Un piropo para la Constitución cuarentona

Foto: Kaloian Santos Cabrera

Foto: Kaloian Santos Cabrera

Una mujer de cuarenta años no es una muchacha pero tampoco una vieja. Una Constitución de cuarenta años es joven para los cánones al uso de la vigencia de este tipo de textos, pero esta juventud es en todo caso relativa.

La Constitución cubana cumplió los cuarenta en febrero de este año. No se le hizo una gran fiesta. Hubo un acto, un libro, un discurso, pero no más. Nuestra Constitución no ha empezado a gatear si la comparamos con la de los Estados Unidos que es de 1787 y ha tenido decenas de cirugías estéticas desde este lejano siglo, sobre todo para parecerse al presente.

La nuestra no va a durar más. Se ha anunciado su deceso, reforma, cambio, modificación. No sabemos aún si se tratará de una desaparición completa o si se será puesta al día, embellecida, maquillada a los usos de la moda; pero está claro que no quedará como la conocíamos.

Este documento es mucho más que una ley de leyes: es la única Constitución socialista de occidente y la única experiencia a la soviética de América Latina. Ella nació sostenida en una enorme aceptación popular que veía con alegría el fin de la provisionalidad revolucionaria de 17 años y convirtió en magno texto algunos principios en los que vivíamos ya, como la unidad de poder, la legalidad socialista, la democracia socialista, el monopartidismo, la prevalencia de la propiedad estatal, el poder popular y la prohibición de la explotación del hombre por el hombre.

Cuarenta años después la Constitución ha envejecido más de la cuenta, es una temba pero está demacrada, es poco conocida, poco celebrada, se invoca de forma extraordinaria, nadie pelea desde ella, y una parte de su letra si no está muerta lleva desmayada mucho años.

En 2016 todavía el Poder Popular ensaya la división de funciones entre Estado y Administración en Artemisa y Mayabeque y muchos piensan que este experimento será la medida de la división entre Estado y Gobierno en la nueva Constitución. El principio de legalidad ha sido puesto en tela de juicio por el propio Estado al aprobarse durante cuarenta años tres veces más Decretos Leyes del Consejo de Estado que leyes de la Asamblea Nacional. El sólido artículo 68 de la Constitución, donde se consagra la Democracia Socialista como principio de organización y funcionamiento del Estado, ha visto cómo la rendición de cuenta y la revocación de mandatos se han perdido en la selva de los rituales y el desuso.

Por su parte el monopartidismo fue relajado en 1992, con la reforma que adaptó a la Constitución de 1976 a las nuevas circunstancias de soledad, aislamiento y crisis que vivimos desde la caída del bloque socialista a fines del siglo XX. El PCC se hizo entonces martiano, además de marxista-leninista, lo que no solo permitió la militancia de religiosos y religiosas sino de personas no ortodoxas del Manifiesto Comunista.

En 2016 el problema del PCC es el crecimiento, bella imagen biológica que significa que lo difícil hoy es convertir a los jóvenes no solo en militantes del PCC sino en militantes de cualquier partido en el mundo.

La cura de este mal, como de muchos otros, es la práctica de la democracia y de la política en toda su intensidad y pasión.

La Constitución cubana vigente siempre ha sido sincera, no engañó a nadie respecto a la eliminación de la propiedad privada, sobre la prevalencia de la propiedad estatal, ni sobre la proscripción de la explotación del hombre por el hombre, pero siempre dijo también que los trabajadores decidían en sus fábricas los planes de producción, que el pueblo podría ejercer su soberanía directamente, que diez mil firmas bastan para legitimar un proyecto de ley impulsado por el pueblo y que todas las formas de discriminación están prohibidas.

El magno texto cubano nació arropado con vestidos soviéticos de invierno y cutaras de palo cubanas. Bailar una conga con un vestido pesado es difícil, levantar vuelo es casi imposible. La estructura estatal de 1976, el poder del partido único, la simplicidad de la regulación de los derechos, el esqueleto tembloroso del régimen de garantías a esos derechos, lo debemos a la influencia de las ideas políticas y jurídicas, sobre todo soviéticas, que dominaban el pensamiento oficial cubano en los años 70.

