1968 (VII)

Meme Solís, Farah María, Miguel Ángel Piña y Raúl Acosta: Los Memes.

Meme Solís, Farah María, Miguel Ángel Piña y Raúl Acosta: Los Memes.

A principios de los 60 el panorama sonoro se caracterizaba por un nacionalismo que, en esencia, tuvo tres nombres: Mozambique, Pacá y Pilón –ritmos creados por Pedro Izquierdo “El Afrokán”, Juanito Márquez y Pedro Bonne, respectivamente–, además de otros bastante menos recordados como el Mozanchá, el Chiquichaca y la Chaonda. Sin dudas eran fenómenos de cierta importancia, pero el problema consistía en que funcionaban en una especie de autofagia, por contraste con las poéticas de Dámaso Pérez Prado, Benny Moré y César Portillo de la Luz, quienes entre los años cuarenta y cincuenta habían logrado fusionar la tradición cubana con otros componentes universales.

En 1967, el nacimiento de la Orquesta Cubana de Música Moderna, dirigida por Armando Romeu y Rafael Somavilla, trajo cierto soplo renovador a ese cuadro, aun cuando el formato de gran orquesta de jazz band ya era cosa del pasado. Entre los pepillos de entonces hubo furor con una tonada, “Pastilla de menta,” que contribuyó a romper el hielo y a desprovincianizar un poco la música. Grabada en vivo durante una presentación en el teatro “Blanquita”, luego “Chaplin” y finalmente “Karl Marx”, estaba bastante pegada a las descargas de los 50, pero con elementos de rock.

Orquesta Cubana De Música Moderna - Pastillas de menta

Visto en retrospectiva, tal vez la mayor contribución de la Orquesta…. no consista tanto en su repertorio, sino en haber constituido la plataforma de despegue de los músicos que más tarde, en 1973, se unirían para formar Irakere, entre otros Jesús “Chucho” Valdés (teclados), Carlos Emilio Morales (guitarra eléctrica), Paquito D’Rivera (saxo alto y clarinete), Carlos del Puerto (bajo) y Enrique Plá (batería), verdaderos virtuosos en sus instrumentos. Junto a Formell y Los Van Van, marcarían el paso de la música bailable durante buena parte de los años 70.

Influida por Los Paraguas de Cherburgo (1964) y Las señoritas de Rochefort (1967), con música de Michel Legrand, hacia 1968 la balada francesa estaba en Cuba en su mejor momento, cultivada por figuras como la teatral Marta Estrada –cantaba “Abrázame fuerte” y “Días como hoy”–, la mezzosoprano Georgia Gálvez (“Un mundo para amar”, “Capri c’est fini”, de Hervé Vilard) y Meme Solís, joven compositor que desde fines de los años 50 venía experimentando en La Habana con los cuartetos hasta terminar con Farah María, Miguel Ángel Piña y Héctor Téllez.

Muy seguidos por la sigilosa comunidad gay, que desde los tempranos 60 se venía encontrando en clubes como La Red e Imágenes, bajo el ala de La Lupe y Frank Fernández, respectivamente. En ese formato también sobresalían Los Modernistas, con Lourdes Torres, Voces Latinas, El Cuarteto del Rey –más apegado a la música sureña y los spirituals– y Los Zafiros, versión cubanizada de Los Platters y uno de los más populares y memorables de todos los tiempos.

“Tú no tienes filin” –le dijo Elena a Sergio en una escena de Memorias del subdesarrollo (1968) de Tomás Gutiérrez Alea, para después cantarle: “no tienes por qué criticar/mi modo de vivir/si todo lo que tengo ahora/te lo debo a ti”.

Era en realidad un bolero interpretado por Fernando Álvarez, pero en efecto, ese año seguía sonando en la Isla aquella peculiar manera de componer y decir que fundió influencias norteamericanas al son de la guitarra española, el instrumento que más ha acompañado a los de abajo desde que la trova tradicional combinó de manera maravillosa analfabetismo y poesía.

Nacido en un callejón centrohabanero, el filin dejaría huellas perdurables en el joven Pablo Milanés, quien a sus 22 años compuso una canción que constituye el puente natural entre aquel y la nueva trova. Sus creadores e intérpretes –César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Omara Portuondo, Elena Burke, Moraima Secada…– estarían en activo durante toda la década, no solo en los medios locales, sino también representando a Cuba en muchos eventos internacionales.

