Teoría y práctica del distanciamiento social

¿Seguro que usted está a más de un metro de mí?

Foto: Otmaro Rodríguez.

Frente a la galopante expansión de la pandemia de coronavirus, que mantiene en vilo al mundo y multiplica día tras día sus cifras de enfermos y fallecidos, las autoridades y científicos siguen repitiendo como un mantra la necesidad de practicar el distanciamiento social.

Esa es, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), la clave para contener o ralentizar la propagación de la Covid-19, una enfermedad que ha demostrado ser altamente contagiosa y que puede cursar de manera asintomática en personas que, sin embargo, son capaces de transmitirla a quienes se relacionan con ellas.

Entre las recomendaciones del ente internacional para su práctica, que hemos escuchado muchas veces por estos días y que de seguro seguiremos escuchando, están evitar el contacto físico, los saludos de manos, besos o abrazos, y mantener al menos un metro o metro y medio de distancia con las demás personas, en especial si estas muestran síntomas sospechosos.

También evitar las aglomeraciones, limitar al mínimo los viajes y el uso del transporte público, no recibir visitas, y optar por horarios habitualmente poco concurridos para realizar las compras y otras actividades necesarias.

Todo lo anterior se resume en quedarse en casa el mayor tiempo posible –un llamado que se ha convertido en hashtag en las redes sociales y en consejo lo mismo de políticos que de celebridades– y salir únicamente para lo en realidad imprescindible, en aras de minimizar los riesgos de contagio, sin olvidar el lavado frecuente de las manos y otras necesarias medidas de higiene.

Tristemente, muchos países están hoy pagando un alto precio en vidas por no actuar a tiempo mientras el coronavirus se instalaba silenciosamente. A pesar de las advertencias de la OMS y la comunidad científica global, en no pocos casos el distanciamiento social se promovió tardíamente o se manejó como una receta electiva que muchos no cumplieron por imperativos económicos o por irresponsabilidad.

Esta situación ha conllevado a la aplicación forzosa de medidas restrictivas allí donde ya no basta mantener las distancias. Toques de queda, aislamientos de personas y cuarentenas obligatorias han sido impuestos a lo largo del planeta, no pocas veces en momentos en que ya el mal estaba hecho y solo ha quedado intentar aplanar el pico de contagios y muertes, mientras los servicios sanitarios colapsan ante la explosión simultánea de enfermos.

Los gobiernos, claro está, no han sido los únicos responsables. La gente que desoyó las recomendaciones o subestimó a la Covid-19, creyendo que no le tocaría, ha sido en muchos casos víctima de la enfermedad. Pero no solo ella; también aquellos de su entorno, de su familia, que cayeron como fichas de dominó solo porque alguien, uno solo, no hizo bien las cosas.    

¿Y en Cuba?

Desde antes de que se reportaran los primeros casos en la Isla, las autoridades cubanas comenzaron a recomendar el distanciamiento social. Las evidencias científicas y la alarmante realidad de otras naciones así lo sugerían. Sonaba extraño ante una enfermedad que parecía lejana, pero que en poco tiempo se convirtió también en una amenaza para quienes vivimos en este país del Caribe.

Aun así, la expresión ha pegado entre los cubanos mucho más que su práctica. Ya sabemos que entre el dicho y el hecho puede haber un gran trecho, y todavía hoy, cuando ya fue decretada la fase de transmisión autóctona limitada, hay varios sitios con medidas de aislamiento, el número de casos positivos sobrepasa los 700 y los fallecidos ascienden a 21, la cotidianeidad de la Isla confirma el refrán. Lamentablemente.

El escenario ciertamente se complica por las crónicas carencias económicas que padece Cuba, acentuadas en los últimos años por las sanciones de un gobierno de los Estados Unidos que hasta ahora ha hecho caso omiso al llamado de la ONU y de organizaciones y personalidades del mundo, de eliminar o al menos atenuar estas sanciones durante la pandemia.

Es difícil cumplir con el distanciamiento social cuando la única manera de acceder a algunos alimentos –como el muy demandado pollo, la leche en polvo y hasta el aceite– y productos de higiene y aseo, fundamentales en tiempos de coronavirus, es saliendo a la calle a “cazarlos” allí donde los haya y hacer largas colas en la que suelen perderse los límites y exacerbarse las pasiones.

Lo mismo puede decirse de las farmacias –ay, los medicamentos–, los bancos, los mercados agropecuarios, las panaderías,  –y ya no puede decirse de las paradas de ómnibus porque el transporte urbano fue paralizado– pues la cola es una de las prácticas sociales por antonomasia de esta Isla y su variante endémica no suele ser la fila organizada en la que las personas preservan su espacio, sino el tumulto, la concentración desconcentrada, el molote en el que uno marca varias veces o para varias personas, la gente socializa como si se conociera de toda la vida, y los más “vivos” se aprovechan del desorden para “colarse”. 

Ni siquiera la policía, cuya presencia en las calles ha crecido como parte del plan gubernamental frente a la Covid-19, alcanza muchas veces para hacer cumplir rigurosamente el demandado distanciamiento social. Tal parece que para buena parte de los cubanos un metro es en realidad treinta centímetros –o menos– y que el nasobuco –que todos deben usar por estos días, aunque no siempre lo hagan bien– basta como escudo protector para que el coronavirus los rodee como a un islote y siga su camino en busca de otra víctima.

En realidad, a juzgar por lo que se ve todavía en no pocos sitios de la Isla, muchos practican una versión muy personal –aunque con resonancias colectivas– del distanciamiento, en la que el término “aglomeración” parece no aplicar a las inevitables colas; salir a lo “imprescindible” no se circunscribe solo a trabajar o hacer las compras  y gestiones necesarias, sino también a trámites que perfectamente pudieran quedar para luego y hasta a estirar las piernas; y la casa en la que deberían quedarse incluye también la acera, la cuadra y hasta todo el barrio en el que, por qué no, siempre se puede fumar, darse un trago y conversar amigablemente –incluso en grupo– con los vecinos.

Cierto que ya no se ven los besos y abrazos de antes, y que los saludos con el codo o en la distancia se han hecho populares, pero ello, según las recomendaciones de la OMS, no resulta suficiente.

Al gobierno de Cuba le toca no solo seguir apelando a la responsabilidad y disciplina individual, sino también redoblar la prevención, el control y el castigo en los casos necesarios, hacer que las medidas dictadas y por dictar se cumplan con rigor, y que se adopten decisiones –como ampliar y redistribuir los puntos de venta– que faciliten que las personas salgan realmente lo imprescindible y desaparezcan las aglomeraciones.

Pero a los cubanos nos toca una parte decisiva, porque lo que está en juego es la salud y la vida, y no solo la nuestra.

 A ver, marque la distancia. ¿Seguro que usted está a más de un metro de mí?

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