Problemas políticos

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

El entrenamiento político de un pueblo es necesario para mantenerse vivo y no a merced de los políticos, que se entienden entre ellos mejor que con la gente.

La expropiación de la política al pueblo ha sido uno de los grandes éxitos de los enemigos de la democracia en todas las latitudes y amparados en dispares ideologías. Tanto los liberales como los defensores del Estado todopoderoso han logrado dejarnos sin acceso a la política decisiva o lo que es lo mismo, a la política entretenida.

Las estadísticas de participación popular en elecciones, referéndums, consultas, informan que el pase de magia ha sido logrado: a nadie le importa la política o dicho de otra forma, consideramos que la política tiene dueños y maneras demasiado anchas y ajenas para perder el tiempo con ellas.

En Cuba los datos son otros. La participación en elecciones supera el 90 por ciento y las convocatorias políticas son respondidas con disciplina. En algo nos parecemos, sin embargo, al resto del mundo. La gente espera poco de la política, el pueblo ha perdido su inocencia y siempre lee entre líneas después del anuncio de reformas y cambios. Tal vez la clave esté en que hemos aprendido el arte de la espera, cuando la política se trata de hacer.

El socialismo, si quiere ser un sistema social distinto a las formas dominantes en el mundo de hoy, debe emular y proponer una vida mejor. La felicidad no puede ser solo medida por la cantidad de cosas que se tienen sino por el tiempo de que disponemos para hacer lo que nos hace felices, las horas que se dedican a aprender, a leer, a visitar teatros, cines, ríos, montañas, parques, bibliotecas.

Una vida dedicada a trabajar, casi siempre en una labor que no hemos escogido, que no es nuestra vocación, no es o no debe ser la única solución para alcanzar el desarrollo. Para que el trabajo cumpla el objetivo edificante que palpita en él, para dar sentido a la vida individual y colectiva, tiene que ser un trabajo humano, no bestial ni destructivo de la humanidad del que trabaja.

El ocio, la pereza, el recreo, las vacaciones, son instituciones que la tradición socialista ha defendido en otras épocas y que nosotros hemos olvidado en el presente. Dentro de los atributos espirituales del socialismo debe estar la política, la actividad creativa del pueblo para transformar su presente y su futuro. Las experiencias socialistas que hemos vivido en la historia no han rebasado la preponderancia estatal y en la mayoría de los casos han resuelto el dilema llamándole al Estado, pueblo.

No debe existir una clase política como no debe existir una burocracia con el monopolio de la imaginación política. La política ni es sucia ni es cosa de políticos. El pueblo limpia lo que toca. Entregar la política a supuestos profesionales de ella es como ofrecer en bandeja de plata los bailes populares, los carnavales, los dichos y refranes, los juegos de barrios y el arte popular.

Todo esto pertenece al pueblo que es quien sabe de verdad dónde hace falta una bodega, una escuela, un puente, un parque, un árbol, una fuente o una zona wifi.

La política nos entrena en el ejercicio de escuchar –si es una política que respeta la democracia–, de compartir ideas, de discutir, de proponer, de defender una causa, de buscar apoyo para un proyecto. Nos entrena en la tolerancia y nos obliga a aprender lo que otros pueblos han logrado. Nos enseña a hablar de derechos, a considerar a los representantes como tales, a interpelar a los gobernantes para que informen y cumplan su palabra. La política nos debe ejercitar en la fiscalización de lo que hace el gobierno, en el control y en la revocación de los que no hacen lo que esperábamos. Nuestra política nos debió haber aleccionado hace mucho tiempo en que revocar no es tronar. El pueblo no truena, el pueblo revoca a un ciudadano porque entiende que no gobierna bien.

La acción política no puede resumirse en asistir a reuniones y confirmar decisiones. El pueblo es más sabio que todos los políticos juntos y esto es una verdad en todas partes del planeta. Hablar, discutir un plan, un concepto, no es tener problemas políticos. Las ideas contrapuestas no son un problema político, son la expresión de la diversidad de ideas políticas en un pueblo.

Los problemas políticos son la impunidad, el terrorismo, la corrupción, los fraudes electorales, los golpes de Estado, los países sin gobierno, las elecciones sin pueblo, los pueblos sin elecciones, los gobernantes enriquecidos por no hacer nada a favor de la gente, la burocratización de toda la vida, las leyes que nadie sabe para qué pueblo son, los Estados ausentes, los Estados asfixiantes, los partidos que no saben lo que el pueblo piensa.

Cada vez que a un joven se le ha tachado de tener problemas políticos, por el simple hecho de pensar de una forma diferente al que tiene el dominio sobre los apelativos, se ha derrumbado una pared de la política verdadera. Una  vía para  que una idea política se convierta en un problema es encerrarla y no dejarla enfrentar la evaluación pública.

La política debe regresar al ágora, al foro, a la plaza, al campo de Marte. Nadie puede quedar fuera de esa fiesta. De la catarata de ideas saldrá un país mejor. Un socialismo vivible y esperanzador, con pan y belleza. Nadie tendrá en él, por pensar, problemas políticos.

Salir de la versión móvil