Cinco lugares a los que Obama debió ir (y no fue)

Centro Habana. Foto: Alain Gutiérrez Almeida

Centro Habana. Foto: Alain Gutiérrez Almeida

A diferencia de otros presidentes que en el mundo son y han sido, Barack Obama tiene una sonrisa franca (sus detractores pueden argumentar que si dijo o dejó de decir, que si aquello y lo otro, pero yo me refiero única y exclusivamente a la sonrisa, que se me antoja eso, franca). Alguien llegó a escribir que su caso es el de una ‘sonrisa consistente’, y yo le agregaría, magnética. El hombre ríe bien, desde esa boca enorme que me recuerda una y otra vez al famoso negrito con la tajada enorme de sandía.

En La Habana, el presidente no paró de enseñar la dentadura. Fue de aquí para allá, y en casi todas partes hizo gala de esa sonrisa Colgate –nunca más apropiada la expresión- que ha quedado clavada en la retina de la gente con la goma loca de lo imperecedero. Inclusive debajo del paraguas, mortificado por la lluvia, se le vio recurrir a la sonrisa.

Pareciera que ese representa su estado natural (por supuesto, él no es ningún santo ni yo soy un imbécil, y es por eso que digo esa palabra, pareciera). Tiene bien aprendidas las lecciones de lenguaje corporal, y las explota con pericia de dinamitero veterano. Por estos días, el estado de ánimo de Obama dio la impresión de ser inalterable.

Pero eso no es verdad. Existían posibles visitas que le habrían deparado reacciones contrastadas al número uno de la Casa Blanca, y desgraciadamente no las hizo. A mitad de camino entre la seriedad y la broma –con más de lo primero que de lo segundo-, yo quiero enumerar esos lugares…

Desandar Centro Habana: Nada de ir en la ‘bestia’ ni anunciar de antemano el propósito. Salir sin previo aviso y por sus pies a las calles del superpoblado municipio, le habría revelado al mandatario unos índices de marginalidad y guaricandiyismo que, sumados al constante peligro de derrumbes, de seguro trocarían su sonrisa en depresión. Por razones que huelga explicar, Barack Obama se quedó sin saber de la Cuba profunda.

Llegarse a una TRD (cualquiera): La escena habría despertado la envidia del mismísimo Fellini: Obama, en una tienda, esperando su bolsa de nylon y sus 20 centavos de vuelto con cara de “yo ser el presidente de Estados Unidos”, y el tendero –con cara de tendero Made in Cuba- diciéndole “lo siento, mi socio, no tenemos jabitas ni menudo”. De un golpe, la sonrisa daría paso en su rostro a una expresión estupefacta, perfectamente traducible en un alarmado “What the fuck?!”

Ir a Playas del Este: Si el presidente se creyó que las principales maravillas nacionales estaban en la arquitectura colonial, el estado de los almendrones o el solomillo que devoró en la paladar San Cristóbal, anda equivocado. Un simple desembarco en Santa María del Mar –de ser posible, sin Michelle- le haría entender de lo que hablo. Entonces, su serena sonrisa acabaría opacada por la euforia.

Asistir a un juego en el Latino: El estadio al que fue Obama no era el Latino que sabemos, sino una versión edulcorada con personas que –me cito- “cantaban sus coros a ritmo de consignas, más preocupadas por parecer correctas que por lucir como verdaderamente lucen los cubanos en las gradas de un estadio”. Si Obama hubiera visto los tambores y los morenos detrás de los tambores, la gritería, el baile, la discusión ardiente en las tribunas, quizás ahora sabría mucho más sobre el carácter del cubano. Después de ver un juego ‘real’, su sonrisa sería La Sonrisa.

Personarse en la Sala de Oncología de algún hospital infantil: No tengo dudas: eso era lo más importante de todo. Estar allí, ver a un montón de niños tristes y enterarse por medio de los padres que el bloqueo –el fallido experimento que su país ensaya aquí hace más de medio siglo- ha forzado muchas veces la amputación de miembros, y que los tratamientos en tumores malignos de retina no pueden completarse porque nadie nos vende la imprescindible placa de yodo radioactivo. Ver llorar a unos niños ansiosos de poder sonreír constantemente –como mismo hace él, Barack Obama-, le habrían dibujado en esa boca enorme, donde mismo le nace la sonrisa consistente, una mueca inconfundible de dolor.

Salir de la versión móvil