¿Qué (y quiénes) se pierde en una cola?

La cola es sinónimo de estancamiento; porque expresa una patología en la relación oferta-demanda y porque somete, disciplina, establece un orden en el día a día de una persona.

Varias personas esperan una guagua a la sombra, en La Habana. Foto: EFE/ Yander Zamora.

Varias personas esperan una guagua a la sombra, en La Habana. Foto: EFE/ Yander Zamora.

Al leer el texto de Carlos García PleyánLadrones del tiempo” sentí gran satisfacción por haber encontrado en él una completa crítica a los usos del tiempo en la gestión urbana y a la incidencia de este en las políticas públicas y el desarrollo económico de un país “con demasiado tiempo”, como es Cuba. Además del análisis sociológico, Pleyán aporta iniciativas experimentadas en otras partes del mundo sobre las políticas de tiempo y las formas en que el sector productivo y el urbanismo, por citar solo dos ejemplos, han avanzado en ellas.

El artículo inicia y termina con un objeto claro: las colas. Y es cierto, la cola o fila es uno de los ejemplos de mala gestión del tiempo con impacto desfavorable en el plano económico y aún más en el de la experiencia personal y la administración de las instituciones. Un país que se “organiza” por medio de listas de espera, filas, colas, es un país que pierde control sobre su futuro y dilata todo lo posible (lo que puedan resistir personas y estructuras) su presente. Es decir, es un país sin posibilidad alguna de desarrollo.

En efecto, la cola es sinónimo de estancamiento; no solo porque configura o expresa una patología en la relación oferta-demanda, sino porque antes bien la cola somete, disciplina, establece un orden en el día a día de una persona, obliga a una jerarquización de prioridades, la mantiene en un estado de incerteza que inmoviliza su acción, prefigura un modo específico de ser y actuar. Hay una postura corporal, un lenguaje, una forma de vestir, de socializar particulares según la naturaleza de la cola.

Se debe, además, estar dispuestos a ser parte de un sistema de vigilancia: vigilar y ser vigilado. El registro de quiénes preceden en el lugar de la cola —dos, tres o seis números hacia adelante— es clave para el mantenimiento del orden, el cual, en caso se ser alterado, puede restituirse con el correspondiente castigo. De hecho, la persona que adquiere más estatus en una cola es quien establece un mecanismo de organización, vigilancia y sanción en ella. En una cola no importan los de atrás, solo cuando constituyen una amenaza (quien se cuela). Los del final son siempre esos, los desfavorecidos para los que merman las oportunidades inciertas; en especial cuando esas ya escasas oportunidades se las apropia alguien que nunca estuvo en la cola y nunca lo estará.

Mientras esta arquitectura social se reproduce a escala microsocial, el momento presente se ensancha sin límites, se densifica sin posibilidad de certidumbre sobre el paso siguiente, puesto que no hay paso siguiente. Toda espera implica una renuncia. El tiempo es un recurso económico y político. Es, además de recurso, una estrategia.

La cola y su impacto en la dinámica económica no es necesariamente un problema o una “pérdida” para ciertos grupos; más bien se ha convertido en un instrumento rentable de clase:

i) les ha permitido seguir ganando tiempo político en el corto plazo,

ii) ha ensanchado el control social al abarcar cada vez más ámbitos de la reproducción de la vida cotidiana,

iii) ha ralentizado la experiencia de los ciudadanos;

iv) ha desplazado/aplazado/bloqueado los horizontes de expectativas de cubanos y cubanas enfrascados en “resolver” la experiencia presente,

v) ha posibilitado abrir un canal de corrupción en la gestión del tiempo.

El tiempo perdido en una cola es directamente proporcional al tiempo ganado por una clase política y por grupos económicos, los que por cierto no necesariamente coinciden, pero sí se nutren unos de otros. No, el dilema de la “cola” no se traduce necesariamente en rentabilidad económica y política negativas. Quiénes y qué se pierde en una cola es una pregunta cuya respuesta no debe obviar el dominio (expropiación) que sobre las condiciones de producción, reproducción y distribución del tiempo, ejercen unos grupos, sujetos y clase sobre otros/as: productores/distribuidores sobre consumidores, administradores del Estado sobre la ciudadanía, el marido sobre la mujer y la amante, el que “revende” cajas de pollo, bolsas de leche o medicinas sobre “jefas de hogar” y adultos mayores. En esa trama unos “anónimos” capitalizan, mientras Caridad, Damarys, Herberto siguen pidiendo el último en la cola.

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