Conciencia negra en Brasil: el tránsito de “mulatico” a cubano negro/afrodiaspórico

Llegué a Brasil reconociéndome todavía como un “mulatico de salir”, cuando el proceso de tornarme negro todavía estaba en ciernes.

Foto: Kaloian Santos.

Llegué a Brasil en el año 2017 reconociéndome todavía como un “mulatico de salir”, cuando el proceso de tornarme negro —asumir conscientemente mi identidad y el legado negro/africano en mis raíces— todavía estaba en ciernes. Sin dudas, mis vivencias afrodiaspóricas en Brasil han sido vitales en este feliz acontecimiento de redescubrirme negro, sin perder mi condición de cubano; por el contrario, reafirmarla en su integralidad y especificidad étnico/racial. Entre tanta gente, tantas luchas y acontecimientos que me de-construyen como cubano negro, antirracista y migrante, ocupan un lugar especial las jornadas por el Noviembre Negro. El colofón de estas actividades es el Día Nacional de la Conciencia Negra, 20 de noviembre, que recuerda la muerte de Zumbi de los Palmares, último líder del Quilombo de Palmares, asesinado en 1695.

Fue el proceso de resistencia en el Quilombo de los Palmares la más importante de las estrategias antiesclavistas que se articularon a través de los territorios brasileros contra la infame esclavitud impuesta por los colonizadores portugueses, y también holandeses. Los quilombos —también llamados “mocambos”— eran comunidades formadas por personas negras esclavizadas (aquilombadas) que escapaban de los ingenios y se escondían en lugares de difícil acceso en los montes, primos hermanos de los palenques caribeños y sus cimarrones. El Quilombo de Palmares fue el más duradero de los quilombos organizados contra el colonialismo, y se estima que su formación permaneció por alrededor de 100 años y abrigó entre 20 mil y 30 mil habitantes, en la región de la Serra da Barriga, actual Estado de Alagoas, en Brasil.

Pero un quilombo es mucho más que un territorio de esclavos que han huido, son esencialmente una respuesta político-ontológica a una infame realidad de opresiones. Por eso, el intelectual brasileño Abdias do Nascimento 1 afirma que los quilombos: “nacen como una necesidad urgente del negro de defender su sobrevivencia y asegurar la existencia de su ser […] Los quilombos resultan de esa exigencia vital de los africanos esclavizados, en el esfuerzo de rescatar su libertad y dignidad a través de la fuga del cautiverio y de la organización de una sociedad libre”. La impronta educadora libertaria y fraternal del quilombismo atraviesa nodalmente la conformación de la nacionalidad brasileña, se hace visible y emerge potente desde los más disímiles lugares de enunciación del ser brasileño. 

El legado de Zumbi y Dandara de Palmares [su esposa] se torna una referencia política y simbólica para impulsar la praxis educadora del Movimiento Negro brasileño 2, así como para diversas organizaciones sociales, partidarias, culturales que contestan el racismo estructural, institucional y epistémico existente. Particularmente a finales de los años 70, en medio de la feroz dictadura antidemocrática, machista y racista en el país, se articulan diversos activistas y organizaciones que deciden escoger esa fecha transcendental de Noviembre para rememorar y continuar la resistencia contra las múltiples opresiones, colonialismos y colonialidades todavía existentes.

Aunque las demandas de transformación estructural del racismo en Brasil no fueron satisfechas durante los gobiernos progresistas de Lula y Dilma, hay consenso en reconocer importantes avances, determinados no solo por la voluntad política, sino también por el vigor de los movimientos negros brasileños. Un logro importante fue incluir en el calendario escolar la celebración del Día de la Consciencia Negra, a través de la Ley 10.639 del 2003, que convirtió, además, en obligatoria la enseñanza de la Historia y la Cultura Afro-brasileña; normativa que fue complementada en el 2008 por la Ley 11.645 que incluyó la necesidad de visibilizar la historia y cultura indígenas. En el año 2011 por Ley federal fue instituido el 20 de noviembre como “Día Nacional de Zumbi y de la Conciencia Negra”. En el 2012 se dio un decisivo paso a la equidad en el acceso y permanencia a la educación superior con la ley de cuotas para personas autodeclaradas prietas, pardas, indígenas, y personas con deficiencia.  

Reflexiones de un afrocubano en la diáspora

Las jornadas del Noviembre Negro, especialmente del 20 de noviembre, me han deparado relevantes aprendizajes no solo sobre lo que experimento en Brasil, también de cómo interpreto mejor la realidad del sujeto negro en Cuba. He podido comprender la importancia de un proceso descolonizador como es la Revolución cubana para las luchas antirracistas, y cómo el efecto de los colonialismos internos puede limitar los alcances estructurales de un proyecto social antidiscriminatorio. El movimiento negro educador brasileño, revelado en clases por mi profesora Nilma Lino Gomes, me muestra las pistas político-pedagógicas de un movimiento negro, amefricano, afrodiaspórico, pan-africano, que es actor político y capaz de sistematizar los saberes producidos cotidianamente por las personas negras en el barrio, en la favela, en la periferia de las ciudades y sus opulentos centros del saber racional-colonial.

