Motivos navideños

He pasado par de navidades lejos de Siguaraya City, en lugares donde comprar un pedazo de carne no duele tanto como aquí, y hay un ambiente francamente hermoso y festivo, pero al menos yo extrañaba demasiado como para disfrutarlo con plenitud.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Confieso que adoro la Navidad, pero bueno, yo adoro todo lo que sea zafarle a la pincha un día entre semana. Creo que amaría igual el Hannukah, el Tet, el Songkran, el Diwali, el Ramadán… No, el Ramadán no: los ayunos no me hacen gracia…

En Siguaraya City, celebrarle el cumpleaños al Mesías cayó en desuso, hasta que vino un Papa y nos devolvió ese feriado. Una década después vino otro Papa, y nos dieron Semana Santa. A veces pienso que deberían visitarnos los jerarcas de todas las religiones, a ver qué pasa…

Como sea, aquí la Navidad se pasa bien, pero la Nochebuena nos importa más, tal vez por ser más íntima, entrañable. La noche del 24 de diciembre, el siguarayense se reúne con los suyos como quizás no pueda hacerlo el 31, la fecha más odiada por los puercos y más amada por sus criadores.

En Nochebuena solemos retornar al nido familiar, y ponemos el mantel de encaje, que invariablemente embarraremos con alguna escurridiza masa de cerdo, o alguna salpicadura de almíbar, porque nos gusta ahogar al buñuelo.

Este día mandan las abuelas, que al final de la cena, invariablemente, pasan lista a los ausentes, y sueltan la podrida de que esta será su última Nochebuena, porque el próximo año seguro que no estarán ya…

A mi abuela siempre le gustó mucho la onda navideña, aunque por respeto al Puro no le dio mucha rienda durante los años 80. Después todos nos relajamos, o todo fue un relajo, y comenzamos a ceder al ritual occidental. Mi tío viajó a Armenia y trajo nuestro primer arbolito de Navidad, incapaz de competir con el ramajo seco que mi abuela decoraba con viejas postales de “Merry Christmas”, justo cuando en el patio florecía la Flor de Pascua, con sus hojas rojas como pétalos de fin de año.

Mientras repartía órdenes, abuela se pasaba el santo día canturreando “Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad”. En casa nunca fuimos de turrón de Alicante, porque no había dentadura para aquella mampostería edulcorada, pero devorábamos grasosos turrones de maní, ante la mirada envidiosa de los sempiternos espectros del caserón familiar. Recuerdo una Nochebuena con apagón, alumbrados apenas con un quinqué, y a mi abuela diciendo de pronto: “en ese rincón está Fulano”, un pariente muerto hacía un mundo.

Esta Nochebuena nos quedamos con ganas de que se apareciera mi abuelo, pero al parecer mi difunto más entrañable prefirió cenar en el Más Allá. No estuvo él, pero de sopetón a mi abuela le cayeron dos bisnietos, uno de solo una semana de nacido, y otro –mi Bebo- que llegará de un momento a otro. Es el ciclo de la vida, y de cierta manera, lo que celebramos en Nochebuena y Navidad: la familia…

He pasado par de navidades lejos de Siguaraya City, en lugares donde comprar un pedazo de carne no duele tanto como aquí, y hay un ambiente francamente hermoso y festivo, pero al menos yo extrañaba demasiado como para disfrutarlo con plenitud, y tengo la terrible sospecha de que no soy el único…

A todos los ilustres hijos de Siguaraya City, aquí, allá o acullá, devorando un bife o mojando el arroz blanco en yema de huevo frito, brindando con sidra o con vino casero, regalándose una postal navideña o un jaboncito de baño, les deseo felices fiestas, y que el próximo año nos traiga más razones para sentirnos orgullosos de ser de aquí…

PD: ¡Ah! Y que actualicen ciertas vidrieras de Siguaraya City…

 

Salir de la versión móvil