Pero esa misma Constitución también nació con un capítulo insustituible sobre la Igualdad, donde todavía truena que los cubanos y las cubanas nos podemos alojar en cualquier hotel, podemos residir en cualquier barrio o ciudad del país, que podemos usar sin separaciones los transportes marítimos, aéreos o cualquier otro, que podemos disfrutar de los mismos balnearios y playas.

El pueblo cubano debe saber la riqueza que existe en este documento, antes de despedirlo de forma definitiva. En él se declara que el domicilio es inviolable, al igual que la correspondencia, que nadie puede ser detenido sino en la forma que regule la ley, que el detenido o preso no puede ser maltratado, que para ser encausado las leyes deben ser anteriores al delito, que todos los reos tienen derecho a la defensa y que ninguno de ellos puede ser forzado a declarar.

Esta es la Carta Magna que en la reforma de 1992 consagró que los Consejos Populares debían ser la máxima autoridad de sus demarcaciones y representar al pueblo y al Estado y que en esa misma modificación instauró la libertad religiosa y el Estado laico, que debemos cuidar como un tesoro que muchos quieren robar.

Mi fetichismo llega al límite de encariñarme con una Constitución. Como ha dicho un gran maestro cubano, solo por cumplir lo que en ella se regula tenemos un proyecto de país pendiente.

Mis miedos y dudas son estos: por qué la próxima Constitución se va a cumplir si no hemos cumplido esta que reafirmó más del 97 por ciento de la población con derechos electorales. Por qué no aprovechamos este momento único para hacer una Constitución que no solo se parezca a la reforma que ya empezamos sino que se parezca al futuro. Por qué no hacer una fiesta nacional de la democracia donde el pueblo escriba en pancartas lo que nos falta por ganar y lo que no quisiera que se fuera con el agua sucia de la vieja Constitución. Por qué no llamar a la gente del mundo que nos ama y admira, de América, de África, de todos lados, para que nos ayude a pensar qué sería lo mejor para Cuba, para fundar una democracia recia y alegre, sin exclusiones ni dogmas.

El socialismo tiene que ser un mar donde la política esté a flote todo el tiempo, donde la ley y el deber se lleven sin darnos cuenta, como se lleva la cadenita con la Caridad, donde la República sea el marco de la vida popular. Sin democracia encalla la política y naufraga la fuerza del pueblo para resistir.

La Constitución nueva no puede olvidar lo que hemos sido, nosotros queremos que nuestros hijos estén en las escuelas y no en las calles para trabajar, queremos los hospitales abiertos a todas horas, como hemos ganado; pero también queremos abiertas las tribunas y los micrófonos, porque solo así el Estado sabrá lo que el soberano tiene que decirle todo el tiempo.

En los años 90 la sorna popular cubana decía: en el capitalismo el hombre explota al hombre, en el socialismo es al revés. Hoy es menester que si ha de nacer la propiedad privada como forma jurídica (porque para la economía pulula hace ya tiempo), sea ella aparejada con la propiedad común, con la pública, con las responsabilidades sociales de los propietarios, para que no se convierta en ningún caso en un derecho exclusivo de un grupo ni en una modalidad de la exclusión de las mayorías.

El piropo se ha ido de nuestra cultura, como poco a poco lo va haciendo la lectura de libros de papel, el correo postal y por lo tanto las cartas de amor. Ya no piropean los jóvenes, tal vez porque ahora los teléfonos celulares no dejan ver a quien pasa por nuestro lado, de tanta atención que les damos a los aparatos y las conexiones WiFi.

Pero un día es sabroso saborear un fufú de plátano, de los que ningún restaurante sirve, y un día también podemos silbar al paso cadencioso de la Constitución cuarentona que se va.

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