Con el ladrón en casa, de madrugada

 

Despertar de madrugada y encontrarse en su propio cuarto a un ladrón es algo con lo que uno no cuenta cuando apaga la luz. Pero es tan probable como cualquier otra cosa, aunque nadie lo cree hasta que ocurre.

Lo supe a las 4:00 de la madrugada de un sábado reciente, cuando, tras unas pisadas apenas audibles, levanté la cabeza, pensando en mi madre, que iría al baño, y a un metro de mi cama vi a un tipo encorvado sobre la mesita de noche, donde pongo el celular, la billetera, los relojes y otros objetos tan disímiles como una linterna, un par de tijeras y el cepillo de cabeza.

El alma se me congeló. ¡¿Pero qué c… es esto?!, se me ocurrió gritar cuando vi al delincuente, que, tocado por el resplandor de la luna que entraba por la ventana de la sala -por donde se había colado- parecía vestido con ropa de tonos oscuros.

Salió corriendo, huyó por la misma ventana, en un salto como de sapo, según mi madre, que dormía en la sala, y quien, a las puertas de sus 80 años, entró en un estado emocional que me asustó. Mi demora en encender la luz, atolondrado, y en abrir la puerta, permitieron que los ladrones escaparan –otra escoria lo esperaba afuera– delante de mis ojos, aun asombrados de lo que veían.

Huyeron con 80 CUC que mi mamá había reunido a lo largo de un año gracias a la venta de objetos de los que decidió despojarse para, como la cucarachita Martina, decidir, por fin, qué comprar, en un intento tímido por elevar el nivel de vida de su familia.

Lo que vino después trajo un poco de esperanza: guardia operativa, incluida una perito que toma huellas, hallazgo de maletas y ropa que los delincuentes dejaron en el techo de abajo donde colocaron una escalera para llegar a mi ventana, e impresionante perro pastor alemán que, después de impregnar el olfato con una huella de tenis en la pared, salió disparado y se detuvo en una parada de ómnibus a dos manzanas de casa.

En el edificio que comparto con otras 11 familias algunas personas escucharon ruidos de madrugada, pero los achacaron, en medio del sueño, a algo que les indicó que no tenían por qué salir. Incluso uno de ellos sintió la atronadora carrera de los ladrones huyendo, pero prefirió seguir durmiendo.

La falta de solidaridad y el egoísmo, mezclados, de madrugada, con el miedo, funcionan como salvoconducto para bandoleros, en una sociedad que se siente insegura y tiende cada vez más, para protegerse de los maleantes, a enrejar sus casas y convertirlas en cárceles particulares, en medio de un nivel delincuencial preocupante.

-Estás viendo mucho CSI, me advirtió un oficial de la guardia operativa, que llegó a casa al amanecer, tras hacerle varias preguntas sobre las huellas que estábamos viendo.

-Y Tras la huella, le respondí.

-No, no, déjame tranquilo Tras la huella –bromeó. CSI, CSI.

En verdad, poco importa el policiaco si los ladrones escapan con parte del fruto de otros y lo festejan. Ahora, mientras usted está leyendo OnCuba, quizás están preparando su próximo atraco, mirando de reojo CSI o Tras la huella, con sonrisa cínica.

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