Nadie quiere que le hablen de la felicidad

Bahía de La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Bahía de La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

La gasolina se evapora con la vida. La tristeza no se borra de los ojos. La calle hierve de carroña insepulta. Moscas, gatos muertos, carneros descabezados. Una danza de collares baila una rumba para suizos asustados. La última guagua se vio el día del último chubasco. Las balsas nadan vacías en el golfo. Ningún bote tiene nombre de mujer. El muro del malecón observa la marcha de los turistas lelos. Los cuarteles fueron convertidos en escuelas. Las escuelas volvieron a ser cuarteles. La madre vieja no sabe cómo vivir, pero cocina cada noche la pobreza de arroz. Los niños juegan como si nada. Los trompos dan las mismas vueltas. Pero nadie quiere que le hablen de la felicidad.
La papa está de vuelta, cómo la extrañamos
Papas salvadoras guían al transeúnte acongojado. Busca la cola que le indique, el tumulto que avisa. La papa está de vuelta, cómo la extrañamos. Frita es la gloria. El puré con huevo para el enfermo de asma. Rellena, aunque de aire es una delicia. Todo por la papa. Vamos armados porque sabemos que la angustia está de guardia. Ya llegan los ricos con sus sacos para llevarse nuestro premio. El pueblo unido jamás será vencido. Pero los ricos compran las consignas y las revenden en estuches de crujientes papas, excelentes para acompañar una película de estreno sobre la lucha de clases.
Leche cortada
El último litro de leche se cortó en 1990. La leche en polvo no se corta. O sí se corta, pero hay que darle con un machete. El dulce de leche con ralladura de limón quedó sepultado por el muro de Berlín. Aprendimos a quemar la leche condensada. No es lo mismo, pero es algo. Tienes la leche cortada, se le decía a alguien muy pesado. Ahora se me ocurre que les digamos a los sangrones, eres una bolsa de yogur de soya fermentado.
Aquel hombre tiene fama de ratero
Hace mucho tiempo que no se le ha visto vigilando una tendedera, pero eso no importa porque él es el ratero del barrio, o uno de ellos porque no está solo en esa asamblea. Al ratero lo descubrieron en otra época mirando mujeres desnudas desde aleros y azoteas. Es también el mirahueco del barrio. La gente dice que esa es una enfermedad de toda la vida. No saben nada de psiquiatría ni de psicología ni de criminología. Pero todos se apuran en tachar a los hombres malos de la cuadra. El mirahueco podría salvar a un bebé de un incendio que todos dirán al otro día que es imposible confiar en un ladronzuelo de ropa interior. Es difícil ser un héroe en un barrio de La Habana. La bíblica cizaña crece aquí como el romerillo. Es la ley de los barrios pobres. Nadie tiene derecho a rectificar.
Algunos juguetes chinos
Yo tenía una caja llena de pelotas. Bolas y tiritos, bolones y una granja de techo verde. Un batallón de marines soviéticos que marchaba con miradas de plomo. Una ciudad que solo mi papá sabía armar y un avión de pilas que parecía que despegaría, pero no. A mi hijo le puedo comprar algunos juguetes chinos que duran un disparo. Él me dice antes de que yo le explique: “Vámonos de aquí, estos juguetes están muy caros”.
Amigos en el muro
Para hacer una fiesta hay que mandar invitaciones a tres continentes. Todos los amigos están en Facebook, pero allí no se bebe ron ni se fríen churros. Se fueron los amigos de la primaria, de la secundaria, del pre y de la universidad. Se fueron los nuevos amigos que hice, alumnos tan jóvenes como el primer sol del día. Se fueron los amigos de los amigos que antes se habían ido. Hace veinte años que nadie me cita a una guardia del comité. No quiero bajar las escaleras para tomar caldosa en un jarro de aluminio. Porque mis amigos se han ido y la fiesta es una mierda sin ellos. Si Industriales gana no tengo a quién llamar para decirle que ganamos. Si muere la santísima abuela nadie puede venir a compartir la tristeza. El muro del malecón está tapizado de cajitas rechupadas de ron agrio. Un día con los amigos que se fueron comimos croquetas crudas en ese mismo muro. Hasta las piltrafas saben bien cuando los amigos hacen grupos. Si los amigos se van para qué tendríamos que triunfar en la vida.
Hoy el tiempo ha cambiado
Hoy el tiempo ha cambiado. De calor a frío después del paso de una nube fea. No hubo primavera. Tampoco recuerdo el otoño. Los frentes fríos entran en puntillas de pie. El calor se sienta en la silla de mimbre. Este será un año de mangos. Dicen los guajiros que va a haber un hambre del carajo.
Senado
