La juntamenta

Foto: Desmond Boylan (Detalle).

Foto: Desmond Boylan (Detalle).

Los viejos cubanos llaman juntamenta a la tribu de muchachos y muchachas que nos acompañan en los años juveniles.  La juntamenta es la culpable de la primera borrachera, del primer problema con la policía, de las primeras malas notas en la escuela. Las amistades inocentes son «los amiguitos», pero los que nos llevan cerca del peligro y el desorden son reducidos sin piedad a juntamenta.

En Cuba, como en otros lugares de América, se habla con dicharachos, proverbios, sentencias a veces sabias a veces no. Se dice «dime con quién andas y te diré quién eres» y también que «al que a buen árbol se arrima buena sombra lo cobija». En todo caso la amistad no es vista solo como lealtad y compromiso, también se considera un buen negocio. Nuestros abuelos ya decían «el que tiene un amigo tiene un central» y nuestros hijos no han visto un central en su existencia pero saben que el que tiene un amigo hace menos colas, resuelve antes los problemas, tiene la vía expedita hacia la felicidad.

Un sabio profesor cubano sentencia que él lo que siempre ha querido es «derecho de mampara», es decir, anuencia para entrar a donde está el amigo decisivo y poderoso, para poderle pedir y resolver, sin tener que cargar sobre sí el peso extenuante del buró y las reuniones.

Todos saben que los amigos y las amigas nos educan tanto como la madre o la escuela. La necesidad de estar con los amigos se hace enorme en la adolescencia y el disfrute de su compañía es uno de los goces más grandes de la vida, sobre todo para pueblos sencillos y humildes, como el nuestro.

En Cuba nos hemos acostumbrado a perder a los amigos desde niños. No solo la familia ha sufrido la separación causada por el exilio y la emigración. Lo primero que hemos perdido es a los amigos del barrio, a aquellos a quienes les confiábamos nuestros secretos de amor y juego, a los de la escuela, que dejábamos de ver de un curso a otro como si en las vacaciones nos hubiera azotado una epidemia mortal.

Después se fueron los amigos de la secundaria básica, la juntamenta con la que se iba a la playa, a las escuelas al campo, a la Ciudad Deportiva a jugar pelota. Más tarde se marcharon con sus padres y nuestros recuerdos los amigos y las amigas del preuniversitario, cómplices de nuestras escapadas al estadio Latinoamericano, confesores del amor perdido y únicos lectores de las primeras poesías.

Cuando no nos quedaba sino uno o dos amigos sobrevivientes de la sangría de las balsas, las reunificaciones familiares de Miami y los viajes sin retorno a cualquier parte, volvimos a hacer amigos en la universidad. Y también los perdimos, como si el hado que nos persiguiera fuera el de la soledad.

Hay una edad en que los amigos no se hacen con la misma facilidad de antes, cuando solo de salir a la cuadra acabados de bañar y cubiertos de talco hasta las orejas, nos bastaba con sentarnos en un quicio a esperar que alguien apareciera para comenzar a inventar un amigo. Ahora las cosas son diferentes, la juntamenta no aparece, no tenemos quien nos lleve de malos pasos por ahí, quien nos llame a deshora para proponernos algo inaudito.

Mis últimos amigos y amigas también han decidido irse. Y estos eran muchachos más jóvenes que yo, que me hacían pensar que serían duraderos como una ceiba frondosa y fuerte. Pero los caracoles han corrido de nuevo hacia el mar. Los jóvenes no encuentran «fijador» a la Isla y en cada invierno vuelan como si fueran aves migratorias en busca de un lugar más cálido, cuando todos sabemos que aquí lo único constante es el calor.

Mi juntamenta ha sido decisiva en mi vida. Ellos me han empujado hacia adelante cuando yo estaba tieso y alelado y me han reído las gracias para hacerme la vida más feliz. Cuando los amigos y las amigas están lejos, cuando no puedes hablar en privado con ellos en una esquina desolada y no los puedes llamar para celebrar la última victoria de Industriales, cuando no puedes compartir con esa juntamenta gloriosa las croquetas y el vino agrio, entiendes que el éxito que buscabas será en todo caso mísero porque lo querías para compartirlo con tus amigos.

A la juntamenta mía, de todas las épocas, les pido que no practiquen el deporte extremo del olvido. Sé que muchos que se van nos hacen morir como remedio contra la nostalgia, llamada por los cubanos «gorrión», no sé si por gris o si por común. Olvidar es una manera de sobrevivir en los parajes fríos y raros a donde van a parar, a veces, los isleños temerarios de Cuba, pero para los que quedamos aquí es importante saber que nos recuerdan, para esperar con inocencia el día novelero del reencuentro.

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