquí juntos!

A veces monto en un almendrón, y mentalmente voy tirando los cambios, calculando acelerones y luces rojas, flotando en neutral y robándole la iniciativa a los demás: ya me habrían quitado la licencia de conducción, si acaso alguien se atreviera a dármela. Sí, olvidé comentar el minúsculo detalle de que pasé dos años manejando en Hanoi sin permiso para conducir. Cuando me paraba la policía hablaba español, y me dejaban ir.

Manejar es estresante, pero vivir en Siguaraya City también lo es, y peor cuando no tienes en qué moverte de un lado a otro, por eso no vendría mal que sea verdad el rumor y todos también podamos tener un Buick, un Tico, un Geely o aunque sea un Moskvich como el galileico que le dieron al Puro en 1986, y sin embargo se mueve.

Sí, yo sueño con tener algún día aunque sea una chivichana con motor. Solo me preocupa que los sueños, sueños son y ayudan a vivir, pero nunca fue tan claro mi padre como cuando confundió el refrán y soltó aquella terrible verdad filosófica: “costar no sueña nada”…

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