El central Senado ahora es una fábrica de macarrones. Ayer vi a un hombre de 30 años sin dientes. No le hacen falta para tomar ron peleón. Las muchachas visten con lycras de moda. El club del batey se quemó hasta el polvo delante de todos, con sus maderas preciosas y sus mármoles pulidos. El ingenio no muele cañas sino vidas. La chimenea no humea. El reloj dejó de envejecer. Hay casas que hablan de una época de gloria. Los jovencitos han perdido el orgullo del azúcar. En los patios no quedan toronjas gigantes. Pero qué dulces siguen siendo los nísperos de Senado.
Tengo que ir a despedirme del mar
Parece que el cielo se va a caer, pensó un niño afgano este mediodía. Una bomba asesina para acabar con el terror. Tal vez todo haya terminado. Tengo que ir a despedirme del mar. Por si acaso es la última noche y la última luna.
Las bombas son frías
Los niños juegan a la pelota y pelean como si se tratara de una guerra. La guerra, sin embargo, está agazapada al final de la calle. Observa a los inocentes que devorará. Observa a los edificios que derrumbará. Observa al paisaje que trastocará por otro sin flores. Es mejor que los niños no sepan que los monstruos armados con misiles nos esperan. No sé si deba llamar a mi hijo para abrazarlo bien. Las bombas son frías y caen sobre cualquier amor.
Yo vivía cubierto de tiza
Yo vivía cubierto de tiza. El polvo blanco estaba en mi mochila y sobre mis libros. Las aulas viejas de la Universidad me parecían salas de un palacio. Un hombre viejo se sentaba en la primera fila de mis clases. Casi todos mis alumnos eran pobres y buenos, como el pan de a medio. A veces me daba pena hablarle de Ulpiano a gente tan viva. Pero yo era tan pobre y tan llano como mis alumnos. Algo yo tenía que ellos no… yo vivía cubierto de tiza. Hasta que me prohibieron entrar en las aulas viejas que me parecían salas de un palacio.
Los pelícanos del Malecón
Los pelícanos pescan en el Malecón. Miran a los turistas blancos como nubes con sus ojos de aves sabias y jodedoras. Parece que ríen posados en el muro. Tal vez sepan que a nosotros nos toca pollo por pescado. Cae una llovizna de sus alas inmensas. Dónde estarán los nidos de los pelícanos del Malecón. Algunos pescadores conversan con estos señores grises. Los pelícanos los guían con su vuelo en picada. Hacia allá lanzan sus anzuelos los hombres agradecidos. Al lado de una pareja que se besa con frenesí un pelícano se acicala las plumas y sueña con su época de apareamiento. Los borrachos son los mismos de siempre en el Malecón. Los pelícanos los miran con pena y no se espantan ni huyen. Solo una ola cargada de sardinas los hace levantar el vuelo.
Por el Caribe nada el cocodrilo verde
La cola del caimán ha comenzado a moverse. Las palmas y las ceibas se han estremecido. Por el Caribe nada el cocodrilo verde. Un ojo despierto y el otro dormido. Los dientes gastados del ayuno y la siesta. La estrella que antes brillaba en su frente es opaca y sus puntas han perdido el filo. Parece que danza cuando nada. Parece que viaja cuando baila. Sobre su cuerpo una cordillera le da cosquillas. Se quiere ir para siempre el caimán verde. No mira atrás a ver sus hijos presos enterrados en la arena. En una pata una maraca resuena. En su panza toca una rumba con sabor a marisco. No quiere vivir más en este pantano.  Las cotorras lo acompañan y lloran como hombres. El cocodrilo verde parece una balsa viva. No quiere saber nada de recuerdos. No extraña a los flamencos ni a las caguamas. Busca una corriente fría con sus patas regordetas. El cocodrilo verde no ha visto nunca a un caimán del Nilo. Pero no le importa parecer sencillo con sus escamas viejas de ciénaga y arenal. Allá va el cocodrilo verde. La resaca lo hace perder fuerzas. La marea lo trae mil veces a la orilla. Pero él ha decidido irse. Su cabeza de rombo mira al horizonte. Sus ojos amarillos lo delatan. Se ha cansado de este pantano el cocodrilo verde.
Donde todos seamos un poco pobres y un poco ricos
Dicen que Gramsci pidió a un cura cuando sintió que moría. Si dios lo asistió creo que se merece nuestra fe. Los descalzos y hambrientos de hoy no reciben de nosotros el vinagre que alivia. Cristo muere en su cruz cada atardecer. Ríen hasta el ahogo los jueces que se libran de los que hablan por los pobres. La Virgen del Cobre nos saca a flote en las playas de Cuba con su traje amarillo y sus ojos de madre curandera. Yo le pido en silencio por la paz y la salud de la gente sin nada. Y para que mis hijos vivan conmigo en un mundo tranquilo donde todos seamos un poco pobres y un poco ricos.

Salir de la versión móvil