Pablo Milanes - Mis 22 Años.

En 1968, no mucho después de haberse presentado por primera vez en público junto a Teresita Fernández y varios poetas de El Caimán Barbudo en una salita del Museo de Bellas Artes, Silvio Rodríguez compuso “Epistolario del subdesarrollo”, una colocación juvenil sobre ciertos problemas del país:

No tengo que cerrar los ojos para ver
Para ver las servilletas del Hotel Nacional
Decorando el Congreso Cultural
Que las pusieron lindas casi psicodélicas y todo
Pero ahora se han descosido
Se doblan por las puntas y ya no es fresco comer allí.
[…]

No tengo que cerrar los ojos para ver
Para ver a los pobres muchachitos
Que arreglan como pueden sus pantalones
Y los convierten en campanas
Sordas o sórdidas.

[…]

No tengo que cerrar los ojos para ver
No tengo que cerrar los ojos para verlos
Ahora a ustedes apenas dentro del pequeño espacio
De mi guitarra rompiéndose el alma y las manos
Para vivir en un país de buenas servilletas
Pantalones de campanas sonoras
Y colores que hagan palidecer a Europa.

Afincada sobre los viejos trovadores y el movimiento del filin, entre otras influencias de su momento, la nueva trova constituye sin dudas la experiencia sociomusical más representativa de toda una época, una canción pensante que trascendió –por derecho y calidad propia– las fronteras nacionales.

Por esa época los caminos cubanos del rock estaban bifurcados. Por una parte, bandas como Los Kent, Los Jets, Los Gnomos y Los Almas Vertiginosas, de El Vedado y La Víbora, cantaban en inglés, y por eso mismo –y también por su look— se les mantenía fuera de la radiodifusión nacional. Sus actuaciones se restringían a ciertos espacios, sobre todo fiestas de 15, en casas particulares o círculos sociales. Por otra, agrupaciones como Los Dada, Los Barba, Los 5U4, Los Novels y Los Magnéticos trataban de apropiarse de los nuevos códigos con niveles de calidad varios, pero con textos en español y generalmente bastante convencionales e insulsos.

Los 5U4.
Los 5U4.

La radio cubana sonaba entonces bastante internacional, combinando la balada francesa e italiana, el pop español, el rock peninsular y el mexicano. En programas como “Sorpresa musical”, de Chucho Herrera, o “Nocturno”, iniciado con la locución de Julio Capote, y luego de Juan José González Ramos y Pastor Felipe, podía escucharse, entre otros muchos, a Rita Pavone con “A mi edad”, Jenny Luna con “Un clavo saca otro”, Raphael con “Cierro mis ojos”, Karina con “Romeo y Julieta”, Julio Iglesias con “La vida sigue igual”, Juan y Junior con “Anduriña” y a la Massiel –que había estado en Cuba en diciembre de 1967 para el Festival de Varadero –con “La, La, La”, Premio Eurovisión en 1968.

Las nostalgias pueden resultar a veces omisas, por conveniencia o por padecer de mala memoria. Algunas evocaciones, en especial en Internet, suelen presentar en este ámbito un cuadro más cerrado de lo que en verdad era.

Si se sigue esa rima, en la radio cubana no se pusieron Los Beatles o Los Rolling Stones sino después de concluidos los años 60. Esto es falso. En los programas citados, a la altura de 1968 ya podían escucharse, por ejemplo, “Hey Jude” y “Jumpin’ Jack Flash”.

Pero era, sin dudas, una política que prefería –ya se sabe por qué– priorizar todo el tiempo a Los Brincos, Los Pasos, Los Mustang, Los Ángeles, Los Diablos y Fórmula V sobre grupos ingleses y norteamericanos que estaban marcando tendencias y revolucionando la música. Por hablar mal y pronto, se le dio vuelo a una versión desleída de Cristina y Los Stops de “Con tu blanca palidez”, con un triste organillo detrás, por encima del tan grave como maravilloso órgano de Procol Harum en “A Whitter Shade of Pale”.

𝕬 𝖂𝖍𝖎𝖙𝖊𝖗 𝕾𝖍𝖆𝖉𝖊 𝕺𝖋 𝕻𝖆𝖑𝖊 - 𝕻𝖗𝖔𝖈𝖔𝖑 𝕳𝖆𝖗𝖚𝖒

 

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