La hipervigilia social de los “despiertos”

La vida pública, dentro y fuera de las redes sociales, se convierte en un campo minado donde ningún paso que una persona común pueda dar es lo suficientemente firme.

Foto: Pxhere.

Nos abordó para regalarnos comida de pajaritos. Era un muchacho de unos veintitantos que nos brindaba sobrecitos plásticos llenos de semillas. Dijo que eran de sésamo, “las preferidas de ellos” y además “muy buenas para su cuerpo”. Nos había escuchado hablando español en un tren alemán, y aparentemente quiso practicar el idioma y de paso promover conciencia sobre la nutrición de las aves. Podría decirse, “dos pájaros de un tiro”, pero en este caso la expresión no sería aceptable.

En medio de la conversación, de repente, aquel desconocido descubrió algo macabro en mi mano: una bolsita de la tienda Primark. “Está bien que no sea sintética, pero lo que ellos venden es problemático”, me dijo halando un extremo de mi bolsa con un gesto invasivo. “‘¡La próxima vez piensa dónde compras tus cosas!”, me reprochó.

Le sugerí, ya que apelaba a la buena conciencia, que empacara la comida de pajaritos en papel, y no en plástico. Entrando en su juego, eché mano a una de las ironías de este fenómeno: nadie está lo suficientemente libre de polvo y paja para señalar y juzgar al otro con tanta agresividad.

Nunca se es lo suficientemente puro. Determinado género, color de la piel o nacionalidad, pueden suponer de entrada un privilegio que según ciertas reglas impediría la participación en varios debates. A eso puede sumarse no usar lenguaje inclusivo o no hacerlo siempre, consumir plástico, o comer carne o algún monocultivo, o teñirse el pelo, o haberse reído alguna vez de un defecto físico ajeno…

Quizás te guste Disney, has asumido el género de alguien llamándolo “hombre” o “mujer”, o tienes al menos una prenda de vestir de cuero, o producida en condiciones de explotación, o comiste algo producido de esa forma, o montas avión y contribuyes así a la huella de carbono, has ido a algún zoológico o acuario en tu vida, o vas todavía… Puedes haber visitado el Coliseo romano, donde torturaron a cristianos y esclavos, o cualquiera de los miles de monumentos erigidos por los mismos poderes que llevaron el látigo y la ignominia por el mundo durante siglos. Quizás incluso vivas en uno de esos países levantados sobre las bases del colonialismo.

La lista negra es hoy tan prolija y extensa, que no existe manera de escapar del pecado. Las exigencias son tan esmeradas y sofisticadas, que es imposible cumplirlas todas, y cumplirlas todas es la primera regla que establece esta especie de “patrulla de la buena conciencia”.

Desde hace un par de años en Estados Unidos comenzaron a usar el término slang “woke” (de “awake”, despierto) para referirse a las personas que han ganado conciencia social. Implica entre otras cosas el reconocimiento de la historia, de las agendas de las minorías y el dominio de nuevos códigos de respeto y sensibilidad.

“Despertar” y sensibilizar no solo está bien sino que es indispensable: comprender que hay deudas históricas, injusticia social, violencia y opresión en el lenguaje y las costumbres. El problema aparece cuando la nueva corrección política se estructura en términos absolutos, se erige como juez superior sin contemplar causas, grados, jerarquías ni matices.

Hay personas “woke” que se aficionan, por elección propia, a monitorear y otorgar evaluaciones, a decidir quién es correcto, aceptable y está habilitado para el debate, y quién, por su incorrección, no lo está: una nueva forma de exclusión, que, por cierto, deja fuera a casi todo el mundo.

Operan fundamentalmente en las redes sociales, donde tienen a la mano a una multitud de mortales más o menos dormidos sobre los que ejercer su misión autoimpuesta de hacer despertar y tratar de elevarlos hasta su nivel de vigilia.

Ellos han atravesado el proceso de crecimiento y han podido, por ejemplo, identificar y extirpar de su vocabulario cada palabra discriminatoria. Pero eso no es suficiente: deben asegurarse de que nadie más las use, y de que quien lo haga reciba la correspondiente sanción pública.