En días como estos reafirmo mi respeto por la creatividad, la capacidad innovadora, la sabiduría, el talento innato, y también por la humildad de las personas negras, que batallan día a día por sus familias, por una sociedad más justa, en Brasil o en Cuba. Me siento capaz de valorar la importancia de contar con los saberes y los seres de los afrocubanos, afrobrasileños, indígenas, de los condenados de la tierra al decir de Frantz Fanon, para enfrentar el racismo epistémico que nos racionaliza y nos consume en nuestras propias ignorancias letradas e ilustradas. Aprendo que es vital legislar el antirracismo, introducirlo progresivamente como ente jurídico para compulsar a conductas ciudadanas de respeto a la diversidad y la diferencia. Si en Cuba fuese más efectivo su cumplimiento quizás me hubiese ahorrado el disgusto cuando una colega me llamó: “¡Negro de m…!” como apelativo descalificador, y luego que en la Fiscalía me dijeran que la denuncia solo podía tener efecto administrativo, y ver como la administración de mi centro laboral cambiaba la vista, asumiendo que era un simple conflicto por dirimirse en lo personal, y no una vulneración a toda una sociedad.   

No obstante, aunque siento la diferencia en Brasil del efecto sancionador y positivo de implementación de normas antirracistas, también valoro que, para luchar contra el racismo estructural en nuestros países, no basta con leyes. Las leyes en su papel secular de castigadoras, punitivas, a veces no alcanzan a seguirle el paso a las dinámicas sociales, psicológicas e interseccionales que reproducen los racismos y las múltiples opresiones. Se necesitan cambios más profundos, que subviertan las costumbres y transformen críticamente la política, la economía, la educación, el sistema que estructura las injusticias del capitalismo racial, de las políticas de la muerte, —la muerte literal de los cuerpos negros—, y también de sus conocimientos, de sus valores ancestrales.

El pasado año 2020 participábamos de un proyecto bellísimo y potente sobre educación para las relaciones étnico-raciales en la ciudad de Belo Horizonte, Brasil, en articulación con otros territorios, organizaciones, intelectuales y activistas. Precisamente, el día 20 de noviembre fuimos impactados por las imágenes de la golpiza hasta la muerte propinada por dos oficiales de seguridad a João Alberto Silveira Freitas, hombre negro de 42 años, en pleno mercado, de esos mercados abarrotados de cosas que tiene el capitalismo. En este noviembre del 2021, se visibilizan otras denuncias de violencia, de ofensas racistas y muertes cotidianas, sale a la luz el Informe de Violencia contra las personas negras en Brasil en el 2021. Las cifras son escalofriantes, la posibilidad de morir de una persona negra es 2,6 veces mayor que la de un no negro; el 76.2% de las personas asesinadas en el 2020 en Brasil fueron negras; el 61.8% de las víctimas de feminicidio son mujeres negras.

Hace cinco años, cuando en un espacio universitario cubano me llamaron: “¡Negro de m…!”, sentí miedo, no bastaba con ser un docente, ocupante por justicia y méritos de un espacio que la Revolución cubana había intentado descolonizar y desracializar, para cumplir los sueños de justicia de mis ancestros que murieron en cruentas luchas. La colonialidad blanca me intentaba quebrar, ya no en la periferia donde vivo, sino en el mismo lugar donde el colonialismo intentó apagar nuestras voces y borrar nuestros cuerpos por siglos. La impunidad del hecho, los pretextos, la violencia psicológica y física hacia mi cuerpo de ese hecho, los entiendo mejor en la medida que me torno negro en ese lugar afrodiaspórico que hoy ocupo en Brasil. Fui encontrando sentido a las miradas acechantes de algún policía perdido en la nocturnidad de mi barrio cubano, o al acercarme a la estatua de Martí en La Habana y ser interrumpido por un agente del orden para pedirme identificación, sin causa aparente.

Me interpelo cada día ¿cuál es ese lugar de sujeto negro/afrodiaspórico?, ¿qué responsabilidad tengo con la historia y con la gente que llevo en mis hombros y/o conducen mi existencia? Interpelo mis temores al pasar al lado de un policía militar, de un funcionario de seguridad en el mercado, al ver el helicóptero que en la noche custodia desde el cielo, con mirilla telescópica incluida, la periferia donde habito en Brasil. Camino las calles, con mis privilegios de estudios, títulos, y posibilidad de ingresos incluidos, y veo que también predominan mis hermanos/as negras entre los que vagan por las ruas (calles), sin empleo, sin casa, sin rumbo, o con un rumbo seguro a la enfermedad y la muerte.

Pienso en la posibilidad de la muerte real, cruda y objetiva por ser negro, incorporo ese acto primigenio de supervivencia, de quizás verme obligado, en algún momento, a huir de la violencia o de los fascismos sociales que engendran las estructuras racializadas y de desigualdad. Así como también pienso en la necesidad de aquilombarme, de resistir y de re-existir a los fascismos, a los racismos, en cualquier lugar donde esté. Aquí, donde dejé de “pasar por blanco” y de ser un “mulatico de salir”, aquí cada día de noviembre, cada día del año, aprendo y me confirmo la necesidad de una filosofía humanista y un proyecto igualitario de Quilombismo, que permita a los seres humanos, sin distinción de clase, credo político, color de piel, o religión, construir “una reunión fraterna y libre, de solidaridad, convivencia, comunión existencial” (nota 1).     

 

Notas:

1 Abdias do Nascimento. O Quilombismo: documentos de uma militância pan-africanista. Brasília/Rio de Janeiro: Fundação Palmares/OR Editor Produtor Editor, 2002. (El original en portugués, traducción libre al español por el autor del texto).

2 Nilma Lino Gomes. O Movimento Negro educador: saberes construídos nas lutas por emancipação. Petrópolis, RJ: Editora Vozes, 2017. 

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