Cuba: Los huecos negros de lo moral

En los procesos de crisis el daño psicológico-cultural es más profundo, lacerante y duradero que los desgarramientos en la vida material de las personas.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Los procesos de crisis portan un componente de irracionalidad que no siempre se subraya en los análisis sociológicos, y menos aún económicos, porque no están en su objeto de estudio. En Cuba, su principal expresión son los impactos psicológicos en una sociedad marcada desde 1993 por la doble circulación monetaria y por la existencia de sectores poblacionales sin acceso sistemático a una de esas monedas. Como se sabe, se llama CUC, y se le ha llegado a dar incluso más valor que a un dólar estadounidense, pero la vecinería le sigue diciendo, abrumadoramente, así: “dólares” o “fulas”.

También, desde luego, desatan ansias de consumo de bienes y servicios a los que no se accede con moneda nacional, en la que sin embargo percibe sus salarios la inmensa mayoría de los ciudadanos, todo atravesado por el creciente lugar del dinero en las relaciones sociales.

Una onda expansiva que lo va copando todo, y de la que no escapa incluso la religión. Por ejemplo, muchos sacerdotes de Ifá parecen estar hoy preocupados por el uso y abuso de prácticas espurias que llegan al punto de clasificar a las deidades en “frías” y “calientes” –es decir, en baratas y caras– a partir de la cantidad de dinero que debe abonar un aspirante a iniciado, así como por la existencia de diplobalawos que, calculadora en mano, brindan sus servicios religiosos no solo a peregrinos que viajan a la Isla a esos menesteres sino también a connacionales. El grupo Kola Loka lo resumió una vez en una tonada:

Cuidado con ese indumbe que viene de una vecina,
por eso necesito que traigas cinco gallinas,
2 patú, una negra, una jaba y una albina
y pa´vetear a la albina tráeme una camisa china.

De paso también me traes un porrón de gasolina,
pa´ no sofocar a ese muerto que ese muerto no camina.
Y mientras el palo va y viene una jaba de mandarina
y cinco sacos de pienso pa´ alimentar la gallina.

Un file de huevo´e pato y una tarjeta en divisa
pa´yo llamar a los seres y vengan todos de prisa.
Cuatro libras de carne de macho, un cuadro de la Mona Lisa,
un pichón de jimenea y una rana cocolisa.

Aguanta que esto es con calma, te han metido en un sartén.
Tráeme quince morrocotas y seis billetes de cien,
la cosa se ha puesto fea, pero pa´que tu estés bien
tráeme una jaba de boniato y una de yuca también.

A falta de cascarilla tráeme un pomo de vainilla,
un trozo de pan de gracia y una barra de mantequilla.
No se preocupe mi ahijao, usted no se desespere,
el que se tire te muere que aquí sí hay un babalao.

Por otro lado, a nivel de la familia los padres sin acceso suficiente a esos fulas se ven en la disyuntiva de tener o no tener en cuestiones tan sensibles como los tenis o mochilas que sus hijos deben llevar a la escuela, solo disponibles en las tiendas de recaudación de divisas (TRD).

Quien no esté insertado en uno de los bolsones de la llamada economía emergente, o no reciba remesas, o no se los manden del exterior, no puede acceder a esos (y otros) artículos. Esta constituye solo una de las raíces de problemas como el delito, la malversación, la corrupción, el robo y el mercado negro.

Ese mercado, de suyo expansivo, se manifiesta hasta en los centros laborales, donde a menudo se producen ventas de queso, leche en polvo, chorizos, carne de res y otros productos, muchos escasamente disponibles o sencillamente no disponibles en los agromercados. Se trata de una práctica cultural que se remonta a la Colonia, cuando los vecinos de la villa de Bayamo ejercían el llamado comercio de rescate con piratas y corsarios y las autoridades locales acuñaban el famoso “acato, pero no cumplo”.

Aquí actúa un fenómeno de doble estándar: una actividad condenada en público por su origen ilegal, pero legitimada en privado por las personas, como lo reflejó una escena de Video de familia, del realizador Humberto Padrón. Bodegueros y carniceros, empleos no necesariamente apetecibles en otras coordenadas, se convierten así en plazas muy cotizadas por cuyo desempeño suele abonarse una determinada cantidad de fulas a una burocracia municipal, a veces corrupta, que “resuelve” sus necesidades de reproducción simple mediante métodos espurios.

Esa irracionalidad tiene otras expresiones en el plano de lo subjetivo. El desespero o el ansia de lucro conducen con frecuencia a la transgresión de la lógica y el sentido común, en un arco de comportamientos que pueden ir, por ejemplo, desde el robo de pruebas para el ingreso a la Educación Superior –de antemano empacadas por las autoridades en bultos perfectamente sellados– para ser vendidas en fulas, hasta la explotación de aviones comerciales por debajo de la cuerda cuyas ganancias iban a parar a bolsillos venales, hecho que, como es obvio, supuso la existencia de una red de participantes que se mojaron según su ubicación en la cadena.

Partiendo de fuentes cubanas, el año pasado OnCuba daba fe de que, entre otros, en la Isla se habían juzgado y sancionado casos de corrupción de funcionarios de Etecsa, la empresa constructora integral de Guantánamo y un intermediario de una “entidad foránea” por actos en perjuicio de la actividad económica o de la contratación, incumplimiento del deber de preservar los bienes de entidades económicas, malversación y actividades económicas ilícitas. Esta entidad extranjera no tenía inscripción en la Cámara de Comercio ni constaba referencia alguna en los archivos del Ministerio de Comercio Exterior para su operación en el territorio nacional, y esa falta, que era de conocimiento de todos los firmantes, invalidaba su participación en el contrato.

También que dos funcionarios de la Aduana habanera habían sido sancionados con privación de libertad de ocho y seis años, respectivamente, por cohecho. Actuando en común acuerdo, solicitaban dinero para dejar pasar los artículos de determinados viajeros en el local de revisión, evadiendo las cámaras de vigilancia, y requerían que los billetes los depositaran dentro de los pasaportes.

Y que a doce ciudadanos, funcionarios y empleados bancarios los habían “tronado” por los delitos de cohecho, falsificación de documentos bancarios y de comercio, malversación, actividades económicas ilícitas. El procesado principal ideó el complejo fenómeno delictivo y logró la participación conjunta de individuos con determinados niveles de organización y distribución de tareas, lo cual clasifica dentro de las formas modernas de asociación criminal organizada. En esta causa dos ciudadanos vinculados a una firma extranjera fueron autores del delito de cohecho cuando entregaban sumas de dinero y otros beneficios materiales a funcionarios y empleados del Banco Internacional de Comercio S.A. para que les facilitaran sus gestiones. Esto les aseguraba un trato privilegiado, la agilización de la información y gestión en las operaciones financieras y comerciales que desarrollaban.

Tal vez lo peor es que muchas de esas actitudes se disfrazan con eufemismos o palabrejas que evaden la dimensión ética de las cosas. “Luchar” es una, y proviene del idiolecto de los años 60; otra, “resolver”. Eso también incluye meter la mano en operaciones contables, a veces “para reponerlo después”. Se trata, a todas luces, de conductas suicidas, pero que funcionan con la (i)lógica de que el descontrol y el relajo dificultarían o impedirían que semejantes entuertos pasen por la vida sin saber que pasaron. Un juego de ruleta rusa.

Y como huecos negros. En los procesos de crisis el daño psicológico-cultural es más profundo, lacerante y duradero que los desgarramientos en la vida material de las personas.

Ese es otro problema.

 

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