Estos “despiertos”, por ejemplo, repelen San Valentín y desprecian a Cupido, en definitiva el mito romántico es otro relato del patriarcado cisgénero y heteronormativo, y todas esas rosas deben arder en el fuego de la nueva era. Ya ninguna construcción social los engaña. Saben que no deben vestir a sus hijas de rosado ni cometer el pecado de llamarlas “princesa”. Cualquier posición que lo contradiga supone una descalificación y la marca del que no ha despertado lo suficiente.

Suelen ser dolientes en las catástrofes correctas, que son las del “tercer mundo”, y se aseguran de juzgar duramente a quien pinche “me entristece” si se quema Notre Dame por ejemplo. Si meses después se quema el Amazonas, todavía señalarán la “falta”; aunque queden en evidencia cuando la prensa anuncie que en África ardía más y desde antes. La Siberia también se había estado quemando, o California, y los koalas de Australia. Pero la furia estalla cuando existe cualquier circunstancia seductora para sacar una bandera anticolonialista, anti eurocentrista, antipatriarcal, antiespecista… desconociendo que siempre hay un fuego, y que es una trampa pretender compararlos para fabricar una escala moral.

Los despiertos identificarán el menor rasgo de quien continúa dormido cuando incurra en apropiaciones culturales ahora indebidas, como disfrazarse de mexicano, o de negro, o de árabe, o que a un niño de ojos rasgados se le diga “chinito”, no importa si es con todo el amor. Estarán pendientes de qué palabras se usan, qué humor se practica y se consume, qué noticias se comparten, qué fotos se postean y cómo se reacciona a las palabras, las noticias y las fotos de los demás.

La vida pública, dentro y fuera de las redes sociales, se convierte en un campo minado en el que ningún paso que una persona común pueda dar será lo suficientemente firme. Todo podría tener un aspecto ofensivo, y mostrar un desconocimiento que no será perdonado; “no dejan pasar una”.

Que quienes han “despertado” no se relajen nunca, se muestren inflexibles en sus posiciones y parezcan vivir en estado de vigilancia, se vuelve contraproducente para las propias causas que las mueven.

Toda la empresa de ilustración y alarma colectiva tiene una complicación muy sencilla: el mundo es caótico y complejo, nada es puro, y lo perfecto es enemigo de lo bueno.

La gente tiene matices y no necesariamente hay un orden superior en su naturaleza. Lo demás son mitos, comodines, píldoras de realidad que acomodan conceptos para que sea más fácil juzgar al otro, que es al final de lo que va todo esto. La actitud del que levanta un dedo índice acusando, y se coloca en una posición de superioridad, limpieza y pureza, no es más que una autocomplacencia en la propia profundidad, pensamiento crítico y visión trascendental, en el supuesto dominio del cuadro completo y no del único fragmento que vio el otro, que aparentemente tiene los ojos más cerrados por estar menos despierto.

Hay métodos de promover una causa justa que se están convirtiendo con demasiada frecuencia en una nueva tiranía: se usa la legitimidad de algunas ideas para justificar la imposición del criterio propio con intolerancia y agresividad.

Barack Obama takes on 'woke' call-out culture: 'That's not activism'

Para romper el status quo deben existir posiciones de empuje que cuestionen condiciones injustas que se han naturalizado y aceptado culturalmente por demasiado tiempo. Precisamente por eso, un activismo que se aparta de la educación y la tolerancia, que se aisla y renuncia al terreno común, etiqueta y descalifica compulsivamente a los interlocutores con que no puede dialogar en nombre de la limpieza moral, se aparta de su objetivo, aleja el cambio y deja de ser activismo para convertirse en un club.

Y mientras entre liberales se pierde tiempo compitiendo en una emulación imposible de ganar, y depurando grupos para llegar al más elevado extracto de lo correcto, lo más extremista al otro lado del espectro ideológico y político avanza y suma fuerzas, mientras se burla no solo de la cultura woke, sino de todas las demandas de justicia social.

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