La sal de la justicia

Se puede vivir enfermo, pero no se puede vivir sin justicia, decía mi papá, que gustaba de exagerar las cosas para que se advirtiera mejor la importancia del Derecho.
Me repitió muchas veces que la única razón por la cual jóvenes en la flor de su existencia son capaces de arriesgar su vida, su libertad, sus comodidades, es por alcanzar la justicia, esa que solo es comprendida en su anchura cuando nos falta o está herida.
No entiendo el desarrollo sin justicia, como tampoco lo comprendo sin democracia. Los indicadores actuales para medir las sociedades e instituciones de avanzada deben considerar a la justicia como parámetro, porque sin ella da igual cuánto pan y petróleo se tenga en la despensa y en el pozo.
En el libro I del Digesto del emperador Justiniano se lee que la justicia es la voluntad constante de dar a cada cual lo suyo. La vida que llevamos es todavía la persecución de un poco de ese equilibrio, para que al menos cada cual tenga una parte de lo que le debería tocar.
Es extraño cómo hemos aceptado como civilización humana prescindir de la justicia y la democracia. Nadie sopesa hoy vivir sin electricidad después de haberla conocido, ni vivir sin Internet y su Facebook y su YouTube, después de haber navegado por sus aguas arremolinadas pero fascinantes.
Pero aceptamos como destino vivir en sociedades injustas, sin estado de derecho, sin democracia, como si estas cuestiones no fueran producto de nuestras luchas milenarias, de nuestro estudio, de las revoluciones que los seres humanos han hecho y sufrido, del estado de la ciencia, del pensamiento humano, de las ideas políticas que han acompañado el avance de las sociedades hasta el presente.
Sin justicia la existencia es miserable, nauseabunda: Lo que nos hace seres humanos no es solo lo que comemos, decimos, escribimos y calzamos, sino por lo que luchamos. La justicia es un valor humano que toca a todos los demás, es el sol del mundo moral, sin ella no hay alegría posible porque esta dependería de otros, y siempre estaríamos a expensas de perderla sin justificación.
La justicia nos permite después pensar en la equidad. Los romanos decían que una interpretación extrema de la norma podía llegar a ser injusta porque se basaría en una lectura fría de la ley, que nunca es tan intensa y viva como la realidad humana y como los hechos vívidos. Por eso se inventó la equidad, la herramienta sanadora, la justicia del caso concreto, la sabiduría del magistrado que lee en la ley más allá de su letra para encontrar la justicia donde esta intenta esconderse.
Hace miles de años que confiamos –es verdad que también por la fuerza– en jueces, hombres primero, después también mujeres, que por su pureza y conocimiento tienen en sus juicios decidir sobre a quién la justicia debe tocar con sus manos.
Vivimos en sociedades donde el Estado, el Derecho, la justicia, son compañeros de nacimiento de nuestras vidas. No sabemos vivir sin Estado, no imaginamos la vida sin él, tampoco sabemos lo que es vivir sin Derecho, pero tenemos una idea de lo que es la existencia con su ausencia repetida y su presencia confusa.
Pero la justicia es algo más, no basta con tener un derecho más o menos construido, es necesaria además la voluntad constante de hacer que ella aterrice sobre las situaciones humanas, sobre las relaciones jurídicas, sobre los hechos y actos de nuestra vida.
La justicia debe ser protegida, primero tiene que aparecer como referencia en la Constitución, debe estar brillante y defendida en la Ley, con medios, normas, instituciones y procesos que la aseguren y garanticen. También tiene que ser parte de nuestras prácticas políticas, para que la inmoralidad y la corrupción sean desterradas, para que la transparencia sea la medida de la actuación de la administración, para que nadie hable más alto que la justicia, a la que no queremos ciega sino con ojos en todas partes.
Si aprendemos a vivir sin justicia, si aceptamos que los poderosos manejen la ley, la política y la economía, no habrá esperanza para la civilización humana en ninguna parte. Podemos apretarnos el cinto y comer menos y más malo durante décadas. Hay cosas que nos hacen humildes, frugales y simples, pero ninguna de ellas es vivir sin justicia o bajo el gobierno de su olvido.
La justicia nos hace tan humanos como la razón y como el amor; junto a las obras de arte de la civilización humana deben colgarse con la misma admiración los cuadros de la libertad, la democracia y la justicia.
Cuba debe discutir en breve su destino político y jurídico. No veo en ninguna parte el ensayo de la discusión que vendrá, ni veo el teatro del juego de tensiones que deberá ser proponer una Constitución nueva para Cuba. La justicia estará en juego, sus mecanismos de viabilidad y posibilidad estarán en juego, su propia definición y encuadre estarán en cuestión.
Hay momentos que definen a un pueblo para siempre. Le tengo terror a que el nuestro no se percate ahora de la sagrada y permanente lucha por la justicia que nos han hecho humanos respetables y dignos.
La Constitución no es un juego. En todo caso es un juego a muerte. O mejor, es un juego a vida.

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