El derecho a la democracia

La democracia tiene 2 mil 500 años de historia. Sobre todo de derrotas y largas ausencias. Desde Clístenes y Pericles, dos de sus defensores en Atenas, hasta el día de hoy, la democracia ha acumulado más enemigos que compañeros. Seguir la pista de los métodos, argucias, mitos y mentiras que sus persecutores han usado durante milenios es un ejercicio interesante porque más que respuestas sobre prácticas pasadas nos ofrece una guía de la contienda política actual.

Casi nunca se recuerda que la democracia ateniense, como la república romana, fueron resultado de revoluciones donde el demos y la plebe fueron protagonistas. Ambas soluciones políticas dieron pasos semejantes en momentos diferentes y en lugares dispares. Las dos hicieron público el Derecho que hasta ese momento era secreto y misterioso, escribieron las leyes y las mostraron a la gente y coparon los órganos de decisión de plebeyos muy distintos a los aristócratas de toda la vida.

El primer hijo de la democracia fue el odio que se reprodujo entre los derrotados. Los enemigos de los pobres libres en el poder no han aceptado jamás la posibilidad de que los humildes manden y gobiernen. La democracia se ha mantenido por períodos de tiempo muy cortos. Las aventuras populares han sido reprimidas sin compasión y sin excepción. Recuérdese a los hermanos Graco en Roma, a Robespierre, Marat y todos los perseguidos después del 9 Termidor en Francia, a los miles de muertos después de la derrota de la Comuna de París.

En más de 2 mil años los enemigos de la democracia atesoran un saber tremendo contra el pueblo. Aprendieron a dominarlo, a maltratarlo, a confundirlo y a masacrarlo si hiciera falta.

Los adjetivos usados por los enemigos de la democracia son los mismos durante veinticinco siglos. El pueblo es todavía en boca de los ricos, de los dueños de todo, de los controladores del poder, llamado populacho, los piojosos, los descalzos, los mugrientos, los muchos, los de abajo, la chusma.

Hay que reconocer que los enemigos de la democracia son ganadores natos. Nos han sacado del poder en todas las latitudes. Los pobres libres no mandan ni deciden en ninguna parte, los que trabajan con sus manos no saben qué pasará mañana, qué será de su vida. La ruina de la democracia solo ha sido posible porque el consenso contra ella es enorme. La antidemocracia ha producido casi toda la teoría y la práctica del buen gobierno en la historia por lo que es lógico que el sentido común de hoy sea que la democracia es imposible.

Del glorioso poder del demos en Atenas quedó la democracia como una de las alternativas de formas de gobierno según el entendido antiguo. Según Aristóteles y Platón –ninguno de los dos amante de la democracia– el buen gobierno podía ser una monarquía con un rey sabio y bueno, una aristocracia o gobierno de los mejores, o una democracia, gobierno de la mayoría; pero la monarquía podía convertirse en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia.

Hoy la democracia no es considerada una forma de gobierno sino en todo caso un tipo de régimen político, más cerca de los métodos de gobierno que de los contenidos del poder.

En el siglo XXI una monarquía puede ser democrática o, mejor dicho, una de las democracias más admirables, como el Reino Unido de Gran Bretaña, o el Reino de España, aunque el pueblo trabaje para mantener a la Corona y aunque las instituciones monárquicas sean conservadoras y desprecien al pueblo con su modo de vida y usos medievales.

De la derrota histórica de la democracia hemos recogido el fruto podrido del voto censitario que durante siglos mantuvo a las personas negras, a las mujeres, a los no propietarios y a los analfabetos, lejos de los procesos electorales. Es una ignominia repetida y repetida llamarle sufragio universal masculino al acceso al voto de los hombres como si las mujeres pudieran descontarse sin más de los conteos democráticos.

El éxito mayor de los ejércitos antidemocráticos ha sido el desastre de la política digna y popular. Después de centurias de persecuciones, censuras y muertos, el pueblo aprendió la lección de no buscar nada en la política y entregó el poder a sus expropiadores.

Hoy se le llama clase política a los grupos sociales elegidos que gobiernan por herencia divina en todos los continentes. Se le llama crisis de la democracia a la enfermedad de su ausencia en todas partes.

Hasta principios del siglo XIX el pueblo tenía una ventaja. Los conspiradores contra la democracia aceptaban en público y con orgullo su elección política. Desde el siglo pasado todos los políticos son amantes de la democracia, todas las constituciones declaran que la soberanía reside en el pueblo, nadie se confiesa contrario al poder de las mayorías, pero esto no es más que el fin de la pureza democrática.

A lo que más se aspira hoy en los debates académicos y sociales es a democracias participativas, que sería algo así como democracias democráticas. La mayoría defiende la democracia burguesa o representativa, que sería algo así como democracia antidemocrática y casi nadie se atreve a levantar la voz a favor de la democracia directa, que sería lo más cercano a la democracia con democracia.

La democracia, en fin, es un accidente político, en el que se puede caer pero que los poderosos harán lo posible por que no suceda. Como, por otro lado, hay democracia en todas partes, o es lo que dicen todos los portavoces de todos los gobiernos del mundo, no nos queda a nosotros nada que discutir.

Yo soy de los que creen que nuestro lenguaje político debe cambiar. Igual que hay irracionales que dicen que en realidad no hay cambio climático ni peligro de extinción de la especie humana, también los hay que mantienen que la democracia ya ha sido alcanzada. Las pruebas enseñan lo contrario. El pueblo no está en el poder en ninguna parte y debemos luchar por la democracia como un derecho conquistado en el camino de la civilización humana.

Me parece muy sospechoso que a nadie se le ocurra en ninguna parte del mundo pensar el desarrollo sin luz eléctrica e Internet, y que sí se imaginen el progreso sin democracia.

La democracia es un invento humano que nos han querido ocultar porque es peligroso para quienes aspiran a gobernar sin límites ni responsabilidad, para los que intentan mandar por encima de la ley o sin ella.

Ya es hora de que luchemos por la democracia no como una posibilidad sino como un derecho.

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